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Fina Torres: “El desequilibrio de las relaciones entre hombres y mujeres siempre me afectó”

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Para Fina Torres ha sido una sorpresa el homenaje que el Festival del Cine Venezolano le ha preparado en su vigésima edición, que se realizará del 16 al 20 de junio en la isla de Margarita luego de ser organizado dos años seguidos en la ciudad de Mérida, su capital tradicional.

Realizadora de filmes como Oriana, que ganó en 1985 el Cámara de Oro del Festival de Cannes, Mecánicas celestes o Woman on Top, en la que dirigió a la ganadora del Oscar Penélope Cruz, Torres se siente conmovida particularmente porque recibe este homenaje el mismo año en que murió Margot Benacerraf, quien influyó de manera significativa en su carrera.

«Fue una persona tan importante para el cine venezolano, para el cine de mujeres, como ejemplo, pionera, tan talentosa, abrió tantos caminos. Siento que el homenaje debería ser para Margot y no para mí. Aunque creo que también se lo harán a ella», expresó la cineasta, que actualmente trabaja en un documental titulado Tierra adentro junto con la periodista Ana María Khan.

A sus 72 años de edad, Torres tiene la ilusión de seguir haciendo películas si el tiempo y las ideas están de su lado. «Lo curioso de la edad es que uno no está consciente de su edad. Tengo la suerte de que físicamente estoy perfecta. Tengo muy buenos genes, vivo en la Ciudad de México y monto bicicleta por las calles. Entonces realmente no he sentido eso que llaman los achaques de la edad».

Hoy, si se hace una comparación con la época en la que se estrenó Oriana, ha habido avances en el cine para las mujeres, consideró la directora. Mencionó ejemplos, refiriéndose al cine comercial, como Barbie de Greta Gerwig o, para ampliar la visión geográfica, el hecho de que haya muchas directoras en Europa o América Latina. «Siento que eso está cambiando muchísimo, ya no es tan machista como antes. Puedo estar equivocada. Imagínate, yo tengo 72 años, mira lo que he visto. En todas estas décadas el mundo occidental ha ido cambiando».

Fina Torres | Autorretrato

—¿Qué significa para usted el Festival del Cine Venezolano?

—El hecho de que anualmente se haga un festival de cine venezolano es fundamental. El cine es un arte comunicacional y es importantísimo que las películas tengan espacios para ser vistas. Hay unas películas que ni siquiera tienen la suerte de distribuirse, o se distribuyen en canales muy cerrados. Es fundamental para los cineastas venezolanos tener un festival donde se exhiban todas las películas que se han producido ese año, o quizás filmes de años anteriores que no han tenido salida. Que se pueda hablar de ellas y puedan exponerse me parece fundamental porque, como sabemos, en el país las cosas no son tan fáciles.

Oriana se estrenó en 1985 y ganó el Cámara de Oro de Cannes: está a punto de cumplir 40 años. ¿Cómo recuerda la época en que realizó el filme?

—Con mucha emoción. Fue mi primera película y cuando uno está joven la ilusión, la esperanza, el convencimiento y la fe te dan mucha fuerza. Lo recuerdo todo como algo mágico, con muchas dificultades, obstáculos, tropiezos, grandes aprendizajes. Uno está bastante novel cuando hace su primera película. Fue una experiencia maravillosa, la gente que trabajó conmigo fue maravillosa, éramos todos súper jóvenes. Yo tenía 33, pero mi productora tenía 25 años. O sea, éramos realmente muy jovencitos y, sin embargo, teníamos ese convencimiento, esa fuerza, esa fe y esa emoción que hace que todos los obstáculos los puedas derribar. Después, con la experiencia, uno pierde un poco esa frescura. Hacer tu primera película es una experiencia maravillosa, y si además tienes la suerte de ganarte un premio importante o algo así, bueno, la experiencia es aún más maravillosa. También tiene su contraparte: ganarse un premio importante con la primera película te pone las expectativas muy altas, no es fácil pasar a la segunda.

—¿Y cómo recuerda ese momento en que ganó el Cámara de Oro de Cannes?

