Si hay algo que los venezolanos hemos aprendido en estas últimas décadas de turbulencia política es que las casualidades son, en efecto, cualquier cosa menos casuales. La reciente debacle en la que la propiedad de la República sobre Citgo parece destinada a materializarse en el llamado “juicio de Crystallex” el próximo 15 de julio, justo antes de las elecciones presidenciales, es un teatro político digno de ser escrito por Shakespeare, pero con un elenco vestido de liquilique y tocado por el sol caribeño. El 16 de julio ya Citgo no será de los venezolanos.
Pero ¿por qué ahora? ¿Por qué cuando la figura de Edmundo González Urrutia luce como el “hombre providencial”? ¿Por qué justo cuando María Corina Machado, esa figura polarizadora y férrea opositora del régimen, parece estar fortaleciendo su posición en la palestra política venezolana? No es menester ser un avezado analista para atisbar la sombra de una componenda detrás de esta coincidencia cronológica.
Citgo, ese codiciado trofeo energético, ha sido durante mucho tiempo más que una empresa; ha sido un símbolo del poder económico y político venezolano en el extranjero. Perderla no sería solo un golpe financiero, sino una estocada al corazón mismo de la percepción de poder y estabilidad de un eventual gobierno por entrar en funciones, o peor aún, darle una herramienta más a Nicolás Maduro y su corte para jugar sus últimas cartas, entre ellas postergar las elecciones “hasta que el imperio nos devuelva Citgo”, valga decir, una suspensión indefinida de las elecciones servida en bandeja de plata.
Entonces, observamos cómo este drama se desenvuelve con una precisión cronometrada. Las acusaciones vuelan como moscardones en agosto, y las teorías conspirativas se tejen en los cafés y en las redes sociales con la misma habilidad con la que nuestras abuelas tejen sus tapetes. En la oposición democrática debemos cerrar filas respecto a este asunto por cuanto todo apunta a un acto deliberado para debilitar las posibilidades de Edmundo González Urrutia el 28 de julio, brindando a los oficialistas en el poder una oportunidad para desviar el discurso y pintarnos a la oposición como vendepatrias, pitiyanquis, desconectados y elitistas.
Las consecuencias prácticas de la pérdida de Citgo tendremos que enfrentarla -en situación muy desfavorable ante el hecho cierto de la pérdida de la empresa por la incompetencia y corrupción de unos pocos- si las personas responsables de la conducción política de los partidos presentes en la Asamblea Nacional 2015 se rehúsan a asumir hoy sus responsabilidades ante el silencio y la inacción de esta institución que es fundamental en la protección de los intereses venezolanos en el extranjero, especialmente ante las cortes norteamericanas.
Preguntémonos ¿cómo es posible entonces que, justo en el umbral de unas elecciones que prometen ser tan cruciales, una empresa tan vinculada al destino nacional como Citgo vaya a perderse? Este es el punto donde el cinismo del venezolano, forjado a fuego lento en el caldero de la desilusión política, empieza a ver patrones en el caos.
Y es aquí donde pretendo trazar paralelos entre la tragedia y la farsa, porque si bien la historia de nuestro país a menudo ha oscilado entre ambas, este episodio tiene toda la trama de una tragedia griega con un guion escrito en algún oscuro recoveco de Miraflores junto a un corresponsal en las juntas directivas en Miami o en el llamado Comité de Administración y Protección de Activos (CAPA) de la Asamblea Nacional 2015. Corresponderá a Horacio Medina, Dinorah Figuera y Gustavo Marcano hacer las aclaratorias del caso, si bien nadie va a creer la muy previsible respuesta de “esa fecha la puso el juez”.
Al final del día, y al cerrar el telón de este acto particular de nuestra historia política, los venezolanos quizás no estemos más cerca de entender la verdad detrás de la «pérdida» de Citgo, pero sí más instruidos en la artimaña de observar no solo lo que se muestra en el escenario, sino también lo que ocurre tras bambalinas. Edmundo González y María Corina, por su parte, deberán afinar su estrategia, sabiendo que en este juego de ajedrez político, cada movimiento es tan sospechoso como decisivo.
Así las cosas, quedamos nosotros, la mayoría de los venezolanos como espectadores de este drama, esperando el próximo acto, quizás con la esperanza de que el final revele más de lo que el guion nos ha permitido ver hasta ahora. Porque en política, al igual que en el teatro, el final es tan solo el principio de una nueva historia.
Jorge Alejandro Rodríguez es diputado, ingeniero electricista (Iupfan), MSc Finanzas (IESA), master en Negocios Internacionales (Tulane), CAS Políticas Tecnológicas (ETH-Zürich).
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