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Arce: el populista mudo

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El populista no se cansa de hablar, de emitir dictámenes, de acuñar frases, de vociferar insultos, de lanzar frases de alabanza al pueblo al cual supone la expresión del bien, y de aguijonear a sus opositores, a los cuales califica como la encarnación del mal. El populista no puede dejar de mostrar un mundo de buenos a los que apoyar y de malos a los que anular. El populista no puede dejar de dividir porque vive y crece en la fractura, en la grieta, en la polarización. Lo suyo no es la paz sino la guerra.

En América Latina los populistas de distinto pelaje eran y son habladores natos. Fidel Castro peroraba largas horas frente a una multitud entusiasta que lo escuchaba ya sea directamente o mediante la radio; Hugo Chávez siempre andaba acompañado de su equipo de televisión, desde donde tipificaba a sus enemigos de demonios que olían a azufre. Rafael Correa, en Ecuador, tenía un programa denominado La sabatina, desde donde lanzaba su filípica contra cualquiera que se atreviera a criticar a su gobierno; el argentino Javier Milei anda viajando de país en país denunciando las atrocidades del socialismo, que se reproducen hasta el infinito en las redes sociales de Internet. Los populistas y los medios de comunicación son una pareja imposible de separar.

Un caso diferente

Empero, este no es el caso del presidente boliviano Luis Arce, el populista mudo, que prefiere, cómodo, estar en una computadora frente a una hoja electrónica de Excel que dando discursos en una reunión de comunarios campesinos. O prefiere estar en la Casa Grande del Pueblo que viajando de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, predicando la buena nueva de la llegada del proceso de cambio.

Esto no es casual; es probable que Arce, en realidad, buscara distanciarse del estilo populista del expresidente Evo Morales con una estrategia de escasa aparición en los medios, proyectando una imagen ejecutiva y de trabajo. Por ello posesionó en el cargo de vocero presidencial a Jorge Richter, un politólogo de profesión y periodista de oficio que había alcanzado notoriedad en sus análisis pro-MAS en el gobierno de Jeanine Áñez, convirtiéndose, desde YouTube, en una suerte de influencer de la progresía boliviana. Se suponía que Richter podía comunicar las ideas, actividades y proyectos que anidaban en la cabeza del presidente Arce y transmitirlas al público.

Pero esto claramente no funcionó. El anuncio de renuncia al cargo de vocero de Richter por medio de un artículo (publicado en varios medios de comunicación) cuyo título, «Antes del fin», parece presagiar el hundimiento del Titanic azul, muestra claramente que la línea comunicacional del gobierno es un completo desastre.

Para peor, Arce no solo no marca línea política de manera pública sino que, cuando lo hace, es para generar mayor confusión e incertidumbre. Sostuvo que ya no hay recursos ni dinero, pero se niega en firme a reconocer la crisis económica, o, peor aún, no delinea las medidas que propondría para salir de ella, insistiendo en una industrialización a todas luces inverosímil. A la vez, sus ministros y diputados ingresan en una competencia de frivolidad y de disparates que solo profundiza el deterioro de la imagen del gobierno.

Ciertamente, el hecho de no obedecer las órdenes de Morales ha mostrado firmeza por parte de Arce. Para bien o para mal, se ha negado en seco a cambiar a sus ministros de Gobierno y de Justicia. Pero esto no ha sido suficiente. El expresidente y sus aliados poco a poco se van acomodando como angelicales defensores de la economía y de la justicia. Morales denuncia la escasez de dólares y la falta de desarrollo y anda criticando la judicialización de la política. Es un discurso no solo falso sino cínico, pero en un mundo líquido y posmoderno donde todo es verdad y todo es mentira, es posible que esta postura cale en una sociedad cansada de la política.

Bolivia vive un proceso de reconfiguración y de realineamiento político donde el MAS es el actor central y dominante. Los opositores partidarios como Comunidad Ciudadana o Creemos no tienen de qué alegrarse: el deterioro político de Arce es el fortalecimiento de Morales.

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