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¿”Hablan” los cachalotes?

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Que los cetáceos constituyen un grupo de elevadas capacidades cognitivas –esto es, que son “muy listos”– es algo que se sabe desde hace mucho tiempo. Su corteza cerebral presenta un altísimo número de circunvoluciones. De hecho, en el caso concreto de los odontocetos (taxón donde se incluye el cachalote), este número supera al existente en el cerebro humano, aunque el espesor de su corteza cerebral es menor que el de la nuestra.

Tanto es así que en algunas especies, como los delfines mulares, se han demostrado habilidades hasta hace poco atribuidas exclusivamente a los humanos y simios antropomorfos. Me refiero a la capacidad de reconocerse a sí mismos ante los espejos o, incluso, algo tan sorprendente como ser capaces de mostrar habilidades aritméticas.

Pero todo eso se nos puede quedar incluso corto a raíz de las últimas investigaciones en cachalotes.

Inteligencia y lenguaje

Una de las formas en que se manifiesta algo tan difícil de definir como la inteligencia es la capacidad de los miembros de una especie de comunicarse entre sí. La inversión evolutiva en comunicación es algo que siempre se ha seleccionado positivamente por ser una forma de aumentar las probabilidades tanto de supervivencia de los individuos (gracias al aprendizaje que procura) como de su reproducción (gracias a lo que supone de atracción del otro sexo).

Pues bien, los cetáceos han desarrollado sistemas de comunicación de lo más complejo. Los “cantos” de algunos misticetos (especialmente el de las ballenas jorobadas) pueden llegar a ser muy sofisticados. De hecho, en el disco de oro de la sonda Voyager –lanzada en 1977 y que alcanzará la estrella más cercana a nuestro sistema solar dentro de 40.000 años, si no se queda sin energía antes– se incluyeron como “sonidos de la Tierra”.

En el caso de los odontocetos como el cachalote la cosa es aún más compleja. A través de los sacos aéreos de su cabeza emiten unos sonidos de alta frecuencia denominados “clics” que son como chasquidos que dirigen con la cabeza en un ángulo amplio. El eco de retorno (al rebotar contra obstáculos o contra presas) lo detectan con receptores ubicados en la mandíbula, que transmiten esas vibraciones al oído a través de un canal graso. Es decir, estos cetáceos “oyen” tanto el relieve como la comida.

Pero también emiten un segundo tipo de sonidos. Éstos son de baja frecuencia y no tienen nada que ver con la ecolocalización. Se destinan exclusivamente a la comunicación.

Canto de un cachalote. Fuente: Susan Bird / YouTube.

El increíble lenguaje de los cachalotes

Los cachalotes (Physeter macrocephalus) son un caso muy especial en lo que a comunicación se refiere. Utilizan sus particulares clics no solo para ecolocalizarse, sino para comunicarse entre ellos de una forma extraordinariamente sofisticada. De hecho, las organizadas actividades sociales y los elaborados comportamientos de los cachalotes son posibles y viables gracias a un complejo lenguaje.

En su idioma, estos clics se combinan de formas concretas para formar lo que se denominan “codas”. Hablamos de secuencias estereotipadas de 3 a 40 clics de banda ancha que estos cetáceos intercambian cuando socializan o cuando se sumergen en profundas inmersiones en busca de alimento.

Ahora, una investigación al respecto recién publicada en Nature Communications aporta datos realmente sorprendentes. Las codas no son fijas. Por el contrario, manifiestan modificaciones finas dependiendo del contexto del mensaje y, además, estas modificaciones son de diferente naturaleza y categoría. Cada una tiene, científicamente hablando, ritmo, tempo, rubato y ornamentación propios, lo que permite crear un alfabeto fonético. Es decir, utilizando los elementos con sus particulares modificaciones se puede crear un complejo sistema de comunicación combinatorio.

Los cachalotes no disponen, por tanto, de un sistema rudimentario de comunicación sonora basado en un sistema simple de mensajes. Muy al contrario, estos animales tienen un verdadero lenguaje, es decir, un sistema de comunicación estructurado para el que existe un contexto de uso y que incluye sus propios principios combinatorios formales.

Miles de “palabras” adaptadas a cada contexto

Los clics constituirían el conjunto básico de elementos individuales, en principio, sin significado alguno. Serían los equivalentes a nuestros fonemas.

Estos clics, aparentemente arbitrarios, se podrían asociar en secuencias (las codas) que sí que responderían a un conjunto muy grande de significados. