Panem et circenses (pan y circo) es una frase genial de Juvenal, poeta romano del siglo I antes de Cristo. En Sátiras, el autor critica la decadencia de su gente y la renuncia a la reflexión ciudadana a cambio de comida barata y juegos de circo. Juvenal desprecia esta forma de indigente civilidad que se remonta al 140 a. C. La élite romana entendió que este estilo de hacer política, para comprar el favor de los plebeyos (y hasta patricios), era infalible, o casi.
El documentalista Richard López, ilustra esta fatídica locución en Roman Empire. Reign of Blood (Netflix, 2016), narrada por Sean Bean. Y a riesgo de hacer spoiler, contemos que el documental se centra en los trece años de gobierno, en solitario, de Lucio Aurelio Cómodo Antonino, emperador de Roma, entre 180-192. Le ha precedido Marco Aurelio, su padre.
Panem: Cómodo delega en Cleandro, especie de Mano del Rey en clave GOT, la cotidianidad del gobierno. Y este, que ha llegado al puesto a través de un rocambolesco complot, se las va ingeniando para acumular tanto poder como pueda, incluso en detrimento del Senado, que no es poca cosa. Y en su abyecta y siniestra imaginación, piensa en hacer lo mismo que han hecho otros poderosos: cortar el suministro de granos que viene de Egipto y poner a pasar hambre y calambres al pueblo. Esta vez ni los senadores ni nadie podrá resolver la escasez. Solo cuando él lo decida se llenarán los graneros y, así, será proclamado salvador. El pueblo dependerá de él y nadie más. Pero a causa de la hambruna, sobrevino la peste y, más tarde, un voraz incendio. Cleandro creyó al final que la mala suerte existía. Roma se llenó entonces de «grafitis» que pedían su cabeza. Y Cómodo, salvándose a sí mismo, lo entregó. Y resuelto el embrollo, proclamó dos semanas de juegos apoteósicos en el coliseo. Ahora el emperador sería un gladiador más de la faena. Le urgía cierta popularidad y admiración.
Circenses: Cómodo sabe que nada inspira más a los romanos que un gladiador que lucha por su vida en la arena del coliseo. Este representa el espíritu del pueblo. El emperador se entrena y recita, con sus “hermanos de lucha”, el grito de los gladiadores: “¡voy a soportar ser quemado, inmovilizado, golpeado y asesinado por la espada!” Sale a la arena, pues, embutido en una impresionante piel de León, desea ser visto como el nuevo Hércules para manipular aún más el imaginario de los romanos. Cómodo triunfa en los juegos, vence a todos sus oponentes y desata, finalmente, con semejante euforia, su radical demencia, amparándose en el reconocimiento que le otorga el pueblo como el nuevo Hércules, poderoso semi-dios que los guía. Ahora desecha al Senado y gobierna a su dictado; cambia el nombre de Roma a Colonia Comodiana; siembra de estatuas suyas todo el imperio; pero entretanto despliega su locura, tiene pavor de que su estratagema para salir airoso de la arena del coliseo se haga fama: las espadas de sus contrincantes no tenían filo. Y el pequeño círculo que lo sabía, presiente el temor de Cómodo y, antes de que él los asesine, ellos toman ventaja. Narciso, el gladiador que lo entrenó (y que el emperador trató de sobornar) le da muerte. No fueron sus enemigos quienes atentaron contra él sino su propia gente. Sus camaradas. Incluso su hermana, Lucila, trató de asesinarlo antes que todos. Nada de extrañar cuando manda la indecencia y la paranoia. Se matan sin piedad. Son presas del miedo. Y arrasan con todo al final.
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