—La película fue seleccionada en la categoría Una cierta mirada, una selección oficial que no es competitiva. No es como Margot, que su película Araya estuvo en competencia oficial, eso ya es un premio. Es como decir las nominaciones al Oscar. Te nominan al Oscar para que compitas. En Cannes igual. Si te ponen en competencia oficial es porque es una nominación y de ahí hay como 10 películas y alguna de ellas se llevará algunos de los premios. Lo de Margot, en 1959, compitiendo con gente como Truffaut y Alain Resnais, siendo mujer en una época en la que las mujeres brillaban por su ausencia, es algo increíble. Yo estuve en una selección oficial, no competitiva, pero como era mi ópera prima competía en la sección de óperas primas, que es por el Cámara de Oro.

—¿El recibir un premio tan importante le impactó e influyó en las expectativas?

—Al momento muy feliz. Una emoción por ti, por tu trabajo, la gente que trabajó contigo, por tu país. La contraparte es que todo el mundo empieza a decir, y uno mismo también, «la próxima tiene que ser mejor». Esa presión hace que uno sienta que nunca va a ser mejor. Esa la pegué, pero no sabía si la próxima la iba a pegar. Uno se atormenta mucho y pierde tiempo por ese miedo a no estar a la altura de lo que la gente espera.

—Pero siguió haciendo cine.

—Ciertamente, pero me tardé nueve años. Entre Oriana y Mecánicas celestes fueron nueve años. Claro, hice otras cosas, hice publicidad, trabajos institucionales, siempre seguí trabajando en cine de alguna manera, pero me daba mucho miedo hacer la segunda película.

Varios de los temas que aborda Oriana se mantienen vigentes hoy día, aunque en la época de su estreno pudieron ser más controversiales. ¿Sí percibe una apertura a la hora de hablar de la opresión de la mujer, el patriarcado o el incesto?

—Mis películas, salvo Woman on Top, una comedia por encargo americana, siempre tuvieron la necesidad de expresar una profunda inconformidad con la situación de la mujer en la sociedad patriarcal. Siempre fue algo que me afectó profundamente, porque afectó mi vida personal. Yo tenía hermanos varones y veía la diferencia, y eso que mis padres eran maravillosos. Pero mis hermanos tenían unas libertades y prerrogativas que yo, por ser mujer, no podía tener, eso me daba mucha rabia. Creo que ese desequilibrio entre las relaciones de hombres y mujeres en la sociedad siempre me afectó muchísimo. Mis películas, creo que de manera inconsciente, siempre hablan de esos temas. Por ejemplo, en Oriana se aborda la transgresión de las mujeres ante la sociedad patriarcal tan extrema que se refleja en la vida de una hacienda venezolana a principios del siglo XX, es un reflejo de la sociedad venezolana de esos tiempos.

—¿Cómo fue el proceso de remasterización de Oriana? ¿Otras películas suyas han pasado por un proceso similar?

—Eso para mí es una tragedia. Porque digitalizar el negativo original, el celuloide, es un proceso muy caro. Con Oriana tuve la suerte de que el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC) hizo un acuerdo con un laboratorio argentino, así que varias películas venezolanas en celuloide tuvieron la posibilidad de ser digitalizadas. La mala suerte fue que, no sé por qué extraña razón, a mí me la digitalizaron malísimo, con unos errores digitales, pero en Venezuela existe un hombre maravilloso que se llama Daniel Goldschlager, que es un genio, y con inteligencia artificial logró resolver el problema del ruido que tenía la película y quedó un negativo digital más o menos potable. No tan bueno como hubiera podido ser, pero por lo menos cumple con un mínimo de calidad.

—Entiendo que actualmente realiza una película llamada Tierra adentro. ¿De qué se trata y cuándo podremos verla?

—Es un documental que estoy haciendo con Ana María Khan, una periodista muy amiga mía. Nosotras empezamos con este proyecto en 2016, es sobre agricultura, productos venezolanos y sus productores. Pero el país ha tenido cambios tan vertiginosos del 16 al 23 que los temas han ido cambiando, por eso nos hemos tardado mucho. Hemos filmado en 2016, 2018, 2020. Con los mismos personajes, y ha habido un cambio notorio, lo que le ha dado más peso porque ves el cambio en la gente. Sin querer hacer un panfleto político, porque yo no soy panfletaria, es una visión del país, un país que añoramos, un país que existe, que está un poco herido, pero que tiene la esperanza de salir adelante.

