Desde que era estudiante de Derecho, tuve fascinación por el régimen jurídico de los “signos distintivos”, o lo que conocemos, como “marcas”. La posibilidad de identificar los productos o servicios, darle nombres, para promover su divulgación y protegerlos de su copia o uso indebido, ha sido la principal preocupación de la ley.
Sin embargo, me interesaba ir mas allá y darles otro sentido y una mejor utilización a tales símbolos.
Notaba con curiosidad cómo las imágenes de las también denominadas “denominaciones comerciales”, cubrían los estadios en los juegos y competencias deportivas, empapelaban las paredes de las ciudades, iluminaban las autopistas; y cómo incluso, se han impuesto en el vestir como supuesta elegancia. Pero éstas no deben limitarse a tal función.
Las empresas a su vez, privadas o públicas, se limitan a realizar actividades puntuales de patrocinio de su nombre, para cumplir con la llamada “responsabilidad social”, y exigen al beneficiario, la incorporación de sus logotipos como muestra del apoyo recibido.
Ahora bien, cuando tuve el gran privilegio de crear y dirigir PDVSA La Estancia, Gerencia de nuestra industria petrolera, destinada a la promoción de una mejor calidad de vida o buen vivir de los venezolanos, en atención a lo establecido en el artículo 5 de la Ley Orgánica de Hidrocarburos, nos comprometimos a ejecutar nuestras actividades de forma seria y efectiva para el cumplimiento del fin, bajo las premisas de su gratuidad, continuidad y altísima calidad, que serían desarrolladas a través de tres ejes de acción: cultural, de revalorización patrimonial y social, los que no serían compartimientos estancos, siendo el último transversal a los restantes.
De allí que, todo proyecto cultural, de espacio público, de restauración o revalorización patrimonial, debía iniciar con un Diagnóstico Social Integral realizado “in situ” y con la incorporación en todas sus etapas, de las comunidades beneficiadas, que serían previamente identificadas, censadas e invitadas a formar parte de nuestro equipo de trabajo y seguimiento.
Ahora bien, en esta oportunidad, quiero comentar específicamente, la forma como logramos generar el empoderamiento social en los grupos culturales y sociales a quienes se destinaban nuestros apoyos.
Como promotora cultural, las peticiones de apoyo recibidas por parte de todo tipo de asociaciones o personas naturales dedicadas al área, eran muchas.
Y dado que entendíamos al asistencialismo, mas bien como una forma de caridad, que no soluciona los problemas estructurales, ni es sostenible en el tiempo, nos pusimos como reto identificar una vía de verdadera asistencia, que se basara en la intervención social, la cual, en lugar de ocasionar dependencia, produjera empoderamiento y con ello, el aumento del bienestar de la comunidad interesada.
Fue entonces, cuando decidimos que nuestro acompañamiento, mas que una ayuda, sería el resultado de la aplicación de una política integral, en la que se redujera al máximo nuestra discrecionalidad en la toma de decisiones y se fomentara la participación e intercambio de las partes involucradas.
Como abogado, pensé inmediatamente en la utilización de la figura de los contratos, a través de los que, no sólo, como establecen nuestras normas “se creara, modificara o extinguiera un vínculo jurídico”, es decir, una obligación, sino que, se establecieran cargas dirigidas a la consecución de un fin común, como sucede con los llamados “acuerdos de colaboración” o “plurilaterales” en las sociedades del Derecho Mercantil. Lo anterior, elimina la posibilidad de que una persona pueda comprometerse, sin que su obligación sea la contrapartida de otra correlativa o interdependiente.
Fue así como, a través de intrumentos que identificamos como “convenios de colaboración”, establecimos un sistema, que nos permitió ir generando una red de promoción y bienestar cultural, que incentivó decisivamente el desarrollo, entre otras, del área cultural, social y patrimonial en todo el país.
Esta vez, no bastaría la publicidad o el uso de la marca, logos y etiquetas por parte de los auspiciados, sino que, para tener derecho a exigir su uso y a utilizarlo, cada parte debía garantizar durante un lapso preestablecido, su trabajo directo en las comunidades de origen y otras relacionadas.
Esto significa que los miembros de las comunidades, debían ser considerados como actores fundamentales en dichos procesos, por lo cual, se les debía garantizar el derecho a la participación en el diagnóstico de su situación y también en la toma de decisiones, premisa que aplicamos siempre, en el sentido de aprovechar todo espacio para educar, y con ella, para favorecer el intercambio social.
