«Que perdiéramos no significa que se acabó la fe», le decía una jovencita a su mamá, agarrándola de la mano, mientras caminaban retirándose del lugar donde vieron el partido de cuartos de final de la Copa América: la Avenida Principal de Las Mercedes, frente a la Plaza Alfredo Sadel. «Ahora es que nos queda tiempo y muchas más ganas», le repetía cariñosamente. «La Vinotinto y Venezuela en el fútbol son para rato».
Así como ella, grupos de amigos, familiares y parejas, algunos cabizbajos, otros molestos y decepcionados, se retiraban de Las Mercedes. Necesitaban tomar aire. Además de la derrota que había sufrido el equipo por el que se quedaron sin voz, con muchas lágrimas lágrimas y por el que aguantaron empujones y golpes, necesitaban recuperarse del caos.
Mientras cuestionaban con los cambios de última hora del «Bocha» Batista antes de los penales, muchos también hablaban de «las de Caín» que pasaron quienes intentaron disfrutar del encuentro organizado por la Alcaldía de Baruta.
Hubo mucha improvisación, destacaba la mayoría. La planificación y logística requeridas en una actividad como la de este viernes en la noche no fue la más acertada.
A través de sus redes sociales, la Alcaldía de Baruta, atendiendo las solicitudes de los caraqueños, quiso brindar una «experiencia Vinotinto» más amplia a quienes ya habían disfrutado los partidos en la Alfredo Sadel. La plaza se había quedado pequeña, por lo que la organización decidió tomar la Avenida Principal de Las Mercedes para recibir alrededor de 10.000 personas.
Pocos baños, poca visibilidad a pesar de la gran pantalla que se levantó justo en medio de la avenida, mal sonido, poca seguridad y mucho malestar entre las miles de personas que se aglomeraron a ver el partido entre Venezuela y Canadá afectó significativamente la experiencia.
Pero los presentes mantuvieron la fe.
Pandemónium
Eran las 7:00 pm. Seguía llegando gente y se aglomeraban junto a quienes –desde tempranas horas de la tarde– disfrutaron de otros eventos deportivos para garantizar un mejor puesto. A esa hora ya habían ocurrido 4 peleas en la zona. La última con un septuagenario de protagonista.
Los ánimos estaban caldeados y había muchas personas pasadas de tragos. Había más puestos de cervezas que sanitarios y todos con kilométricas colas. Había mucha expectativa en el ambiente, así como hedor a orina.
No se podía ingresar al eje central de la plaza. «No. Es imposible», «¿Quién eres tú?», «¿Estás en la lista?», «Esto es solo para talentos», «Está lleno», «Tienes que hablar con aquel de allá –señalando a la nada–» fueron parte de las interacciones entre parte del personal de seguridad dispuesto por la organización y quienes preguntaban si podían ingresar al área de invitados, prensa y patrocinantes.
Justo en frente de la gran pantalla LED que se levantó en frente del Tolón Fashion Mall había caos y desesperación.
Hubo aglomeraciones y situaciones peligrosas. La gente no se podía mover, los cuerpos lo hacían solos, por inercia. Arrastrándose unos con otros intentando adaptarse al espacio que, siendo bastante amplio, quedó minúsculo por la cantidad de personas.
La avenida se cerró desde el restaurante Miga’s, hasta Los Pilones del Este. Fueron alrededor de 500 metros atestados de cuerpos queriendo ver el partido de la Vinotinto. La única forma de lograrlo era ubicándose al final de la zona, donde la pantalla no lograba divisarse y el sonido era casi imperceptible. Sin embargo, resultaba mejor opción que los empujones recibidos, en su mayoría sin querer, por quienes luchaban por estar de primeros, a pesar de todo.
¿Se implementaron medidas para evitar el desorden? En teoría, sí. Pero a quienes se les veía prestando atención y seguridad sin descanso fue a paramédicos y profesionales de la salud que atendían diligentemente a la cantidad de personas desmayadas.
El privilegio
También hubo gente en silla de ruedas, adultos mayores, mamás primerizas, niños y mascotas. Muchos. Todos queriendo ser parte de una experiencia deportiva que, antes de comenzar, ya les costó disfrutar.
Sentarse a cuidar a los bebés, suponía perderse las jugadas y posibles goles; la inclinación y ubicación de la pantalla no era la mejor; los infantes se subían a los muros y pequeñas islas para intentar ver a sus ídolos; aquellos con mayor edad se sentaban en sus sillas de playa y pequeñas cavas como si estuviesen en un picnic e intentaban disfrutar, a duras penas, lo que escuchaban.
La planificación no fue la más adecuada, comentaban, pero fueron cuidadosos al emitir opiniones en video. Hablaban de su amor por la Vinotinto, pero preferían resguardar sus nombres y caras para evaluar la organización.
