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Pedro y Begoña, los amantes de Teruel

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Sánchez

FOTO: EFE

Desde los tiempos de Franco, nunca la adjunta al jefe había tenido tanto recorrido, tan poco prestigio y tanta protección. Solo doña Sofía, Reina eterna, se ganó una autoridad superior a su puesto formal, por razones tan distintas a las de Begoña Gómez, convertida en «asunto de Estado» por su marido en uno de los ejercicios de nepotismo más vergonzoso desde tiempos inmemoriales.

La mezcla de Imelda Marcos y Carmen Polo en que se ha convertido la esposa de Pedro Sánchez, capaz de comprometer una relación con Argentina que más allá de los profundos lazos sentimentales genera entre inversiones y comercio más de 20.000 millones de euros para España, se ha transformado sorprendentemente en la excusa prioritaria del Gobierno para dar su penúltimo golpe a la democracia.

Porque utilizar un caso que, más allá de su potencial penal, es incompatible con la ética y con la estética elementales en una Presidencia del Gobierno; para lanzar otra ofensiva contra la prensa crítica y los jueces independientes corona el despeñamiento de Sánchez por una cuesta autoritaria irreversible.

Su comparecencia en un Congreso donde solo reúne mayorías para despedazar la Constitución y pagar el impuesto revolucionario a sus secuestradores es la propia de un político desesperado que, para proteger sus intereses y esquivar las consecuencias de sus actos, está dispuesto a romper el Estado de derecho, envolviendo su calvario en una especie de conspiración ultraderechista que justifique su apuesta golpista.

La búsqueda de Milei para completar la función, presentándole como el enemigo exterior imaginario que consolide la falacia de que él encabeza una oposición mundial a la «Internacional ultraderechista»; evidencia la gravedad de los escándalos que le rodean en su casa y en el PSOE; el temor a que unos poderes independientes le pongan en su sitio y la decisión de, para taparlo todo, imponer una agenda represiva sin parangón en Occidente.

Sánchez es, si se le observa sin pasión y con los meros hechos objetivos y documentados como guía, un perdedor de elecciones que gobierna tras comprarse el apoyo efímero de unos saqueadores y es incapaz de gobernar salvo en los deplorables momentos en que sus interventores necesitan algo.

Y es, también, el esposo desesperado de una frívola que no ha dejado de prosperar al calor de la posición de su marido, desarrollando una carrera íntimamente relacionada con las atribuciones y decisiones de éste, que llegó al poder por primera vez apelando a la ejemplaridad y ahora no puede conformarse con que todo sea legal, y ya veremos si lo es.

A Rajoy no le bastó con ser ajeno a todo proceso penal para pagar un precio político inmenso por las dudas sobre la probidad de su partido. Como para que Sánchez se conforme ahora con el argumento de que Begoña Gómez, todo lo más, solo ha hecho negocios inmorales.

Vincular los intereses, las decisiones y el futuro de todo un país a las urgencias individuales de quien lo gobierna solo ocurre en las satrapías tercermundistas y en lugares como Cataluña, donde los Pujol-Ferrusola presentaron todo escrutinio de sus comportamientos como un ataque a su «nación» y procedieron en consecuencia, desatando un «procés» que aún hoy perdura.

Y eso, exactamente eso, es lo que está haciendo Sánchez, en una escandalosa huida hacia adelante que solo puede terminar de dos maneras: o imponiendo un régimen seudodemocrático y liberticida o arrastrándose por el lodo judicial, social, político y público que su deplorable trayectoria pide a voces. En los dos casos, pasará a la historia como un Romeo de extrarradio que llevó a su país al precipicio para salvar a su impresentable Julieta. O si prefieren un símil literario más acorde con los personajes, recuerden la historia de «Los amantes de Teruel».

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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