—¿Está centrado en trabajadores de la tierra como agricultores o campesinos?

—Sí, y lo basamos en cuatro productos: el cacao, el cocuy, el ají dulce margariteño y los quesos de búfala de Apure. Es muy variado porque, por ejemplo, el cocuy es un producto que se fabrica a partir del agave cocuyero, pero el cacao es un trabajo agrícola porque se planta, se recoge, y hay todo un proceso para que la semilla del cacao pueda producir chocolate, toda la producción del chocolate es un capítulo aparte. Y el ají margariteño es también un producto agrícola, es un elemento básico para la cocina venezolana. Es variado dentro de la nota agrícola – pecuaria, porque el queso de búfala es a partir de las búfalas. Son como cuatro puntos cardinales venezolanos: Apure, el sur, Pecaya, que está en Falcón, Margarita, en oriente, y el cacao, que está en varias regiones diferentes, en Paria, en el centro, en Barlovento y Chuao.

—¿Cómo se comienza a interesar por estos temas?

—Nosotros tenemos productos maravillosos. Con un potencial gastronómico increíble. Pero estaba esa cosa venezolana que teníamos de que lo venezolano no tenía tanto valor como lo extranjero. Recuerdo que un señor canadiense fue uno de los primeros que agarró productos venezolanos y los puso en un lugar de honor: el casabe, los quesos de cabra, el cocuy, y entonces esta amiga mía periodista, Ana María Khan, y yo comentábamos lo interesante que es que sea un extranjero quien le da ese valor increíble a nuestros productos. Ahí nos empezamos a interesar. Claro, desde hace 15 o 10 años ha habido una emoción venezolana hacia la gastronomía nacional, hasta con sociólogos y antropólogos, para reivindicar el valor de nuestros productos y nuestra gastronomía como parte profunda de nuestra identidad.

—¿Qué percepción tiene del cine venezolano actual?

—Me parece que el cine venezolano está avanzando a pasos agigantados. Ha habido películas venezolanas que han triunfado en festivales que son clase A, como en San Sebastián o el Festival de Venecia, y hay películas que han sido taquilleras y han salido en circuitos comerciales. Independientemente de si me gustan o no, no estoy hablando de mis gustos personales sino de la importancia de la difusión del cine venezolano, como el caso de la película Simón. Siento que los cineastas venezolanos de un tiempo para acá se han preocupado mucho no solo de lo que quieren decir sino de cómo lo están diciendo, eso es muy interesante: la forma. Cómo están trabajando la forma, cuidando la forma, buscando una forma elaborada de decir las cosas con su personalidad; me parece súper interesante. Es una de las cosas que me interesan del festival de Margarita: ver justamente la producción del año 2023.

—¿Qué le falta al cine venezolano?

—Para nosotros los cineastas venezolanos el CNAC es fundamental. Es el apoyo fundamental con el que nosotros podemos realmente soñar con hacer películas. Desde hace uno o dos años para acá, Carlos Azpúrua lo ha movido y lo ha hecho funcionar y realmente están saliendo películas. Diría, como decía Orson Welles, que el cine necesita dinero. No digo que necesita fortuna, necesita una base de dinero porque cuesta caro. Un equipo, el trabajo y la filmación cuestan dinero. Sin dinero es bastante difícil hacer películas. Si me preguntas, creo que a nivel formal, a nivel de temas, formas, propuestas, el cine venezolano está muy bien. Lo que creo que necesita es apoyo económico para que los cineastas sigan haciendo sus películas.

—A pesar de que ha habido avances, son pocas todavía las directoras que vemos nominadas por la Academia en Estados Unidos. ¿Cree que ha habido avances si hacemos una comparación con la época en que estrenó Oriana?

