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Virginia Woolf: “Los libros de segunda mano son libros salvajes”

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Por NELSON RIVERA

Sigamos los procedimientos del ensayo con que arranca el libro: Ruta callejera. Comparte su motivación: quiere comprar un lápiz de mina. La búsqueda hace posible disfrutar del placer invernal de pasear por Londres. Cualquier pretexto es una buena causa. Anota la hora: entre el té y la cena. Cada hora tiene un color. Con el declive de la luz “ya no somos en absoluto nosotros mismos”. Camina y toma nota de las particularidades, de los movimientos que se producen en la calle, siempre en tensión con la soledad que ha dejado en su casa.

Cuando la narración está a punto de alcanzar un punto muerto, el ataque Virginia Woolf: el brillo de una frase improbable o una escena proveniente de su imaginación. A menudo esa escena proviene de uno de los fondos más habitados de su inteligencia creativa: lo posible, lo que podría ocurrir, el tal vez, el acaso, los quien sabe si, con que crea momentos que cautivan al lector, hasta el instante en que, también de forma súbita, nos devuelve a la realidad: “Al pasar al lado de la verja de hierro, uno siente esos leves crujidos y susurros de hojas y ramitas que parecen intuir el silencio de los campos de todo alrededor, el ulular de un búho y, muy a lo lejos, el traqueteo de un tren en el valle. Pero nos recuerdan que esto es Londres”.

Y sigue: imagina lo que hay en las proximidades; suma a la narración las imágenes sorpresivas; ante ciertos hechos, en los que los sentidos resultan limitados, hay que detenerse para “escarbar más de lo que la vista aprueba”. La escena de una enana que entra en una zapatería acompañada de dos mujeres, desata el impulso de la narradora: “Nos detenemos ante la puerta de una zapatería y nos inventamos cualquier pequeña excusa, que nada tiene que ver con el motivo real, para apartarnos de la reluciente parafernalia de las calles y retirarnos a una estancia más oscura del ser donde quizá nos preguntemos, mientras levantamos el pie obedientemente sobre la banqueta: “¿Y cómo es, pues, ser una enana?”.

De las personas, Woolf crea personajes callejeros. De los simples datos que captura con sus sentidos (provenientes de una Londres que tiene algo de esperpéntico), arma momentos de fantasía —no muy extensos—, para regresar, sin preámbulos, a la realidad de su paseo. Cualquier incidente le sirve para dibujar una atmósfera. Especula. Se hace preguntas que no tienen respuesta. Ejercita sus juegos mentales. Advierte: no es paseante el portador de los absurdos. Es la ciudad la que los contiene a cada paso. Elogia los matices de lo humano, las variaciones del yo ante los distintos estímulos, y así llega a la calle donde están las librerías de viejo: “Los libros de segunda mano son libros salvajes, sin hogar”.

Imagina cómo es la vida de un librero, escribe un párrafo sobre las promesas que guardan los libros (“El pensamiento, las anotaciones, las exposiciones discurren a un ritmo prodigioso a nuestro alrededor…”), hasta que debe continuar con su camino: “El número de libros que existe en el mundo es infinito, y uno se ve obligado a vislumbrar, a asentir con la cabeza y a retomar la marcha tras un instante de conversación, un fugaz momento de comprensión cuando fuera, en la calle, uno caza una palabra al pasar y a partir de una frase casual se inventa una vida entera”.

En esta Ruta callejera, como en tantísimos de sus otros ensayos, Virginia Woolf lo invierte todo. Me refiero a las dotes y habilidades de su inteligencia prodigiosa. En estas páginas puede constatarse: Woolf estaba dotada de una capacidad de observar fuera de lo común. Pero no es ese el quid de su magia. Su magia consiste en el modo de inmiscuirse en lo real. Su talento para penetrar tras la superficie, sin romper las membranas. Caza y pesca al vuelo, pero eso no es todo: está la sensibilidad que detecta, que presume de modo revelador, que descubre las pequeñas tragedias del desenvolvimiento humano, también los pequeños triunfos, los hechos de la humanidad que viven en todas partes, hechos con los que ella podía establecer una conexión sensible, simplemente sobrecogedora.

Paseos por Londres (La línea del horizonte ediciones, España, 2022) es una creación editorial: además de 14 textos protagonizados en alguna medida por Londres —el ya mencionado Ruta callejera, 10 artículos de distinta extensión y tres relatos que tienen a la ciudad como su escenario: Kew Gardens, La duquesa y el joyero, y Señora Dalloway— escritos en distintas épocas, el volumen despliega otros 29 textos breves, piezas informativas que añaden contexto a la obra de Woolf: sobre su biografía y la de su hermana, Vanessa Bell; sobre el Grupo de Bloomsbury; sobre la editorial, Hogarth Press, que fundó junto a su esposo, Leonard Woolf; sobre sus viajes; sobre algunas tradiciones como la ceremonia del té; sobre las librerías londinenses y más.

En el prólogo, Laura Freixas se refiere al factor que hace posible este volumen: a Woolf le gustaba Londres. La vitalidad urbana, que Londres fuera como un centro del mundo, pero también un lugar de paso, un punto en el que confluía el movimiento, las conversaciones y la inagotable diversidad humana. En su artículo dedicado a los músicos callejeros, escribe: “Los artistas de todo tipo siempre han sido vistos con desagrado, especialmente por los ingleses, no solo por las excentricidades del temperamento artístico, sino porque hemos sido entrenados con tal perfección en la ocultación civilizada que cualquier tipo de expresión tiene, al respecto, algo casi indecente, irritante (…) El artista no solo es visto con desprecio sino con la sospecha de ser alguien carente de miedo. Está poseído por un espíritu inasible para el común de los mortales, aunque claramente poderoso y ejerce un dominio tan grande sobre él que cuando escucha su voz no puede hacer sino levantarse y seguirla”.


*Paseos por Londres. Virginia Woolf. Prólogo: Laura Freixas. Traducción: Luïssa Moreno. La línea del horizonte ediciones. España, 2022.

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