«Speak father, speak to your little boy / Or else I shall be lost» (WILLIAM BLAKE)
Vamos a decir que esto sucedía en un espacio babélico y virtual donde todo el mundo dice lo que le da la gana, habla, escribe, da las gracias, ofende, hiere o pide disculpas. Tan sencillo como haber nacido en esta era internetiana, disponer de smartphone, tener una cuenta activa en Twitter/X y querer participar. Somos, ya lo sabe usted, una sociedad expectante de espectadores. Lo que nos entretiene es ver la vida en una pantalla: un baile gracioso, el tropiezo de un famoso en el escenario, ese lapsus de un político que no nos gusta, rifirrafes y desafíos como aquel que consistía en lanzar una botella al aire provocando un giro vertical sobre sí misma para comprobar que cae de pie.
El martes, 4 de junio fuimos testigos de una escena violenta y desagradable entre dos hombres. Por un lado, el humorista Jaime Caravaca y por el otro, Alberto Pugilato. Del último se dice que es activista de un grupo de extrema derecha. En la red social más conflictiva del siglo, Pugilato publica un tuit con su hijo de tres meses y la frase «Felicidad y orgullo». El monologuista, conectado en la misma red social, da una réplica pasada de rosca, obscena y totalmente fuera de lugar en la que compromete de manera absurda la inocencia del bebé y la buena fe del padre orgulloso de su hijo. El periodista Juan Soto Ivars lo cuenta y analiza en este artículo: «A veces los límites del humor son dos hostias en la cara», Juan Soto Ivars (El Confidencial, 4.6.2024)*
Y a mí todo esto me hace pensar. Pienso en cómo nos podemos equivocar en casi todo por hablar de más. Parecemos incapaces de no opinar de todo, incluso de lo que desconocemos. Sé que un cómico vive de hacer reír a la gente; no obstante, atacar la pureza de un crío que ni siquiera sabe de ti es un abuso y una crueldad que solo hace una persona que no es normal. En el caso de los monologuistas, uno cree que tendrían que saber dónde y cómo detenerse en su país de Jauja para hacer gracia sin hacer herida. Seré un bicho raro, pero recuerdo que la primera vez que entré a conducir un vehículo de motor quise saber antes de nada cómo se frenaba aquello. Esa fue mi primera preocupación. Esa fue mi primera lección.
Caravaca y Pugilato se enzarzan en una pelea verbal que se convierte horas más tarde en un enfrentamiento físico en vivo durante una actuación del comediante. Pugilato se acerca a él y le golpea. Caravaca trata de protegerse levantando un pie. El primero le golpea otra vez. Luego se detiene. Ve una cámara. La escena queda grabada y aparece publicada en un vídeo en la red del pajarito azul. Lo más extraño del caso fue que en una vuelta de tuerca más, como también cuenta Soto Ivars, los dos hombres ponen fin a la disputa, disculpándose uno y aceptando las disculpas el otro. Esto es lo deseable siempre, pero esto que ha ocurrido finalmente no sucede casi nunca. Jaime Caravaca parecía un caballo desbocado y Alberto Pugilato un extremista nazi (así le denominan en redes sociales).
Quien crea que la libertad carece de límites se equivoca. Sin límites no habría normas, no habría buenos modales ni cortesía. El final de este entuerto fue bueno porque los dos pensaron en el respeto y el bien del otro, es decir, hubo límites, buenos modales y cortesía. Hay que respetar y entender la inocencia de un niño y dejar que la vida nos regale experiencia, si llega a regalárnosla. No nos volvamos tontos imaginando que un niño es un adulto ni un adulto puede comportarse como un crío. Al igual que las estaciones del año, las diferentes edades del hombre siguen un ciclo.
Quiero advertirle, querido lector, que a pesar de todo, a pesar de lo bien que cerraron el incidente estos dos hombres, todavía hay opinadores castigando con sus comentarios a uno y otro, dependiendo de la terca ideología de quien opina, o dicho de otro modo, dependiendo de su singular estulticia.
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* elconfidencial.com/A veces dos hostias…/Juan Soto Ivars
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