El retiro, según muchos autores y economistas, es una forma de ahorro. Esto es, constituye una forma de arbitraje entre el presente y el futuro. En el presente el individuo se beneficia de sus ingresos en su actividad productiva, en el futuro dejará de trabajar o producir. El problema del retiro en el largo plazo se había manejado en la familia e individualmente. En la familia, los padres mantenían a sus hijos, que más tarde tomaban a su cargo a sus padres. La baja de la natalidad, la dispersión de las familias, en los países desarrollados han desprovisto de eficacia a ese sistema. En el nivel individual, el manejo patrimonial permite capitalizar durante los años activos para disponer de ingresos provenientes del patrimonio, cuando llegó el momento del retiro.
Una forma moderna de capitalización es el seguro que permite manejar los retiros, en una forma adecuada. De esta forma los aseguradores reducen las primas integrando grupos de clientes disímiles, en los cuales la duración de la actividad, la edad del retiro y la edad de la defunción varían.
La novedad introducida en el siglo XX, por el Estado providencia ha sido la de la socialización de los retiros. La responsabilidad de la administración ha sido totalmente o parcialmente transferida de la familia a los individuos hacia organismos públicos para asegurar la “justicia social”. La socialización ha tomado diversas formas: ya sean como un verdadero monopolio del sector público bajo el control de una administración centralizada (Inglaterra, Francia), como la de una organización mixta que permite una escogencia entre público y privado (Alemania, Finlandia, Países Bajos), como la de una “protección mínima” destinada a personas sin cobertura (Estados Unidos). Pero la socialización ha sido sobre todo emprendida mediante el abandono de la lógica aseguradora por una lógica de redistribución intergeneracional , llamada algunas veces “repartición o distribución». Lo cual quiere decir que los jóvenes trabajadores activos le dan a los más viejos que se han retirado. Según las palabras del gran economista francés Frédéric Bastiat, la gente termina por considerar su pensión “no como proveniente de un fondo limitado para su propia previsión sino como una deuda de la propia sociedad”.
¿Pero puede esta deuda ser pagada?
En la mayoría de los países desarrollados el envejecimiento aumenta el número de retirados y prolonga el servicio de las pensiones, mientras que la entrada en la vida activa de los jóvenes se retrasa cada día más. Es más, la proporción entre cotizantes y pensionados se reduce sin cesar. Por otra parte, el sistema de reparto es costoso puesto que no tiene las ganancias de una capitalización. La administración se parece a la de una caja registradora, “pague mientras pueda”.
Ante el desequilibrio de estas finanzas previsionales se presentan reformas. Las más frecuentes son el retroceso de la edad de retiro: si antes se retiraba a los 60 años, ahora se retira a los 65 años, aumentan las cotizaciones y se reducen las pensiones. Pero éstas no evitan la explosión o la crisis, sino que retardan el proceso. En contraste, otras reformas denominadas “sistémicas” introducen dosis de capitalización y retornan a una lógica aseguradora. Se ha alcanzado “una doble carga”, yuxtaponiendo los costos crecientes de un retiro por repartición deficiente, a los costos de un seguro por capitalización como medida de refuerzo.
La verdadera reforma consiste en una transición total de la repartición hacia la capitalización.
La escogencia se tiene que hacer entre terapia de choque o gradualismo. Ya José Piñera logró exitosamente en una generación la transición en Chile. Actualmente, más de 11 millones de chilenos cotizan dentro del marco de unas administradoras privadas de fondos de pensión. En el año 2008 el gobierno de Argentina traspasó los fondos privados de pensión al fisco y en la actualidad —según ciertos parámetros— el peor sistema de pensiones en América Latina es precisamente el de Argentina (tarea pendiente para el presidente Javier Milei). Siguiendo los pasos de Piñera, Peter Ferrara y Michael Tanner del Instituto Cato, han inspirado el proyecto “6,2%» presentado al Congreso norteamericano por los senadores Johnson y Flake. En contraste, Martin Feldstein propone una transición gradual sobre 71 años. El éxito de una terapia de choque se explica básicamente por la masa de ahorros disponibles para el crecimiento. Con una tasa superior al 10%, los sacrificios impuestos a los asegurados son más tolerables y la porción de las cotizaciones mayor. La reforma de las pensiones de retiro son así una incitación al trabajo, la propiedad y a la responsabilidad de cada persona libre de preparar su futuro.
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