La alternabilidad, principio elemental y natural del desenvolvimiento democrático ha estado recientemente acompañada en distintos lugares del planeta por ingredientes adicionales, que logran enlazar el descontento del electorado con orientaciones ideológicas y políticas polarizantes, tendientes al fortalecimiento de frentes tanto nacionales como regionales o universales.
Los resultados de las elecciones del Parlamento Europeo hablan por sí solas, las tradicionales tendencias socialistas y de centro derecha que tienen representación en la mayoría de los 27 países miembro se vieron afectadas por un preocupante ascenso de la ultraderecha que entre muchos otros riesgos sociales, pone en peligro los principios más importantes de la Unión. Dentro de este escenario se dio la tan sorpresiva decisión del presidente de Francia de adelantar las elecciones parlamentarias, en las que se vislumbraba como triunfo seguro el del ultraderechista Frente Nacional de Marine Le Pen, que debido al cinturón de salvación nacional, tejido por los macronistas y la centro izquierda, logró lanzarlo a un tercer lugar, posponiendo una vez más la amenaza permanente de la ultraderecha. Queda aún por saber cómo quedará el gobierno y los distintos matices de la izquierda, pero también queda claro el peligro de los extremos ante la insatisfacción de las políticas tradicionales
Paralelamente se han producido acontecimientos alentadores como el abrumador triunfo en Gran Bretaña del laborista Keir Starmer, quien logró acaparar las simpatías de un electorado frustrado por los 14 años ininterrumpidos de gobiernos conservadores, que dejaron al país en crisis económica e institucional y cuyas progresistas propuestas tienden entre otras medidas a una mayor vinculación con Europa.
El triunfo del reformista Masoud Pezeshkian en Irán no deja de ser una buena noticia, aunque se conozcan las dificultades de poner en práctica sus buenas intenciones de modernización de algunas costumbres islámicas y de vinculación con Occidente difíciles de concretar en un país gobernado por los ayatolás.
El caso de Estados Unidos es patéticamente peligroso por las implicaciones que un triunfo de Donald Trump tendría para la democracia de su país y para el mundo en general, no solo por su acercamiento a Rusia y a las autocracias en general, sino también por sus posturas retrógradas en los distintos temas globales como el cambio climático y la mayor parte de las conquistas sociales universales.
América Latina no escapa de estas tendencias polarizantes. Uno de los casos emblemáticos es el de Brasil, donde el extravagante y ultraderechista Jair Bolsonaro logró acaparar el descontento hacia los gobiernos izquierdistas de Lula y Roussef, salpicados además por denuncias de corrupción, y ganar las elecciones de 2019 para ser derrotado en 2023 por el izquierdista Lula Da Silva.
El otro no menos emblemático es el de Argentina, donde el hastío de los nefastos 12 años del kirchnerismo allanó el terreno para el triunfo de Milei, otro extravagante ultraderechista autodenominado libertario con propuestas ortodoxamente neoliberales, que ha roto las barreras de la diplomacia para aliarse abiertamente con sus pares ideológicos, agrediendo a los jefes de Estado de los países donde visita a sus socios.
No obstante, tanto Bolsonaro en Brasil como el peronismo en Argentina siguen siendo movimientos poderosos, que podrán regresar de acuerdo al desempeño de los adversarios.
A pesar de que con mucha frecuencia los resultados de la alternancia no son satisfactorios, siempre queda la posibilidad de sustituir los gobiernos nocivos. Solo 3 países en América Latina no tienen esa posibilidad, Cuba a la cabeza, que ya alcanza 65 años con el mismo régimen; la Nicaragua de Ortega-Murillo, que ha dejado claro que no permitirá ninguna elección que lo saque del poder y hasta ahora Venezuela, que después 25 años de continuismo Chávez-Maduro, en este año 2024 tiene la oportunidad cierta de desalojarlos electoralmente del poder.
En el caso venezolano que nos concierne, se trata de una contienda electoral histórica en la cual Maduro y sus cómplices no tienen chance de ganar en buena ley. Si todos los ventajismos, irregularidades, el amedrentamiento y el fraude en las mesas de votación no le dan resultado, tenemos la posibilidad de recuperar la libertad, reconstruir el país, el reencuentro de las familias, la liberación de los presos políticos y el fin de las persecuciones, seguramente con un alto precio de concesiones para lograr que estos rufianes abandonen el poder y lograr nuevamente regresar a una vida política democrática que deje paso a la alternabilidad. Quedan 18 días para concretar este sueño.
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