Uno de nuestros casos emblemáticos, fue el apoyo a la Camerata Barroca, extraordinario grupo de cámara, creado en el año 1978 por la maestra Isabel Palacios y otros destacados músicos, con el objetivo de interpretar la música antigua universal, desde la Edad Media europea hasta el barroco latinoamericano, haciendo énfasis en la investigación, el rescate y la difusión de la música menos conocida. Con ellos, pactamos, no sólo un número de presentaciones gratuitas en las barriadas, sino la instauración de clases de iniciación musical en los niños de las mismas. A través de sus diversos grupos, ofrecimos talleres para sensibilizar la iniciación musical y al trabajo coral con grupos de niños y jóvenes.
Otro ejemplo, el Teatro Tilingo, institución infantil, celebró un convenio con nuestra institución, que nos permitió llevar a las comunidades, la fábula venezolana de Tío Tigre y Tío Conejo, al unísono que invitarlos a “encontrarse en la Placita de Bolívar”, para aprender de la historia patria y de las ideas de libertad.
Un piso del antiguo Ministerio de Energía y Petróleo, en las Torres de Parque Central en Caracas, fue destinado a su uso por parte de la Orquesta de Cuerdas del Sistema de Orquestas Venezolano; también, dotamos la nueva sede de dicha fundación, caracterizada justamente por su tecnología para la enseñanza, con los nuevos equipos informáticos de punta; y los diversos Núcleos Orquestales que están ubicados en el interior, recibieron siempre nuestro apoyo. De allí que, a través del Sistema, logramos perpetrar en los espacios mas recónditos de nuestra ciudad y nuestro país, para llevar la música académica en vivo y acercar a la colectividad a los instrumentos musicales, de forma simple e incluso, divertida. Igualmente, fueron admitidos 100 niños y niñas de comunidades de escasos recursos, y suministrados el 15% de las entradas de los eventos que el Centro organiza para comunidades seleccionadas.
Los jugueteros de nuestra patria, en un número de más de 60, casi todos ubicados en nuestra Región Andina, fueron apoyados con materiales, maquinarias y espacios, con el compromiso de generar una escuela que permitiera a dichos “hacedores de ilusiones” transmitir su destreza al mayor número de niños y adultos de las comunidades.
Los artesanos del bulevar de Sabana Grande, aquellos que efectivamente habían estado durante tantos años mostrando y vendiendo sus obras a los paseantes del lugar, mientras se ejecutaba nuestro inmenso Proyecto de Rehabilitación Integral de dicho espacio público, nos apoyaron con los cursos de oficios para los damnificados de las vaguadas de 2005, así como, en las llamadas Ciudades creadas por la Misión Vivienda, para luego volver de manera sistemática y ordenada, varias veces por semana, a su antes indicada sede urbana de origen.
Nuestros indígenas waraos, a quienes pudimos apoyar con la colocación de un centro de expendio de gasolina cerca de sus espacios vitales, que les permitió sustituir horas y horas de caminata profunda con grandes cargas en plena selva Amazónica , para su actividad de intercambio de productos y artesanía, no sólo, exhibieron sus cestas en nuestras sedes, sino que, transmitieron sus saberes, enseñando a tejer a muchos niños, adultos y ancianos, con un hermoso intercambio cultural y sobre todo, humano.
Los médicos de las Emergencias Infantiles de los mas importantes hospitales de Caracas, que rehabilitamos con los mejores equipos y mobiliario, se comprometieron a visitar nuestros barrios para colaborar con nosotros en nuestras movilizaciones y ferias de atención comunitaria.
La donación del piano de cola a la Orquesta Sinfónica Municipal, permitió a las comunidades disfrutar de presentaciones en sus plazas y retretas, y de aprender sobre la conformación de las orquestas y el rol de sus integrantes.