¿Había suficientes salidas de emergencia? No. ¿Se controló el acceso de manera efectiva? No. Tampoco se revisaron bolsos y carteras.
La logística del evento dejó mucho que desear, comentaba un grupo de vecinas de la zona quienes prefirieron retirarse recién comenzado el juego, a las 9:00 pm, hacia uno de los tantos restaurantes que también transmitirían el partido. «No se puede esperar mucho de un evento gratis, pero debieron haberlo planeado mejor», destacaban. Sentadas en La Castañuela estarían más cómodas.
En contraste a esa realidad, existió otra: la de los privilegiados. Así la describían desde afueras quienes fueron rechazados, periodistas incluidos, por los organizadores del evento, seguridad e incluso por miembros de la alcaldía.
Influencers y sus marcas aliadas, personalidades del mundo del espectáculo, algunos medios de comunicación, y amigos y conocidos del alcalde y su séquito, gozaron de un área con gradas, una tarima en la que hubo concursos, pantalla gigante, baños privados y oferta gastronómica.
Seguían extendiéndose largas filas para ingresar al área, la gente también quería aquel trato.
Vinotinto, a pesar de todo
El inicio del partido aumentó la tensión y el aglomeramiento entre los asistentes hasta que Salomón Rondón, en el minuto 65, anotó el gol que empató el juego, devolviéndole la esperanza a los venezolanos. El pavimento tembló de emoción.
Hubo numerosos reportes de peleas entre aficionados, en parte fomentadas por la falta de espacio, que resultó en secciones abarrotadas e incomodidad generalizada.
En varias ocasiones se pudo observar a personas tratando de invadir o entrar por áreas no permitidas, indicativo de la falta de control y autoridad de los organizadores. Todo por una razón: disfrutar de una selección que quería hacer historia.
Gritos descontrolados, vaivenes de quienes seguían buscando un mejor ángulo para ver el partido, grandes llamas celebrando las jugadas de los venezolanos desde las pantallas, abrazos, opiniones y críticas se veían y escuchaban.
No hubo respiro. Las emociones estaban a flor de piel. Cuando llegó la hora de los penales, comenzaron a caer las lágrimas.
«¡Sí se puede, mano! ¡Vamos, carajo!», decía un padre con su pequeña en hombros quien, a su vez, gritaba «Venezuela».
Fueron los 10 minutos más largos de todo el partido entre Venezuela y Canadá. Ganó la selección norteamericana. Y, una vez más, la decepción de los fanáticos no se pudo ocultar.
«Nos quitaron la oportunidad», «No es justo», «Lo teníamos todo para llegar a la final, yo quería un Messi-Salomón», se oía decir entre la gente.
«No importa, ¡la fe sigue intacta!», decían también los asistentes. Muchos se quedaron in situ, como si no hubiese sido real lo que ocurrió. Hubo silencios incómodos. Los fuegos artificiales se quedaron guardados para otra oportunidad, tal vez Navidad. A muchas personas se les vio meditando, con ojos cerrados, respirando hondo. A otras con pasos apresurados, escapando rápido y dirigiéndose a sus vehículos.
Las Mercedes y sus alrededores parecían un estacionamiento de carros y motos. El plan, para los asistentes, era otro: celebrar un triunfo. Por eso nadie se quejó por la cantidad de vehículos aprisionados en calles, aceras y locales. La idea era quedarse festejando hasta el amanecer… Y no pasó.
Se despejaban rápidamente la zona y, con inmensas filas de personas caminando hacia sus destinos, hubo una que otra pelea separada, equipos de limpieza listos para hacer su trabajo y personal de desmontaje a la espera de señales para proceder a normalizar el área.
Sin embargo, lo que para un grupo fue una experiencia grata, para la gran mayoría sirvió como un severo llamado de atención a organizadores y autoridades.
«Se requiere una revisión exhaustiva y una reestructuración completa de los procesos de planificación y ejecución de este tipo de eventos», señaló José Padilla, uno de los entrevistados que no tuvo problema en decir su nombre. «Solo así se podrá garantizar que futuros encuentros deportivos sean verdaderas celebraciones del deporte y no un espectáculo de desorden y caos».
«La que debía ser una jornada de entretenimiento y deporte, se transformó en una pesadilla para muchos aficionados de la Vinotinto debido al maltrato y la ineptitud demostrada por las fuerzas de seguridad. Fue un desastre y el trato irrespetuoso fue la norma. Personas fueron removidas de entradas sin una justificación clara, y muchos se sintieron intimidados y amenazados por aquellos que, en teoría, debían protegerlos», concluyó. Y añadió que este comportamiento no solo mancha la reputación del evento y del municipio anfitrión, también socava la confianza de la ciudadanía en las fuerzas del orden.
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