—Siento que depende de los países. En Estados Unidos, parece mentira, porque supuestamente es un país progresista y liberal, la industria cinematográfica ahora es que está empezando a abrirse. Antes había una cosa que llamaban the boys club, el club de los muchachos, porque a las mujeres les daban muy pocas posibilidades. Eso ha cambiado mucho estos últimos años. Desde hace cinco o siete años vemos que hay más mujeres trabajando en los estudios, vimos a Greta Gerwig, que hizo Barbie, una película millonaria que rompió los box office. Pero en Europa hay muchísimas más mujeres cineastas, en América Latina también. Siento que eso está cambiando muchísimo, ya no es tan machista como antes. Aunque puedo estar equivocada. Imagínate, yo tengo 72 años, mira lo que he visto: en todas estas décadas el mundo occidental ha ido cambiando, se ha ido abriendo, todo lo que está pasando con el movimiento LGBTIQ+, en todo, cómo empieza a manifestarse en medios, películas, series de televisión y van agarrando espacios. Creo que de alguna manera van cambiando un poquito la mentalidad de la gente. Hay una invitación a la apertura de los espíritus. Pero todavía no está todo logrado, aún hay mucha tela que cortar.

—¿A los 72 años tiene muchos proyectos por hacer?

—Lo curioso de la edad es que uno no está consciente de su edad. Tengo la suerte de que físicamente estoy perfecta. Tengo muy buenos genes, vivo en la Ciudad de México y monto bicicleta por las calles, entonces realmente no he sentido eso que llaman los achaques de la edad. Sigo pensando como cuando tenía 50 o 40 años, no he cambiado. La edad la siento no por mí, sino por cómo la gente me mira. Tengo la ilusión de que haré otras películas, lo que el tiempo y la cabeza me den.

—¿Sigue yendo a la sala de cine cuando se estrena un filme o prefiere esperar a que esté en streaming?

—Ahí soy radical, me gusta ver las películas en cine. Solo acudo a la televisión, al streaming, cuando me es imposible verla en cine. No puedo comparar lo que es ver una película en un buen cine a ver el streaming. Puede que el contenido te llegue, pero no es la misma experiencia, para nada.

—En menos de un año se han ido importantes figuras de nuestro cine: Margot Benacerraf, Román Chalbaud, César Bolívar. ¿Qué dice del legado de esos cineastas?

—Importantísimo. Lo que me parece interesante es que cada uno, con su personalidad, contenido, con su forma, tanto Chalbaud como César y Margot, marcaron a los cineastas que los siguieron. A mí me marcó muchísimo Margot. Para mí Margot fue un ejemplo. Fue importantísima en mi vida. Si Margot no hubiera existido a lo mejor yo no hubiera hecho cine, no por no tener ganas, sino porque me hubiera parecido imposible que una mujer tuviera acceso al cine. Y mucho menos que tuviera acceso al famoso Idhec (Instituto de Altos Estudios Cinematográficos), donde estudió Margot. Eso es una anécdota interesantísima. Cuando era niña, en mi casa comentaban de Margot, de esa mujer tan extraordinaria, tan particular. Ya el cine era una cosa loca en Venezuela, el cine venía de afuera, pero no se hacía en Venezuela, era una cosa rarísima. Como si fuera un astronauta, una cosa fuera de lo normal. Margot, con su carrera internacional, fue pionera. Cuando descubrí que quería hacer cine yo dije que quería estudiar en el Idhec, en esa época la mejor escuela de cine del mundo. Tenía como 14 o 15 años cuando fui a la Embajada de Francia a hablar con el encargado cultural para preguntar las posibilidades o qué debía hacer. Me dijeron que era imposible, que entraban cuatro extranjeros al año, que eso era dificilísimo. Yo pensé simplemente que si Margot lo había logrado por qué yo no. Claro, me preparé y me preparé. Cuando fui a París y pasé los exámenes, por suerte, porque eso también es una lotería, pensé que si no hubiera sido por Margot no lo hubiese logrado. Y ni te cuento de la forma, el cine de Margot para mí fue clave. Porque es un cine donde la forma es muy importante. Tan importante como el contenido.

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