Los deportistas de los equipos venezolanos de fútbol (de la Vinotinto) de las distintas categorías, en vista de nuestro apoyo a su esfuerzo, con equipos e indumentaria, y mucho mas allá, en la dotación del importante Centro de Entrenamiento ubicado en Pampatar, Isla de Margarita, acompañaron nuestras actividades sociales con presentaciones y talleres; al igual que lo hicieron, jugadores de beisbol, boxeo, artes marciales, entre otros, también bajo nuestro auspicio. En el caso del beisbol, en vista de la construcción de nuestra parte del “Campo Deportivo Urbano Los Picapiedras” en la zona alta de los barrios de Antímano en Caracas, se pudo ejecutar un programa serio de apoyos y seguimientos a los niños y en especial, a la Liga Los Criollitos de Venezuela, que los tutela.
Por su parte, la exhibición de pintores y cantantes, no quedaba en el mero hecho de su disfrute en nuestra sede, sino que, con los mismos se acordaba además de su presentación en otros espacios incrustados en las comunidades populares, la transmisión de sus conocimientos en “workshops”, cursos y talleres que, aunado a la invitaciones recibidas por éstos por imitación en positivo de nuestra gestión en otras sedes, que iban naciendo como ecos, suscitaba la conformación de nuevos grupos y talentos.
De tal manera que, el principio fundamental del reconocimiento como sujetos de los grupos y personas destinatarios de la intervención social, estuvo siempre presente.
La educación pasó a ser nuestro instrumento fundamental. Así, se propuso el trabajo social, ante la necesidad de aplicar un saber a la solución de problemas situados en un dominio específico o en espacios microsociales, mediante una amplia y diversa gama de intervenciones con diferentes sujetos y grupos sociales como la familia, jóvenes, tercera edad, personas en situación de desplazamiento y enfermos, entre otros.
En los espacios públicos creados o recuperados, no sólo la incorporación de una obra de arte urbana tenía “per se” la intención de educar, a través de su contemplación activa, sino que, hata el mas mínimo lugar, estaba destinado a tal fin; y entonces, los lemas, frases y etiquetas, colocados en los faros y mobiliario, por ejemplo, resaltaban la necesidad de “cuidar, mantener, sembrar, intercambiar”. Toda área recuperada sería tomada por y para la cultura, en la que, de forma siempre gratuita, continua y con altísima calidad, se desarrollaba una agenda de presentaciones culturales para todos los grupos.
Logramos así construir espacios en una trama de relaciones socio/ culturales, articulando los recursos entre las comunidades, para garantizar de forma eficaz nuestros objetivos.
Lo anterior, siendo una vía del logro de la sustentabilidad, proclamada por primera vez en el Informe Brundtland de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo de la Organización de Naciones Unidas (ONU), como “meta de desarrollo humano que satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”, toda vez que, los pactos de colaboración, conforman un instrumento valioso en tal sentido, por cuanto, a través de los mismos, siempre inclusivos del tema educativo, se logra el bienestar social.
Fueron mas de 800 nuestros convenios, a través de los cuales, logramos crear relaciones sustentables con las comunidades, en las que, nuestro logotipo, iba de la mano con la cultura, la creatividad y la educación, teniendo entonces una función que trasciende a la sola identificación o publicidad para la promoción del consumo de un producto, cualquiera que éste sea.
No bastaba sin embargo, celebrar los acuerdos, debía diseñarse en ellos, la dinámica de nuestra coparticipación y el mantenimiento del logro, a través de métodos e instrumentos de medición participativos, para lo que, destinamos a un grupo de jóvenes, pasantes y licenciados en Sociología, Antropología, Psicología, Ciencias, Historia, Letras, Periodismo, entre otros, que pasarían a integrarse en las comunidades y hacerlo sostenible en el tiempo.
Estamos convencidos, que no puede limitarse la denominada “responsabilidad social”, a la presencia eventual, a través de dádivas y la entrega de productos de propaganda (aquellos conocidos como “POP”), que sólo repiten los tradicionales modelos de dependencia. Debe existir, por el contrario, una integración recíproca con las comunidades que empiece obviamente con aquellas que se encuentran en las áreas de incidencia de cada ente u organización, y que vaya extendiéndose como ondas repetidas, hasta lograr el verdadero empoderamiento generador de soluciones y bienestar social. Esa fue nuestra propuesta, ¡ese fue nuestro logro!
Beatriz Sansó de Ramírez es abogada summa cum laude. Doctora en Derecho. Profesora UCAB-UCV. NYU Cities and Urban Development. Presidente de Pdvsa La Estancia 8 años: arte y espacio público, social, cultural.
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