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El síndrome Alvise

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Hace algún tiempo leí una frase cuyo autor no recuerdo que decía que la única predicción acertada sobre el futuro es que siempre nos sorprende. Nada sucede según lo previsto. El cambio se acelera y la volatilidad gobierna nuestras vidas.

Hace un par de meses, nadie imaginaba que un «outsider» como Alvise Pérez, un hombre de 34 años sin partido ni estructura política, fuera capaz de sacar 800.000 votos en unas elecciones nacionales, obteniendo el mismo nivel de apoyo que Sumar.

No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que el ascenso de Alvise está muy vinculado al descontento con los partidos tradicionales que, aunque han aguantado el tipo en los comicios, sufren una erosión por sus prácticas clientelares y por su incapacidad de asumir una regeneración ética.

PSOE y PP son hoy maquinarias de poder, que funcionan de arriba hacia abajo y que van perdiendo la conexión con las bases mientras se agudiza la escenificación de un enfrentamiento artificial, que no responde a la realidad social. En el contexto de mundo globalizado y sujeto a un frenético cambio tecnológico, muchos ciudadanos tanto en España como en Europa depositan su fe en líderes que ofrecen soluciones simples a los problemas complejos. Prometen el retorno a un paraíso perdido y apelan a las emociones y no a las razones.

La eclosión de Alvise, el crecimiento de Vox, el triunfo de la derecha radical en Francia e Italia y la emergencia de líderes como Bardella, el candidato de Le Pen, son el resultado del desencanto con los partidos tradicionales y de su incapacidad para ilusionar al electorado.

En lugar de hacer una autocrítica sobre su manera de gobernar, Sánchez se aferra al poder como una lapa e intenta convertir todas sus derrotas en victorias. No le importa contradecirse y traicionar sus promesas porque todo está justificado por frenar a la derecha, un eslogan cada vez menos creíble.

La irrupción de Alvise en la escena política no es una anécdota. Por el contrario, es el resultado de una corriente subterránea que va aumentando su caudal y que puede arrastrar a la democracia cristiana y a los socialistas, los dos bloques que han gobernado Europa desde 1945.

Lo más inquietante es que PSOE y PP no quieren enterarse de este fenómeno porque prefieren seguir instalados en su cómoda dinámica. Para ellos, el infierno es el otro. Es mucho más fácil echar la culpa de todos los males al adversario que reconocer su impotencia para afrontar problemas como la inmigración, la desigualdad, el cambio climático o la deslocalización industrial.

Esta tierra de cultivo alienta el crecimiento de los ‘alvises’, que se nutren del lamentable espectáculo de unos partidos ensimismados en la lucha por el poder y de su incapacidad de regenerarse. Sí, son buenos tiempos para los sofistas y los demagogos.

Artículo publicado en el diario ABC de España

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