Mas allá de que nos consideremos ciudadanos de un determinado país, cada uno con su bandera nacional y también con su himno patrio, el mundo se globaliza aceleradamente, obligando a repensar en muchos sentidos el concepto de Estado Nación, visto que, dicho en pocas palabras, cada vez todo lo que ocurre resuena en todas partes, a la par de que la institucionalidad inventada para gobernar el planeta ha quedado obsoleta y resulta insuficiente para lidiar con la infinidad y gravedad de la dificultades que caracterizan los problemas que emergen en estos tiempos.
Se nos enreda el mundo
Durante estos últimos años los informes sobre el estado del planeta, esto es, la fotografía en donde en medio de sus lógicas diferencias, aparecemos todos retratados, no dan buenas noticias. Al contrario, más allá del sacrosanto producto interno bruto, el famoso PIB, mediante el que hasta hace relativamente poco nos medíamos y comparábamos (colocando, por cierto, en letras pequeñas y como nota al pie de página los niveles de desigualdad), han aparecido numerosos estudios que nos evalúan desde otros ángulos y muestran los graves y complejos problemas que dificultan la existencia de los que lo habitan. Por dar apenas un solo ejemplo, sacan a la luz el hecho de que un porcentaje alto de la población tienen problemas de salud mental, tales como ansiedad, depresión, demencia, trastornos psicóticos, déficit de atención, suicidios y hasta obesidad.
En el mismo sentido, pero dentro de un marco más general, se alude también a los trastornos climáticos, a las migraciones, al aumento de los conflictos bélicos, a la creciente polarización política (puesta de manifiesto en el preocupante descenso de la democracia), factores a los que hay que sumar los acelerados y drásticos cambios tecnocientíficos anuncio de un futuros bosquejado por la incertidumbre y el temor por el efecto que algunos de estos avances puedan causar, tal como se deja ver, entre muchos otros casos, el debate que se está dando en torno a la inteligencia artificial.
En fin, sucede lo que dijo el filósofo José Ortega y Gasset : “No sabemos lo que nos pasa, y eso es precisamente lo que nos pasa, el hecho de no saber lo que nos pasa…”. Parece un juego de palabras, pero creo que es un diagnóstico general impecable del planeta atrapado por el “Boom de la Complejidad”, conforme a una expresión que leí hace un tiempo.
Somos terrícolas
En medio del anterior contexto, recientemente el papa Francisco declaró que convocará a un grupo amplio y variado de figuras sobresalientes a nivel internacional, incluyendo una treintena de premios Nobel, con el propósito de reflexionar en torno a cómo «construir un mundo de paz». Se trata del Encuentro Mundial sobre la Fraternidad Humana, que se celebra los días 10 y 11 de mayo, del que se espera puedan salir propuestas para elaborar pacto mundial sobre fraternidad y un nuevo código del ser humano, orientado por el diálogo entre religiones y culturas en pro de la paz y la estabilidad social, con base en el respeto mutuo.
No debe extrañar que esta iniciativa se aprecie con una fuerte dosis de escepticismo, tildándola como meras palabras con buenas intenciones y que se considere como una suerte de carta abierta dirigida al estilo de “A quien pueda interesar”, que desde luego muy pocos revisarán. Es cierto, pero a pesar de las dudas que se tengan respecto a sus resultados concretos, he escrito estas líneas porque me parece esencial que el tema siga figurando en la agenda de los asuntos pendientes más relevantes que tenemos los terrícolas.
Como ha escrito Jeremy Rifkin, a quien me he referido en ocasiones anteriores, la biología y las ciencias cognitivas, nos obligan a cuestionar la creencia, tan arraigada, según la cual los seres humanos son agresivos, materialistas, utilitaristas y egoístas por naturaleza. Por el contrario, desde los nuevos conocimientos, se puede asomar que somos una especie fundamentalmente empática. O sea, como que si es posible “construir un mundo en paz”, según se plantea desde el Vaticano
Harina de otro costal
A propósito, en cierta medida, de lo escrito en las líneas de arriba, cabe destacar el hecho de que pareciera ganar apoyo, en diversos sectores, la idea sugerida por el presidente Gustavo Petro y respaldada por Lula, su colega brasileño. Como se sabe, alude a la conveniencia de llevar a cabo, el mismo día de las elecciones presidenciales, una consulta a los venezolanos que respalde la necesidad de resolver el casi eterno conflicto político venezolano, origen de la crisis general que conmueve hasta los cimientos a nuestra sociedad. Se trata de suscribir, más allá de nuestras discrepancias, un compromiso que rescate el diálogo y la negociación y nos convierta en una sociedad más amable, tejida desde el consenso, capaz de encarar un futuro compartido.
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