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Tratado sobre la ira: una lección de Séneca

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“Que me odien tanto como me temen”

Calígula.

Luego del terrible reinado de Tiberio César, quién falleció en si Villa de Capri, rodeado de perversiones inenarrables, le sucedió Gaius Julius Caesar, hijo de la virtuosa Agripina la menor y del respetado General Germánico, quién a saber falleció envenenado por Tiberio y su Madre, la calculadora Livia, en estos entornos de traición narrados a modo  de novela en la obra “ Yo Claudio”, quien por cierto sucede en el poder a Calígula, logrando sobrevivir en ese nidio de serpientes del Palatino, al aprovechar sus limitaciones léxicas y ortopédicas “ Clau, Clau, Claudio el Idiota, consignó en este relato fabulado por Graves, su azarosa vida desde los días en los que gobernaba su Tío Abuelo Octavio Augusto; a cuya sombra su esposa Julia movía los hilos del poder” (Graves, 2014), el nombramiento de Gaius Julio Caesar, fue recibido con inusual jubilo por los romanos, le precedía la fama de su Padre Germánico y la valentía de Agripina, quien le acompañaba en las campañas militares, de hecho el mote de Calígula, proviene de una armadura miniatura que usaba, para parecer un legionario, las caligae o zapatillas, este apodo le enfurecía más.

Los primeros meses de este reinado, estuvieron signados por la calma, la culminación de obras de infraestructura, el levantamiento de un faro en Bolonia, culminación de acueductos y amnistías generales a los presos y exiliados del reinado de Tiberio, pero Calígula de repente cayó exhausto por un sopor insoportable, tal vez un ataque de epilepsia y de ese sueño devino la locura, los excesos y crueldades, son relatados por Seneca quien nos narra:

No hace mucho, Cayo César (Calígula) azotó y torturó a Sexto Papinio, cuyo padre era cónsul, a Betilienas Bassus, su propio cuestor, y a varios otros, senadores y caballeros, el mismo día, no para llevar a cabo una investigación judicial, sino sólo por diversión. En efecto, estaba tan impaciente por cualquier retraso en recibir el placer que su monstruosa crueldad nunca tardaba en exigir, que mientras caminaba con algunas damas y senadores por los jardines de su madre, por el paseo entre la columnata y el río, golpeó a algunas de sus cabezas a la luz de las lámparas.” (Séneca, 2007)

La divertía hacer el mal, producir dolor, escandalizar, al punto de convertir a su hermana Drusila en su esposa, embarazarla, extraer el feto y comerlo, a semejanza de Saturno, pues en sus delirios se creía una deidad, unas veces Júpiter, otras Hércules, algunas Apolo y en su locura llegó a asumir personalidades fragmentadas con las diosas como Diana, Minerva o Venus, de hecho decía que Diana la luna, patrona de Roma era su consorte, sometió  a su abuela Antonia a los peores vejámenes mentales, causando  que esta decidiera encerrarse en una de las galerías del palacio imperial y morir por inanición, decapitó a Gemelo, su primo y heredero al trono porque su tos le molestaba, nombró senador y sacerdote a Incitato, para humillar al Senado y hacerles ver que una bestia era capaz de hacer su trabajo.

Absolutamente extraviado y connaturalmente fascista, buscó un enemigo externo y le declaró la guerra al Mar, sí al Mar, en la personificación del dios Neptuno y llevo al Senado un botín de conchas y ostras marinas.

“Por fin, como si quisiera terminar la guerra, trazó una línea de batalla en la orilla del Océano, disponiendo sus balistas y otras piezas de artillería; y como nadie sabía ni podía imaginar lo que iba a hacer, de repente les ordenó que recogieran conchas y llenaran sus cascos y los pliegues de sus túnicas, llamándolas “botín del Océano, debido al Capitolio y al Palatino”. (Suetonio, 2021).

Ni sus más cercanos colaboradores estaban a salvo, sin amistades, odiado por el pueblo se enfrentó a una crisis económica, causada por sus excesos, guerras en los confines imperiales, hambruna, voracidad fiscal, suspensión de subsidios, fueron la gota que derramó el vaso para la Roma antigua, así violentamente como entré a la historia, salió de ella, dejando un legado de locura e impostura en el poder, que no son anécdotas, sino advertencias para las sociedades, el hibris la desmesura de orgullo, hacen destruir los cimientos de cualquier sociedad.

La Roma asediada por la ira como política de Estado, es muy semejante a la Venezuela de Maduro, conspiraciones, traiciones, tramas de corrupción parecen describir las realidades nacionales, los otrora colaboradores son tratados hoy como traidores, se les acusa de corruptos, en un gobierno connaturalmente corrupto es decir no se les castiga por corrupción, sino por desconfianza, las mismas posturas de sentirse deidades tropicales, superiores al hombre común.

Las tramas del poder de la Novela de Graves, parecen repetirse en Fuerte Tiuna, lugar de la residencia de quien ejerce el poder, quienes gozaban las miles del poder y participaban del banquete de la cleptocracia, son enjuiciados no por corruptos sino por conspiradores, en una suerte de estado de alarma y sospecha, la historia es cíclica y así lo demuestran estas terribles coincidencias, nadie quien se arrime a un poder corrupto y cruel, está a salvo, la lección de esta columna, titulada tratado para la ira, es advertir que la irascibilidad se ofrenda con más ira, con más encono, con más violencia.

Finalmente, quien mira hacia el abismo es visto por él, lamentablemente todos los intersticios de este mi país están minados por esta forma irrespetuosa de hacer política, la acción del Estado devenida acto de maldad, de mentira y de irascibilidad.

Referencias:

Graves, R. (2014). Yo Claudio. Madrid: Alianza.

Séneca. (2007). Tratados sobre la ira. Tenerife: Artemisa.

Suetonio. (2021). Calígula. Buenos Aires: Universidad Católica de Buenos Aires.

X @carlosnanezr

IG @nanezc

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