Por CLAUDIO ALBERTO BRICEÑO MONZÓN (1)
“En su descripción de la Guayana Británica (1840), sir Robert Schomburgk dice que la estructura geológica de las grandes sabanas encerradas entre las espesas selvas del Esequibo y las montañas de Taripona, Cunnucucu, Carawaini y Mocahaji deja escasa duda de que fue el lecho del mar interior, cuyas aguas, por una de esas catástrofes de las cuales los tiempos más recientes ofrecen ejemplos, rompieron sus barreras y se abrieron paso hacia el Atlántico” (2).
“El año de 1894, el gobierno de Venezuela, en vista de constantes avances de la línea fronteriza de Guayana Británica, estableció la Comisión General de El Dorado en el Cuyuní y designó para comandante de la Estación al general Domingo A. Sifontes” (3).
En las tierras mágicas de la Guayana Esequiba, donde la selva susurraba secretos ancestrales y los ríos fluían con historias olvidadas, se desplegaba una saga de reclamaciones territoriales que desafiaba las leyes de la física y la razón.
Juan Esquivel, un explorador legendario conocido por su conexión especial con la naturaleza, descubrió el Río Esequibo en una expedición que lo llevó más allá de los límites de lo conocido. Se decía que podía comunicarse con los espíritus del agua y las selvas, quienes le revelaban los secretos más profundos de la región.
Esquivel, un intrépido explorador, fue el primero en adentrarse en las selvas de la región y descubrir la majestuosidad del Río Esequibo en nombre del Rey de España. Sus relatos sobre las maravillas naturales de la zona despertaron la curiosidad de muchos, incluido un joven llamado Domingo Sifontes.
Domingo Sifontes, un orgulloso guayanés, se convirtió en un ferviente defensor de la soberanía sobre el territorio venezolano de la Guayana Esequibo. Inspirado por las historias de Esquivel, dedicó su vida a reivindicar la tierra que consideraba su hogar ancestral.
El guayanés con un corazón valiente y un lazo místico con las tierras de la Guayana Esequiba se encontró en medio de una lucha ancestral por la soberanía de su hogar. Sus ancestros le hablaban en sueños y le mostraron visiones de un futuro incierto, donde la tierra misma clamaba por ser protegida.
Sin embargo, los planes de Sifontes se vieron amenazados con la llegada de Robert Schomburgk, un explorador expansionista prusiano, al servicio de la Royal Sociedad Geográfica Inglesa. Schomburgk, con su ambición desmedida, trazó mapas y reclamó territorios nunca imaginados en nombre de la Corona Británica, incluyendo vastas extensiones de la Guayana Esequiba.
Schomburgk, con un aura de misterio y ambición desbordante, llegó a las tierras encantadas Esequibanas en busca de tesoros ocultos y territorios por conquistar. Sus mapas estaban marcados con símbolos unilaterales expansionistas británicos que parecían cobrar vida en la falsificación mítica cartográfica de un interés aurífero más que palpable en sus distintos mapas que fueron trazados con su rúbrica incluso después de sucumbir ante la muerte.
Schomburgk se aventuró en las tierras de la Guayana Esequiba con un espíritu de misterio y una gran ambición. Su llegada a esta región se caracterizó por la búsqueda de tesoros ocultos y la conquista de territorios desconocidos. Exploró la región interesado en las riquezas y territorios por conquistar. Esta zona era conocida por su belleza natural y por la presencia de posibles tesoros, lo que atrajo a exploradores y aventureros de diferentes latitudes.
En sus mapas, se puede significar el interés expansionista unilateral británico, símbolo que reflejaba los beneficios de la región codiciada. Estas alegorías representaban la intención de ensanchar la influencia británica en el área, lo que generaba tensiones con el gobierno del Territorio Federal Yuruari y las poblaciones locales.
En los mapas de Schomburgk se observaban falsificaciones cartográficas que mostraban una ganancia particular en la búsqueda de oro. Estas representaciones exageradas o inexactas podían influir en la percepción de la región y sus recursos por parte de otros exploradores y potencias coloniales.
La figura de Schomburgk y sus expediciones en la Guayana Esequiba representó un capítulo oscuro en la historia de la exploración y el colonialismo en América del Sur, marcado por la búsqueda de tesoros, la ambición de conquista y los conflictos de intereses entre potencias europeas.
La trama se complicó aún más con la intervención del ruso Federico Martens, un árbitro juez dotado de poderes sobrenaturales que lo convertían en el guardián de la justicia divina imperial. Su presencia imponente y su mirada penetrante eran capaces de leer los corazones y las intenciones de aquellos que se atrevían a desafiar su autoridad.
La tensión creció entre Sifontes y Schomburgk, cada uno defendiendo sus intereses con fervor. La situación llegó a un punto crítico cuando se convocó al árbitro juez Federico Martens para resolver la disputa territorial en el obscuro Laudo de París de 1899.
En un giro inesperado del destino, durante el Laudo arbitral írrito de París de 1899, los cuatro personajes se vieron envueltos en un torbellino de magia y misterio que desafió las leyes del tiempo y el espacio. Las criaturas míticas de la Guayana Esequiba se alzaron para presenciar la resolución de la disputa territorial, donde las fuerzas de la naturaleza y la voluntad de los protagonistas se entrelazaron en un baile cósmico de proporciones épicas.
Al final, la tierra misma habló a través de sus guardianes invisibles y dictaminó que la Guayana Esequiba pertenecía a aquellos venezolanos que la amaban con sinceridad y respeto, recordándoles que en un mundo donde la magia y la realidad se entrelazan, la verdadera soberanía reside en el corazón de quienes la defienden con honor y pasión.
En las tierras exuberantes de la Guayana Esequiba, donde la vegetación se mezclaba con ríos caudalosos, vivían hombres cuyas vidas se entrelazaron en una historia de reclamaciones y disputas territoriales inextinguibles en el tiempo.
Así, la justicia prevaleció y la tierra de la Guayana Esequiba volvió a ser respetada y protegida, gracias a la valentía de Juan Esquivel, la determinación de Domingo Sifontes, la ambición de Robert Schomburgk y la impudicia de Federico Martens. Cada uno de ellos dejó su huella en la histórica reclamación, donde la paz y la armonía volvieron a reinar en algún instante del realismo mágico esequibano.
Notas
1 Miembro del Grupo de Investigación sobre Historiografía de Venezuela, de la Universidad de Los Andes. Miembro Correspondiente de la Academia Nacional de la Historia de Venezuela por el Estado Mérida. Profesor Titular de la Escuela de Historia, de la Facultad de Humanidades y Educación, de la Universidad de Los Andes ULA, Mérida-Venezuela. Magister en Historia de Venezuela por la Universidad Católica Andrés Bello. Doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata–Argentina. Jefe del Área de Geografía Departamento de Historia de América y Venezuela ULA. Coordinado del Doctorado en Estudios Políticos, Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, Universidad de Los Andes.
2 Enrique Bernardo Núñez. “Orinoco.” En: Mariano Picón Salas. Dos Siglos de Prosa Venezolana. Caracas: Edime, 1965, p.641
3 Enrique Bernardo Núñez. Tres Momento en la Controversia de Límites de Guayana: El incidente del Yuruan, Cleveland y la Doctrina Monroe. Caracas: Ediciones del Ministerio de Educación, 1962, p.91
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