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Hamás en Miami

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Captura de pantalla / @Marcel_305/ X

La noticia publicada por Diario Las Américas («Grupo pro-Hamás profana busto de José Martí en Coral Gables y llama ‘gusanera’ al exilio cubano», 27/05/2024), denunciando la profanación del busto de José Martí en Coral Gables es una señal de alarma para los que aún piensan que están a salvo de la ofensiva de la izquierda aliada con el islamismo radical.

El castrochavismo-comunismo cobijado en el Foro de Sao Paulo, denominado ahora Grupo de Puebla, proclamándose ahora nada menos que “progresistas”, promueven, a lo Gramsci, la táctica subversiva de la deconstrucción histórica y cultural de nuestras sociedades en franca alianza con el islam radical representado por Irán y las organizaciones terroristas Hamás (Sunita) y su brazo armado Brigadas Izz al-Din al-Qassam; Hezbolá (Chiita); e ISIS (Sunita-Wahabista), entre otras. La escalada de esta subversión “progresista” y “deconstruccionista” en la academia norteamericana y en sus universidades tiene su cordón umbilical ligado al castro-comunismo que ya había asentado su baza entre intelectuales en Estados Unidos en la década de 1990. Las acciones de los “Antifas” o de los denominados “Cancel Culture” y la ocupación de recintos universitarios, donde observamos a grupos de estudiantes ataviados con Kefiyas, ondeando banderas palestinas, portando carteles victimizando a los terroristas de Hamás y propinando agresiones a los estudiantes judíos, se han hecho cotidianas. Coral Gables no es una excepción.

Martí con kefiya

La kefiya, pieza de la indumentaria ancestral de los beduinos, la puso de moda en todos los círculos de izquierda Yasser Arafat, quien fue líder de la organización terrorista Al Fatah. No es fortuito que los secuaces “progresistas” aliados de Hamás hayan profanado el busto de José Martí (1853-1895) con una kefiya, eso tiene sus razones, veamos por qué. La destrucción o la degradación de las estatuas, los rostros de mármol desfigurados a martillazos o los bustos en bronce manchados de pintura en las ciudades europeas y norteamericanas, son para el historiador Stéphane Ratti una expresión del damnatio memoriae, una manera de maldecir, condenar o destruir la memoria y herir profundamente el sentimiento histórico de la sociedad. Esta escalada de vandalismo contra el patrimonio cultural en muchas ciudades no es espontánea, obedece a una estrategia contra las sociedades democráticas occidentales nacida de la unión de las organizaciones de extrema izquierda internacional orquestadas con el islam integrista. Es una turbia marea antidemocrática y antioccidental en la que proclaman luchar contra el racismo y la islamofobia, pero en realidad están tendiendo puentes para la penetración del islamismo radical y el comunismo en sus países.

Captura de pantalla / @Marcel_305/ X

En relación con las estatuas, existen dos conceptos antagónicos. El primero hace referencia a una remota concepción del origen de las estatuas en la Grecia clásica: “Una estatua no representa a alguien, actualiza la presencia de un ser ausente: es su presencia. En la tragedia de Eurípides (Siglo V a. C.), hay una escena en la que un joven ofrece una corona de flores trenzada a la estatua de la diosa Artemisa, mientras le dice: «Estoy contigo. Estoy hablando contigo y tú me estás hablando a mí. Tu cara no es visible para mí, pero escucho tu voz”. La verdadero Artemisa no es la estatua, que el héroe tiene ante sus ojos. La verdadera Artemisa está viva, habla y la escucha porque su presencia se ha convertido en una realidad para él (sin duda psicológica), gracias a la estatua (Stéphane Ratti, «Les statues, objet de piété et de haine», Le Figaro, 14.06.2020). Lo mismo sucede con las estatuas o esculturas que representan a los santos o a Cristo. La segunda concepción nos hace entender el porqué de las decapitaciones en diversas ciudades, derribos y profanaciones de las estatuas de Colón, Cervantes, Churchill, De Gaulle, la Virgen María y ahora la profanación contra la de Martí, esta explicación se halla en el Corán. En los compendios del Hadiz (recopilación de las sentencias de Mahoma, escritas por los sabios y eruditos musulmanes) tomados de los libros canónicos de Abu Daud, entre otras recopilaciones orales del Profeta, se cita que el Arcángel Gabriel cierta vez rehusó entrar en la casa del Mensajero de Allah porque había una estatua cerca de la puerta. Tampoco entró al día siguiente; entonces le dijo al Profeta: «Manda a que decapiten la estatua». La interpretación del pedido de Gabriel de que la estatua quede sin cabeza, sin rostro, es con el fin de que al mirarla no genere sentimientos hacia ella, ya que Alá es al único al que se debe admirar y demostrar sentimientos por ser el único Dios, pero es «incognoscible», es decir, que no tiene representación. Para el islam, es un pecado mortal representar de ninguna manera a su Dios. De allí que también esté estrictamente prohibido colocar estatuas que perpetúen la memoria de reyes, grandes hombres o cualquiera que sea digno de admiración. Solo Alá lo merece.

