En Venezuela los actores políticos, sociales, empresariales, y gremiales en general, pasaron a un segundo plano. No me refiero a las constantes comparecencias ante los medios de comunicación, sino algo al mismo tiempo más sutil y más estruendoso. Esos actores semejan a protagonistas de alguna aventura presentada en un viejo televisor, estilo cajón, al cual se le ha eliminado el sonido: se le ven las costuras a los falsos puñetazos y a los abrazos desteñidos, sin sombra alguna del “ouch” o del “muá”. Pero ese espectáculo a la sordina deja oír, sin embargo, el ruido de la mar embravecida: el hambre, la rebelión civil y militar, la rabia que alcanza decibeles de escándalo, la hartazón “de uno y otro lado”, y el miedo añejo, hecho terror y sálvese quien pueda.
Maduro no ha sido presidente y menos ahora; es una bisagra que distribuye lo que queda en el cofre y quien abre o cierra el paso en las alcabalas de las cuales dispone. Para todo efecto práctico no es un gobernante que tiene objetivos, dispone de recursos, evalúa la ejecución y los resultados. Es, más bien, el jugador en un casino, resguardado por matones, que apuesta y apuesta: cuando gana, gana; cuando pierde, arrebata.
El panorama de lo fundamental de la oposición tiene una dinámica similar. El Frente Amplio se encogió de repente. Es el hijo desamparado del G4. Es como una criatura compuesta con diferentes aportes y que al no quedar tan hermosa, sus dueños la han abandonado en la cuneta; quedan dolientes de buena fe, pero sin rumbo. Se puede observar que la Asamblea Nacional ha corrido suerte similar; de aquella formidable y colosal victoria de 2015 solo quedan diputados perseguidos, vejados y unos cuantos en el exterior, en la mayor parte de los casos –no en todos– visitando a personeros públicos para explicarles lo que ya saben. No hay que visitar a Almagro para informarlo; las más de las veces hay que visitarlo para informarse.
Gentes de bien y uno que otro cacaseno espetan “¿Y tú que propones?”. En lo que a este narrador respecta, plantearse en serio la transición hacia la democracia sin el divertimento de las elecciones fraudulentas de Maduro en abril, mayo, junio o septiembre de 2020. ¿Que con qué se come eso?, me imagino que con un carato menos intragable que las elecciones espurias que los vivos ofrecen ganarle a Maduro.
Las fuerzas profundas manejan la situación y ya son, ellas, inmanejables. Por ahora actuarán con su dinámica propia, más adelante tal vez se podrán surfear y, si la sabiduría aparece, tal vez conducir.
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