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Ramón Espinasa

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Por LOURDES MELGAR

Hacia finales de 1997, principios de 1998, se inició el colapso de los precios del petróleo, que llevaría en febrero de 1999 al nivel más bajo para la mezcla mexicana de exportación, con el crudo Maya rondando los 4,5 dólares por barril, mientras que el WTI llegó a cotizar a 11,38 dólares por barril. México venía saliendo de una profunda crisis económica, conocida como la «crisis del tequila». La perspectiva era poco alentadora para un gobierno cuyo presupuesto federal dependía en un 40% de los ingresos petroleros. El pragmatismo se impuso. El país de los tratados de libre comercio, miembro de la OCDE, buscó a su socio estratégico del Grupo de los Tres y del Acuerdo de San José, para entablar un diálogo sobre las perspectivas del mercado petrolero internacional. México tenía claro que las tensiones entre miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) llevarían a una guerra de precios, de la cual todos saldrían perdedores. Cualquier solución pasaba por Venezuela.

Así, a mediados de enero de 1998, el secretario de Energía de México, Luis Téllez Kuenzler, y el director general de Petróleos Mexicanos, Adrián Lajous Vargas, partieron a Caracas. Siendo responsable de los asuntos internacionales en la Secretaría de Energía, tuve el privilegio de participar desde el inicio en el esfuerzo de estabilización del mercado petrolero internacional, orquestado por México, Venezuela, Arabia Saudita y Noruega. Es en ese contexto en el que (re)conocí a Ramón Espinasa, con quien creo haber coincidido en misiones anteriores a Venezuela, pero a quien realmente traté en ese tiempo, previo a la llegada de Hugo Chávez, en que Venezuela se adelantó al resto de América Latina en los debates y diseños de apertura de la industria petrolera.

Pensar en Ramón Espinasa pasa por recordar su cálida sonrisa, su mirada profunda, su escucha atenta, su sencillez, su sabiduría. Conversar con Ramón era aprender de petróleo, de mercados, de renta petrolera, de economía política. Debatir con Ramón era imaginar alternativas para luego verlas hechas realidad. Tuve la fortuna de coincidir con él en una época de oro de la industria petrolera venezolana, en un momento en el que, desde México, veíamos con curiosidad y algo de asombro lo que sucedía en la tierra de Bolívar.

De sus presentaciones e intervenciones aprendí sobre las complejidades del mercado petrolero internacional, la relevancia de la geopolítica, la importancia del análisis a fondo de la economía política de los actores, el uso de la renta petrolera, las formas de administrar esa riqueza, las consideraciones que se dejaban de lado. Era un lujo para mí, recién iniciada en el tema energético, escuchar clases maestras del economista en jefe de Pdvsa, quien exponía con brillantez y generosidad sus análisis del mercado. Pocos analistas han tenido su profundidad y claridad.

Durante ese año de 1998, las reuniones de análisis, definición de estrategia y de negociación para estabilizar el mercado petrolero eran constantes. Así, se fueron tejiendo a la conversación otros temas. Venezuela estaba inmersa en su proceso de Apertura Petrolera, del cual Ramón Espinasa era considerado padre intelectual. En México, donde desde 1938 el tema petrolero ha estado ligado al de soberanía nacional, lo que sucedía en Venezuela era visto como un acto atrevido que, en boca de ciertos actores, era un simple proceso privatizador, pero que en voz del economista político Espinasa tomaba otra dimensión. Espinasa abogaba por una industria petrolera que generara desarrollo, que fuera motor de transformación en beneficio de la sociedad y no sólo una fuente de ingresos para el gobierno.

En ese momento, estaba lejos de imaginar lo que me deparaba el destino. En retrospectiva pienso que, sin saberlo, esas conversaciones, por momentos animosos debates, sobre el diseño y arquitectura de la industria petrolera, sembraron en mí la curiosidad y la posibilidad de considerar alternativas que tres lustros después influirían en la reforma energética mexicana. Es curioso, pues a finales de los años 1990 me encontraba mucho más cercana del joven Espinasa que defendía la visión estatista, que del diseñador de la transformación de la industria petrolera venezolana. Con un desfase de tiempo, quizás propio de la diferencia de edad, pero más bien moldeado por los contextos y retos técnicos que nos tocó enfrentar, llegamos a la misma conclusión: a la necesidad de ser pragmáticos para darle viabilidad a una industria estratégica para el desarrollo de nuestros países. Coincidíamos en ser más académicos y técnicos que políticos, en anhelar lo mejor para nuestro país y pueblo.

Durante varios años le perdí la pista a Ramón. Chávez había ganado las elecciones en Venezuela. La persecución contra Luis Giusti y su equipo fue implacable. Ramón, nieto de refugiados de la guerra civil española, inició su propio exilio. Por mi parte, seguí adentrándome en los temas energéticos, llegando a ocupar la Subsecretaría de Electricidad (2012-2014) y la Subsecretaría de Hidrocarburos (2014-2016) durante la etapa de diseño, negociación e instrumentación de la Reforma Energética mexicana. En términos de visión, el modelo mexicano coincidía con el de Espinasa en la necesidad de contar con instituciones y regulación fuertes, lo que se tradujo en el fortalecimiento de la rectoría del Estado, la refundación de la Comisión Nacional de Hidrocarburos, la creación de la Agencia Nacional de Seguridad Industrial y Medio Ambiente del sector Hidrocarburos (ASEA). Casi dos décadas habían pasado desde la apertura venezolana. Se contaba con un balance de lo que había funcionado y lo que había que afinar. Si bien para 2012-2013 los referentes en América Latina eran Brasil y Colombia, quedaba el registro de los resultados iniciales de un proceso de vida corta, pero significativo en Venezuela.

