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Victoria y derrota, pensar otra política

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El despertar nacional provocado por María Corina Machado que se ha ido cocinando a fuego lento y cuyas consecuencias las veremos expresadas en la avalancha de votos del próximo 28-J, no es otra cosa que la reacción histórica de una nación diezmada, humillada con saña, sometida al hambre y a la pobreza, a la injusticia y la represión, por un desquiciado proyecto anti político que enarboló los postulados más trasnochados y devastó en su totalidad al Estado para convertirnos en lo que somos hoy: un país fallido. Pero como siempre en la historia y en la vida, no hay noche que sobreviva al amanecer.

El signo preocupante es el desespero en el que están cayendo los indeseables. Les cuesta asumir la derrota histórica que ya, evidentemente, les dio el país. Paradójicamente el proceso de destrucción liderado por Chávez y luego por su heredero, ha sido un proceso de autodestrucción para ellos. Solo Maduro sabe, si es que ha caído en cuenta, que no podrá sostenerse más allá del 28J haga lo que haga, lo que intentará buscar para maniobrar y tratar de salvarse él mismo y sus compañeros y preservar todo lo que pueda a última hora antes de tener que firmar la rendición que el país le puso en su mesa. Sabe él que una cosa son los discursos, ya no tan dirigidos al poco pueblo que le queda, sino a esa camarilla que está en vilo respecto al futuro inmediato, y otra cosa lo que realmente tiene que decir y decirse a sí mismo durante el domingo electoral. El futuro que les aguarda a todos en cuestión de días y traguemos grueso si es necesario allanarles el camino y darles todas las garantías posibles en la huida.

Así pues, el país unánime tomado de la mano de su líder, María Corina Machado, asume y cumplirá con su propio destino en las elecciones. Y con fe en sí mismo, como nación, sabrá enfrentar el totalitarismo con el que Maduro intentará sostenerse los días posteriores. Es ahí donde tendremos la oportunidad, todos, incluso los ya derrotados, de levantar al país con otra manera de hacer política, lugar común donde se decide siempre el devenir de la sociedad. Unos asumiendo la victoria con la serenidad del vencedor y otros asumiendo la derrota con la conciencia, si es que la pueden tener a última hora, de todo el daño causado y cerrando la puerta de la manera más prudente posible. Unos y otros, vencedores y vencidos, necesitaremos de la prudencia para hacer lo que realmente es importante, la reconstrucción sin demora de Venezuela.

Y es que la reconstrucción de nuestro país será posible solo si le devolvemos el sentido común a la política y a la forma en como ejercemos nuestra condición de ciudadanos. Frente al ego superlativo de los destructores, necesitamos imponer la fe un nuevo modelo político y social que deje encerrada para siempre la posibilidad que algún día desandemos este costoso camino que derrumbó hasta los cimientos más profundos de nosotros como sociedad. No necesitamos prestidigitadores ni promesas huecas, ni vamos a retomar la democracia para ponerla en tela de juicio. Nos necesitamos a nosotros mismos con la convicción de querer hacer otro país donde superemos la ruptura social, política y moral que provocó el chavismo y cimentemos sobre bases más sólidas el futuro.

El 28 de julio cada voto delimitará el perímetro del camino por el que vamos a transitar en las próximas décadas. He ahí donde está nuestra encrucijada y como siempre los ciudadanos estaremos a la altura cumpliendo el deber. Será quizá la primera vez que el fusil no escribirá el destino del país con sus balas represoras, sino el voto con su poder redentor.

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