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La economía de la transición

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«Caminante no hay camino, se hace camino al andar«. Antonio Machado

La transición se convirtió en un tema importante con la confrontación de ideologías después de la II Guerra Mundial, y la ausencia de aproximación entre países ricos y pobres. Sea como fuere, durante estos años Occidente y el bloque comunista trataron de influir en la transición de los países del “tercer mundo” siempre buscando una economía moderna y apoyada por un fuerte crecimiento. Las recetas propuestas en los años sesenta, comprendidas las de los propios occidentales, eran de inspiración marxista. Quizá la única excepción fue la del experto en desarrollo Peter Bauer. El fuerte debate sobre la transición cambió con la llegada de Mijaíl Gorbachov durante los años ochenta con su programa de “perestroika” en la URSS. Incluso si fracasó —la perestroika intentó cambiar al régimen conservando su estructura— le proporcionó un viraje con paracaídas a la dirección de la economía soviética. Con la caída del muro de Berlín, todos comprendieron de una vez por todas que la transición era desde el socialismo hacia el capitalismo, en los países de Europa Oriental, (verbigratia: Estonia, Hungría, Polonia y Rusia). En China, Deng Xiaoping, al final de los años setenta con su famosa frase “qué importa que el gato sea negro o marrón si caza ratones”, marcó un cambio radical en la nación más poblada del mundo.

El problema fundamental de la transición es doble 

Por una parte, las instituciones tienden a beneficiar a aquellos que controlan el poder político. Y maximizan las rentas que disfrutan estos sectores, pero no a toda la sociedad. El nuevo presidente de Argentina, Javier Milei, llama a estos grupos «la casta”. Así, una sociedad puede encontrarse en una situación de pobreza general, cuando una minoría disfruta de una situación privilegiada. Los titulares del poder no tienen alguna razón o motivación para mantener una promesa de cambio. En general, es cuando se produce una grave crisis se hace posible una transición bajo la dirección de nuevos responsables que no tienen nada que perder en la destrucción del establecimiento.

Para permitir la transición de una economía en donde una minoría detenta el poder político y controla instituciones que le son favorables, hacia una sociedad más abierta, es necesario resolver esta paradoja.  Esto significa que aquellos que tienen el poder político deben ser obligados a compartirlo para poner en marcha instituciones que sean benéficas para todos los ciudadanos. La dificultad, entonces, es crear instituciones que limitarán el uso futuro del poder político sin que sus diseñadores se beneficien directamente de éstas.

Para los reformadores, que anteriormente no estaban en el poder, una solución consiste en poseer una gran credibilidad para que la población espere a que éstos mantengan sus promesas.  Estos “emprendedores institucionales”, deben demostrar su valía antes de estar en posición de tomar el poder. Generalmente, han estado en la oposición en situaciones difíciles durante años, (por ejemplo, en prisión como Václav Havel en la República Cheka.) Pueden también desvincularse del establecimiento, lo suficiente como para presentarse como críticos del pasado, como Boris Yeltsin, quien fuera un crítico de Gorbachov, y al alcanzar el poder, condujo una línea de reforma similar.  Los reformadores deben comprometerse públicamente anunciando los cambios por venir.  El presidente Carlos Andrés Pérez, quien había estado en la presidencia en años de elevados precios del petróleo, por segunda vez, había alcanzado el poder, debido a que su electorado pensaba que su sola presencia haría retornar la prosperidad. Y cuando subió las tarifas del transporte, los precios internos de la gasolina, el descontento no se hizo esperar, produciéndose una ola de saqueos y asesinatos varios días en febrero de 1989.

Durante una transición la situación puede agravarse, antes de mejorar. Por esta razón la credibilidad y la tenacidad de los reformistas es vital.

No existe modelo perfecto de transición, ya sea liderada bajo los auspicios del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, o la exitosa lograda en los años sesenta en Venezuela.  También la gente se ha olvidado de la terapia de choque aplicada por el dictador Augusto Pinochet en Chile, y que fuera continuada por los gobiernos que le sucedieron, hoy por hoy, Chile es la nación latinoamericana con menor porcentaje de población en estado de pobreza, mientras que Venezuela es la de mayor tasa de pobreza en Suramérica.

 

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