Hubo un tiempo en el que los europeos concluimos que habíamos superado la guerra, que la paz estaba garantizada en el Viejo Continente, más aún, que era un derecho consolidado. Años antes habíamos cometido las mayores insensateces y barbaridades conocidas en la historia de la humanidad.., pero de aquellas tragedias habíamos extraído importantes lecciones. Éramos, de hecho, la vanguardia de la civilización humana, capaz de integrar a Rusia y a China, entre otros, en un orden liberal y, por fin, global.
Algo salió mal. Rusia alteró su política, pasando de la aproximación a la distancia, reivindicando además un área de influencia sobre los Estados que habían formado parte de su espacio de soberanía. Moldavia, Georgia, Crimea… las crisis se sucedían y comenzamos a hablar de un «frente» oriental, que contrastaba con un «flanco» sur en el que una inestabilidad crónica nos alarmaba, ante el riesgo de que el islamismo y el crimen organizado se hicieran fuerte en la región, exportando migrantes, refugiados y yihadistas hacia nuestras costas.
De mal en peor. Los gobiernos dictatoriales, corruptos e incompetentes del Sahel se cansaron de nuestras monsergas sobre el Estado de derecho, la decencia y los valores «occidentales» y optaron por poner fin a la colaboración y por estrechar lazos con Rusia y con China. Con ello el «flanco» se transformaba en «frente», con la crisis permanente de Oriente Medio actuando de gozne entre ambos espacios, que se convertían en uno solo.
La guerra de Ucrania fue precedida por el establecimiento de un singular entendimiento entre Rusia y China. Esta última, tradicionalmente muy sensible al respeto a las fronteras establecidas, renunciaba a su discurso diplomático para reconocer derechos rusos en la crisis y establecer un vínculo entre ésta y el caso de Taiwán. Desde entonces el gobierno chino ha garantizado al de Moscú la posibilidad de exportar y de importar materias primas y bienes manufacturados fundamentales para mantener su economía en pie. El frente ganaba profundidad, estableciendo un vínculo, propio de un mundo globalizado, entre los espacios estratégicos del Atlántico y el Pacífico, pero difícil de aceptar para muchos europeos y norteamericanos.
El presidente ruso ha visitado Corea del Norte para reforzar el aprovisionamiento de capacidades militares y para firmar un tratado de mutua defensa, por el que las partes se comprometen a socorrerse en caso de conflicto con un tercero. La relación entre ambos espacios se estrecha más y más. En estos momentos el gobierno de Corea del Sur, Estado que estuvo presente en la cumbre atlántica de Madrid en la que se aprobó el vigente «concepto estratégico» de la OTAN, se debate sobre cómo reaccionar ante un tratado que condena, pero que no pueden ignorar. Se habla abiertamente de un más estrecho compromiso militar con Ucrania.
Podemos decidir darnos por no enterados de que un mundo, el nuestro, está desapareciendo a una velocidad de vértigo, pero la realidad es la que es. La seguridad también se ha globalizado. Hay un solo frente, aunque no está claro quiénes están en uno de los lados. El bloque formado por aquellos que cuestionan abiertamente el «orden liberal» sabe lo que quiere y asume el liderazgo de China. El otro bloque, donde supuestamente seguimos estando ¿por cuánto tiempo?, carece de cohesión y de liderazgo. Nuestra incoherencia asusta a nuestros potenciales aliados, que tratan de refugiarse en una complicada equidistancia.
Ha habido elecciones al Parlamento Europeo, preludio de la formación de una nueva Comisión. En breve tendremos comicios en el Reino Unido, Francia y Estados Unidos. En Alemania la crisis gubernamental puede ser inminente. Si tras este inevitable paréntesis político no somos capaces de resolver nuestras diferencias y devolver al bloque atlántico un mínimo de cohesión los problemas de verdad estarán al caer.
Artículo publicado en el diario El Debate de España
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