El hombre en toda su historia ha alcanzado logros que permitieron su evolución, así como se ha visto obligado a afrontar procesos de pérdidas significativas. Tanto los logros como las pérdidas son inherentes al ser humano.
Cuando las pérdidas son inminentes y definitivas, esto es, cuando ya no está el objeto-sujeto en el que se ha puesto tanto, se vive una desagradable situación emocional y psicológica, se padecen sentimientos de malestar, desesperanza, desánimo, depresión, y hasta sufrimiento. Esto es un fenómeno común que se llama «duelo» que no es más que la respuesta emotiva a la pérdida de algo o de alguien. No es un momento, no es una situación o un estado, es un proceso de reorganización, un proceso que tiene un comienzo y un fin (1).
La intensidad del duelo, que surge siempre que hay una pérdida, no dependerá de la naturaleza del objeto-sujeto perdido, sino del significado, del valor que se le atribuye, es decir, de la inversión afectiva que se ha tenido en aquello que se ha perdido. Tanto mayor dolor generará cuanto mayor sea el apego.
El duelo lo sufren tanto los que emigran como los familiares y amigos que se quedan. Este escrito se refiere a los primeros, los emigrantes que viajan para iniciar una etapa de su vida en otros horizontes.
La emigración conlleva una enorme cantidad de cambios, algunos de los cuales se consideran pérdidas. Al analizar el fenómeno migratorio desde un punto de vista individual, considerando muy especialmente los inevitables sufrimientos que surgen al dejar el país de origen y procurar la adaptación e integración en un país de acogida que puede ser o no hospitalario, nos encontramos ante un fenómeno que en psicología social denominan «duelo migratorio», que es, en resumen, el sufrimiento, los temores, las pérdidas de cada persona, en su proceso de adaptación, de integración a lo nuevo, y de abandono o desprendimiento de lo dejado atrás (2).
Sin importar si el motivo migratorio ha sido debido a precariedad económica, inadaptación social, conflictos políticos, desastres naturales, violencia de guerra, persecuciones, o cualquier otra razón indeseada, este tipo de duelo es aplicable a todos los seres humanos. Incluso también se presenta, en mayor o menor grado, si los motivos emigratorios no han sido impuestos u obligatorios, sino que son por iniciativa propia, bien sea de estudios, mejoramiento profesional o económico, elevación del nivel de vida, arraigo familiar, etc.
Este fenómeno no es nuevo, es tan antiguo como el hombre mismo. En La Odisea, Ulises el navegante ya expresa: “Deseo y anhelo continuamente irme a mi casa y ver lucir el día de mi vuelta”. Tomando el nombre del mítico héroe, el término “Síndrome de Ulises” es una denominación particular empleada para expresar el malestar que sienten muchos inmigrantes por estar lejos de los suyos (3).
La migración lleva consigo situaciones de pérdidas psicológicas y sociales que desencadenan procesos de duelo. Este duelo migratorio puede resultar “simple”, es el menos común, y aparece cuando la migración se realiza en buenas condiciones para la persona, que se encuentra con un entorno que lo acoge y le facilita la inclusión y el desarrollo del proyecto migratorio (encontrar trabajo, vivienda, red social…). El otro tipo, el más frecuente, es el “duelo complicado” donde la conjunción de circunstancias sociales y personales dificultan la superación de las pérdidas (4).
Antes de la partida, en muchas ocasiones el emigrante suele idealizar el destino, al llegar no todo es como le habían dicho o imaginado. Se encuentra en el nuevo país con condiciones difíciles de vida. Si no lo tiene previsto, se encontrará con problemas para encontrar trabajo, problemas de regularización, de vivienda, de idioma, presiones externas, dificultades de adaptación, rechazo, exclusión, etc. que restringen la vía para la aceptación de la nueva situación y la definitiva integración. Este último tipo de duelo es el que puede poner en peligro la salud mental de la persona desplazada pudiendo llegar a desarrollar el llamado “Síndrome de Ulises”.
¿Cómo enfrentar y superar el duelo migratorio?
El proceso migratorio es un cambio drástico, y todo cambio está lleno de ganancia y pérdidas, de riesgos y beneficios. Asimilar las pérdidas requiere un proceso de reorganización interna. Este proceso de reorganización no se resuelve solo con un buen trabajo o una situación legal estable. Sin duda, si los beneficios superan las pérdidas, el duelo resulta menos dificultoso.
Tengamos claro que todas las pérdidas significativas tienen sus duelos y todos los duelos han de ser enfrentados y superados. Si el proceso de superación del duelo es ignorado, retrasado, demorado, pueden surgir complicaciones. Es importante aclarar que para ningún duelo es recomendable el olvido, es necesario vivirlo, manejarlo y elaborarlo con el fin de superarlo. Esto es especialmente aplicable para el duelo migratorio (5).
La superación de los duelos se caracteriza por: un equilibrio entre la asimilación de lo nuevo y la reubicación de lo dejado atrás. Es un proceso complejo de elaboración, de integración no exento de dolor y sufrimiento, y es único para cada individuo. Cada persona lo vive de manera particular, y todos estamos preparados para afrontarlo y superarlo, dosificando adecuadamente la tolerancia, la resistencia y la fe.
Y para finalizar hay que señalar además que todas las pérdidas incorporan ganancias, la superación de un duelo supone un proceso de crecimiento.
Freud, 1917, afirmaba que “el papel del duelo consiste en recuperar la energía emotiva invertida en el objeto perdido para reinvertirla en los otros apegos”.
(1) Pereira, 1995
(2) Montagud Nahum, Psicología Clínica, 2020.
(3) V. González Calvo, Revista de Trabajo Social No. 7, Duelo Migratorio, 2005. España
(4) Ibid.
(5) García Álvaro, TopDoctors, España, 2024
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