Cuando observamos a estos fanáticos en el Medio Oriente destruyendo estatuas y cruces, incendiando iglesias y bibliotecas, demoliendo museos, degollando y quemando vivos a los cristianos en el Medio Oriente y en el norte de África, torturando y asesinando despiadadamente a familias enteras en Israel o masacrando a los periodistas de Charlie Hebdo en París (por haber publicado una caricatura de Mahoma) o liquidando a quienes no se plieguen a sus creencias, en realidad están despejando el camino para la refundación del mundo según el Corán. Sería una ingenuidad pensar que todas estas acciones vandálicas contra las estatuas que estamos presenciado en Occidente no tienen correspondencias con el islamismo radical que en alianza con la internacional comunista-progresista buscan destruir las democracias, comenzando con la destrucción de su memoria histórica. ¿Por qué en Europa y en Estados Unidos las organizaciones de izquierda y en especial la prensa en este momento ensalzan al islam, especialmente a Hamás, oponiéndose fieramente al Estado democrático de Israel?  Después de la caída del Muro de Berlín y el alejamiento del proletariado obrero de las causas socialistas en el mundo, la izquierda ha visto en el islam la religión de los pobres, los marginados, los explotados. Los islamistas son los nuevos “condenados de la tierra”, con quienes expiarán su pesada carga de culpa colonialista e imperialista. Como bien lo define Pascal Bruckner, el pensamiento de izquierda, huérfano de ideales, ha encontrado en el islam un substituto a la idea del ‘proletariado’ y un ‘modelo revolucionario’. Pero, además, el carácter antioccidental del islam les procura el aura de una religión del Tercer Mundo (Pascal Bruckner, Un racisme imaginaire, 2017). El odio a Israel y el apoyo a la causa palestina de los terroristas de Hamas y Hezbollah, esta última dirigida por Irán, se han convertido en símbolo de la nueva “lucha de liberación de los pueblos”.

Podríamos resumir que el comunismo ha mutado en diversos cuerpos y ectoplasmas, adaptando sus estrategias de lucha y subversión a nuevos escenarios, aprovechando la carencia de estadistas y los vacíos y debilidades de las democracias occidentales.

El cinismo y la ambigüedad de los políticos, apoyados por las celestinas que en la prensa de izquierda tildan de «fascistas», «ultraderechistas», «racistas» e «islamofóbicos» a los que no piensen como los terroristas islámicos en sus diversas versiones, han contribuido a la expansión e impunidad de los enemigos de Occidente que socavan diariamente la democracia. Es vergonzoso observar la claudicación de los dirigentes occidentales ante la arremetida del progresismo-terrorista en nuestros países, arrodillándose ante los vándalos o presurosos a exculparlos. No nos extrañaría que las próximas estatuas a ser destruidas sean el David, la Piedad, el Moisés, el Pensador de Rodin, el monumento a Lincoln o la Estatua de la Libertad. Como las estatuas no pueden defenderse y los gobiernos las han dejado en el desamparo, hay que pensar en cómo rebelarnos ante la barbarie y hacerles frente a estas acciones destructivas de nuestros valores occidentales. Es cuestión de supervivencia. De no ser así, tras decapitar las estatuas vendrán por nuestras cabezas.

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