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El viacrucis

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En todas las elecciones democráticas del mundo hay alguna incertidumbre en torno a los resultados. Si las de Venezuela fuesen democráticas, vale decir, absolutamente reguladas por la ley y transparentes en su realización, la incerteza en cuanto a quién las ganaría sería mínima. No siendo ese el caso, como bien se sabe, nada es seguro y nadie tiene idea de lo que va ocurrir antes, durante y después del 28J. Sólo queda echar mano de la especulación para intentar predecir ciertos cursos y estar, al menos mentalmente, preparados.

La primera incertidumbre, en términos cronológicos, es si Maduro y su régimen van a permitir que esta ola –que está levantando la oposición, con la candidatura presidencial de Edmundo González Urrutia y la emocionada movilización que promueve María Corina Machado por dondequiera que pasa– llegue, convertida en sunami, hasta la fecha de la cita electoral. ¿Serían capaces, con una sentencia del TSJ o por cualquier otro artilugio, de anular antes la candidatura de EGU? Por supuesto que sí y la prueba está fresca: ya lo hicieron dos veces, con las inhabilitaciones de MCM y de Corina Yoris.

Luego hay que preguntarse: ¿hasta dónde estaría dispuesto Maduro a llegar el propio 28J para convertir en triunfo una derrota en las urnas? Para muchos venezolanos, eso fue lo que hizo el 2013 contra Capriles y, por esa razón, para ocultar su trampa, negó la solicitud de revisar las actas electorales. También recurrió a un zarpazo, dado hasta con desfachatez, contra Andrés Velásquez, en Bolívar, en las elecciones regionales de octubre de 2017. Son muestras claras de un comportamiento determinado y el problema con los antecedentes es que, como decían los viejos de Margarita, “donde tembló una vez, tiembla siempre”.

Otra estación del viacrucis sería, por supuesto, en caso de que EGU resulte triunfador y sea reconocido, la larga espera de seis meses. Esta no sería una traspaso de gobierno como los de antes, con comisiones de enlace, residencia del presidente electo en “La Viñeta” y demás periquitos democráticos. Esta podría ser una playa de Iwo Jima, con trampas inimaginables. La más obvia, la aprobación de las leyes que quieran con su Asamblea y TSJ que permitirían ventajas institucionales para los poderes que controlan o grupos determinados de personas. Habría que pensar en lo que hicieron en 2015 con una Asamblea ya derogada por las elecciones de aquel diciembre. Podrían también colmar con leales las posiciones clave dentro del aparato del Estado, incluido el estamento militar. De hecho, los militares han sido sometidos a la mayor vigilancia y control por parte de los cuerpos de seguridad del régimen, cubanos incluidos.

Luego, debe estar preparado EGU para, en caso de haber asumido efectivamente la presidencia, no contar ni con un día de luna de miel. Desde la primera hora de ejercicio del cargo sería el blanco de una oposición desleal y pendiente de generar un ambiente caótico y desastroso. El objetivo sería hacer de Venezuela ingobernable. Lo peor es que, así como son pésimos gobernando, los izquierdistas suelen ser extraordinariamente buenos para sabotear cualquier política pública y generar desórdenes sociales mayúsculos.

El dilema para el liderazgo opositor es continuar con la misma determinación serena con la que han actuado en las primeras estaciones de este viacrucis o ser impaciente, salirse del carril y agotarse por intrascendencia (AN 2015). En algunas oportunidades habrá que hacer concesiones, en otras, pasar agachado, y vendrán también ocasiones en las que habrá que erguirse y plantarse ante algún atropello.

Aparte de mantener el espíritu y materia de la unidad más allá del 28J, es crucial volver al diálogo, aunque sea sin mesa. Lo importante es no dejar nunca de decirle y explicarle públicamente a los venezolanos, al chavismo y los factores internacionales que no hay intenciones ocultas en este esfuerzo por retornar a la democracia. Hay que entender, y hacerle entender al adversario, que ambos lados tienen que aprender (o volver a aprender) conductas democráticas. Que no es a Edmundo González ni a María Corina Machado a quien se está despojando de un triunfo electoral, sino al pueblo de Bolívar, cuyo hartazgo con este régimen fallido es cada vez más grande. Que como tanto se ha dicho a lo largo de la historia: las bayonetas (único medio con el que se podría ahogar esta rebelión democrática de millones de hombres y mujeres) no sirven para sentarse sobre ellas. Que si se impide que el cambio político opere, como es el deseo de una vastísima mayoría, la inestabilidad que crearía se llevaría por delante a todos, sin discriminar.

Que el dilema existe para ambos y es agonizante. No solo por lo que está en juego sino también por su duración en el tiempo. La madre bíblica, ante la impostora que pretendía arrebatarle su hijo, prefirió concedérselo para salvarlo y, gracias a su decisión dolorosa, consiguió el premio de recuperarlo. Pero en Venezuela el juez no es el rey Salomón, quien haría verdadera justicia, sino un TSJ dirigido por Maduro. La sabiduría salomónica estará en la calidad de las decisiones que los líderes políticos demuestren en cómo se encara la situación y se negocia lo negociable. Será una gran ventaja contar con alguien como Edmundo en la Primera Magistratura.

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