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Notas sobre la encrucijada de Jesús de Nazareth

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Llegará el día en que después de aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravedad; aprovecharemos para Dios las energías del amor. Y ese día por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego”  Pierre Teilhard de Chardin

 

La Semana Santa nos permite algunas reflexiones empapadas de espiritualidad. Me detengo en la figura de Jesús. ¿Hombre y Dios al mismo tiempo? ¿En qué consistió su propuesta y consiste su legado?

Para ese ejercicio hago llamado de un extraordinario autor alemán y norteamericano que escribió un importantísimo texto sobre teoría constitucional, Karl Loewenstein, quien inicia su elaboración afirmando que son tres las grandes motivaciones del ser humano: la fe, el poder y el amor, y desde ese parámetro y con sincera humildad echaré a andar mi pensamiento.

Comenzaré con el poder que, recordando a un buen amigo y los cursos en la quinta Campoamor allá en Los Chorros, lo describía como la capacidad para influir y eventualmente modificar el entorno. Pesar sobre los demás al extremo de conducir sus voluntades pudiera ser otro rasgo del poder, aunque, ciertamente, la violencia suele acompañarle. Nietzsche lo presentaba como la incitación predominante del ser humano, mientras Schopenhauer se refería más bien a la supervivencia. Hannah Arendt ofrece una interesante contribución sobre el poder y su naturaleza, apuntando hacia la relación del mando y la aquiescencia que la legitima y le da sustentabilidad. Pudiéramos seguir ahora con Foucault y sus obsequios sobre la dinámica de saberes y poder, pero, modestamente quisimos resaltar apenas que el tenedor del poder, de esa calidad que logra extender e imponer su voluntad ante otros y, ante todo, dispone de una cualidad turbadora y peligrosa desde luego. De allí aquello de Lord Acton y el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.

La fe nos enseña Loewenstein, es otro de los motores que accionan en el humano de manera determinante y por eso apasiona tanto o más que el poder, inficionando al ser humano, fagocitando su espiritualidad, colonizándolo y domeñándolo completamente. Es un complejo mecanismo que involucra como el amor su integralidad; su corazón y su razón para decirlo sencillamente. Creer para entender o entender para creer son interrogantes que se desvanecen en un momento crucial que arriba como la luz en la oscuridad y se convierte en un prisma que lo alcanza e irradia todo. Nace una confianza y una convicción se aloja en la racionalidad para privar, prelar sobre cualquier otro fruto de su intelecto.

El amor, nos recuerda Denis de Rougement, es un producto de Occidente culturalmente. Definirlo es tarea de mucho más que unas rápidas notas, es también una empresa que nos gana e involucra en nuestro ser, instinto y espíritu tejidos como un sistema que reclama prestaciones de todos sus factores. Lo mejor y a veces lo peor de nosotros se asocian a la experiencia, pero nada nos muestra más trascendentes ante los otros congéneres que ese sentimiento que legitima nuestra generosidad y nos postula hacia una dimensión existencial mejor. Amar puede perfectamente ser la más importante razón para vivir.

De Jesús y su tránsito se ha escrito mucho y los evangelistas constituyen un marco histórico en el que vale la pena creer. Pareció, se mostró, evidenció al hombre y Dios tantas veces que consolida su condición por rebuscada que sea la figura. Muchos otros hombres al tener poder osaron saltar hacia esa cima, divinizándose ellos mismos y sintiéndose o vistos por sus correligionarios, como imágenes extraordinarias, dignos de adoración, pero, un examen de sus vidas, en sus pasajes como hombres los desnuda en su condición humana como diría tal vez y a este propósito Hannah Arendt. Hombre y Dios porque se desesperó como advirtió Camus, pero también porque predominó frente a todo aquello que nos retrata vulnerables. El milagro es una hechura de Dios y los hombres no alcanzamos ese pedestal.

Jesús predicó con su palabra, pero convenció con sus hechos. Tenía el poder, pero no lo instrumentalizó para su beneficio ni se frivolizó con su administración. Lo allanó, lo limó, lo templó de emociones subalternas y lo dejó para servir de basamento de una doctrina esencial para la humanidad. Jesús pudo y no lo hizo porque si podía y si lo hacía desarticularía ese diseño delicado y exótico del Dios y hombre que era de su naturaleza. Asumió el poder para servir y no para servirse, se lo negó incluso a ratos a sí mismo para cumplir su cometido.

El amor y la fe como un dueto constituyen el discurso de Jesús. Amor a todos y siempre con una inmensa capacidad de perdón. Amor por el más pobre, el más frágil, más precario porque allí es donde es más difícil amar y amar con calidad especialmente. Amor y caridad son indisolubles y por eso es tan difícil hacerlo bien, hacerlo entero, hacerlo noble, hacerlo bello. Fe en Dios que te pide deberes que fundamentalmente te acercaran a esa idea que de la divinidad debemos tener. Fe en tu eterna capacidad de recuperación, regeneración, superación, redención. Fe en nosotros para llegar al Creador.

El hombre ha demostrado poder y cada día más prueba su altura y su potencia, pero para el bien y para el mal eventualmente, me temo. Continúa su búsqueda a ratos y con insolente alborozo, se deidifica a sí mismo. Se regodea en su materialismo y fantasea sobre su fatua inmortalidad, al tiempo que hace de la violencia y la muerte un cántaro para saciar su inagotable sed de poder. El hombre quiere vivir sin límites, sin responsabilidad y el libre albedrío le parece un persistente anacronismo que se actualiza, no obstante.

Europa es cada día más pobre en los productos del espíritu y ello presagia nuevamente tensiones alarmantes. El islam confunde a su Dios y lo instrumentaliza no para servir a la humanidad sino para sojuzgarla. El reloj proyecta en el péndulo de las civilizaciones un período de dominio para los ojos rasgados y su perspectiva tan distinta del hombre y tan desconocida llama la atención y mueve a curiosidad.

La doctrina de Cristo está allí. Como un monumento que siendo de mármol pareciera imperecedero, pero susceptible en paradoja al olvido. Militar en el cristianismo es sin embargo, tal vez, uno de los recursos que nos van quedando en este tiempo en que se agota el planeta y sus saberes. Nuevas pruebas nos reclaman.

Pido a Jesús por mi país entretanto, misericordia señor, sufrimos, padecemos y te invocamos en la angustia. ¡Escúchanos señor!

[email protected]

@nchittylaroche 

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