Por primera vez en mucho tiempo, el gobierno de Nicolás Maduro ha dado una noticia que parece complacer a todos los sectores políticos: el restablecimiento del diálogo con Estados Unidos. Para sus seguidores, esto representa una señal de continuidad en el poder; mientras que para un sector de la oposición, sugiere el inicio de una posible transición política.
Aquellos que siempre hemos abogado por la negociación y el voto como herramientas para lograr el cambio político, frecuentemente fuimos tildados de «alacranes». Irónicamente, muchos de los que hasta ayer afirmaban que «en dictadura no se vota», hoy aplauden la negociación y parecen haber regresado a la ruta electoral, evidenciando una notable incoherencia en sus posturas.
La reanudación de conversaciones entre ambos gobiernos genera interpretaciones contrastantes: para algunos, es una muestra de debilidad del régimen venezolano; para otros, una demostración de fortaleza. Esta dicotomía plantea interrogantes cruciales:
- ¿Por qué el gobierno de Nicolás Maduro decide negociar con una administración estadounidense que aparentemente tiene sus días contados?
- ¿Qué beneficios espera obtener Maduro de estas negociaciones?
- ¿Por qué Estados Unidos acepta dialogar con un gobierno que, según algunas perspectivas, ya habría perdido las elecciones del 28 de julio?
Desde Unidad Visión Venezuela, consideramos que existen temas que trascienden cualquier resultado electoral. Para Estados Unidos, la crisis migratoria venezolana representa una preocupación geopolítica fundamental, junto con la necesidad de mejorar la calidad democrática en Venezuela. Por su parte, el gobierno de Maduro tiene como prioridades el levantamiento de las sanciones y la reactivación del sector petrolero. Además, independientemente del resultado electoral, el gobierno de Maduro necesita acuerdos: si pierde, requerirá garantías; si gana, buscará reconocimiento internacional.
El diálogo y el entendimiento son pilares fundamentales para el futuro inmediato de Venezuela. No podemos continuar bajo el yugo de las sanciones, pero tampoco podemos persistir en un ciclo interminable de confrontaciones. El país clama por reconciliación y unidad para avanzar pacíficamente hacia la recuperación que anhela la mayoría del pueblo venezolano, quien en última instancia es el que sufre las consecuencias de estos conflictos estériles.
Es importante considerar que, incluso si Nicolás Maduro perdiera las elecciones, la transición de poder no sería inmediata. La entrega del cargo se realizaría seis meses después, y el madurismo seguiría teniendo la mayoría de las gobernaciones y alcaldías -al menos un año más- y el control del resto de los poderes públicos por un período considerable. Esto subraya que la mera salida de Maduro del Ejecutivo no resolvería automáticamente todos los problemas del país, como algunos sectores de la oposición pretenden hacer creer.
En conclusión, más allá de las interpretaciones sobre debilidad o fortaleza, lo verdaderamente esencial es garantizar la tranquilidad y la paz para todos los venezolanos. El camino hacia una Venezuela próspera y democrática requiere de un esfuerzo conjunto, diálogo constructivo y la voluntad de todas las partes para superar las diferencias en pos del bienestar común.
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