En la primavera de 2017 recibí una invitación para participar en el Primer encuentro para la construcción de una visión regional para las industrias extractivas de América Latina y el Caribe, organizado por la Iniciativa para el Sector Extractivo del Banco Interamericano de Desarrollo. Impensable no participar sabiendo que Ramón Espinasa era quien estaba detrás de ese imprescindible ejercicio de reflexión. Para delinear una visión regional, congregó a especialistas en energía y minería de casi todos los países de la región, exjefes de Estado, exfuncionarios públicos, líderes empresariales, representantes de organismos internacionales, sindicalistas, indígenas, hombres y mujeres comprometidos con innovar para dar viabilidad de largo alcance al desarrollo de la riqueza minera y energética de América Latina. En ese proceso, descubrí al extraordinario mediador, al hombre sensible y empático, al amigo.

En términos intelectuales, los debates fueron ricos, siempre respetuosos y constructivos. Ramón le imprimió su sello y permitió que una idea inicial evolucionara para capturar la diversidad de experiencias y enfoques del grupo. Fue un ejercicio de diálogo, de escucha, de construcción. No trató de imponer una visión preconcebida, dando muestra de su curiosidad intelectual y voluntad de estar abierto a otras ideas. Hasta entonces, mis conversaciones con él habían versado en torno a la industria petrolera, con un enfoque tradicional del tema. Ahora debatíamos sobre el peso a darle al impacto social en el diseño de estrategias y políticas para las industrias extractivas, y sobre el futuro del petróleo en el contexto del cambio climático. Ramón, ecuánime, escuchaba, y dejaba caer una pregunta o reflexión que nos alejaba de los dogmas. Reconozco en él esa capacidad de adaptarse a los tiempos, de evolucionar el pensamiento.

No hubo conversación de la que no saliera una idea a considerar, un deseo de profundizar en la reflexión. Pasamos del mundo del petróleo al de la energía, de la extracción de petróleo a los retos de la minería. En grupo, recorrimos el continente. De las arduas sesiones de trabajo, pasábamos a la convivencia con bonhomía. Un día recibimos la noticia de su enfermedad; otro, la de su partida. Se hizo el esfuerzo de concluir el trabajo, de honrar su memoria. Faltó su toque mágico, faltó su energía para lograr esa gran transformación.

En la última etapa de nuestra relación, conocí a Ramón, el amigo entrañable. Compartíamos la experiencia de ser descendientes del exilio español. Me hablaba de la familia que tenía en México y de cómo el azar hizo que sus padres se quedasen en Venezuela, donde nacería él. Conocer más acerca de sus orígenes, su familia, su amor por Venezuela, su pasión por aportar a construir un mundo mejor me hizo entender lo que había detrás de sus ideas, de su visión.

El legado de Ramón Espinasa es un referente imprescindible para entender los retos de la economía política de los países latinoamericanos ricos en petróleo y en minerales. Su enfoque, visión y propuestas deben considerarse para diseñar políticas innovadoras que generen desarrollo con justicia social. Sus aportaciones al análisis del mercado petrolero internacional y al rediseño y transformación de la industria petrolera siguen vigentes.

*Lourdes Melgar es Académica No Residente del Centro de Energía  del Instituto Baker e Investigadora del Centro de Investigación Colectiva del Instituto de Tecnología de Massachusetts. Fue subsecretaria de Energía para Hidrocarburos de México y miembro de la Junta Directiva de PEMEX.


Los textos del volumen en homenaje a Ramón Espinasa

-Presentación, de Luis Alberto Moreno Mejía.

-Introducción, de Luis A. Pacheco.

-Ramón Espinasa Vendrell: su huella, de Maite Espinasa Vilanova.

-A setenta y cinco años de los acuerdos de 1943. Lecciones y propuestas para la reconstrucción del sector petrolero, de Ramón Espinasa Vendrell.

-El destino de la renta, de Osmel E. Manzano M.

-¿Qué impulsa (ahora) a América Latina y el Caribe?, de Carlos G. Sucre.

-La industria petrolera de América Latina en la transición energética: un cambio de paradigma, de Francisco Monaldi, Luisa Palacios y Cristopher De Luca.

-Alpargata, cubalibre y playa: ¿cuándo el petróleo es una bendición y cuándo una maldición?, de Roberto Rigobón y Ramón Espinasa (en espíritu).

-Prosperidad en una Venezuela posrentista: ¿una quimera?, de Ruth de Krivoy.

-El marco institucional del sector petrolero venezolano y el derecho administrativo, de José Ignacio Hernández G.

-Recursos mineros, tecnología, medioambiente e inclusión: una oportunidad para América Latina en el siglo XXI, de Carlota Pérez.

-El sector extractivo (SE) en América Latina y el Caribe: plataforma de desarrollo sostenible, de Álvaro García H.

-El constructor de puentes, de Juan Szabo.

-Ramón Espinasa, de Lourdes Melgar.

*Energía, institucionalidad y desarrollo en América Latina. El legado de Ramón J. Espinasa Vendrell. Editor: Luis A. Pacheco. Textos de Luis Alberto Moreno Mejía, Luis A. Pacheco, Maite Espinasa Vilanova, Ramón J. Espinasa Vendrell, Osmel E. Manzano M., Carlos G. Sucre, Francisco Monaldi, Luisa Palacios, Christopher De Luca, Roberto Rigobón, Ruth de Krivoy, José Ignacio Hernández G., Carlota Pérez, Álvaro García H., Juan M. Szabo y Lourdes Melgar. Editorial Alfa, 2024.

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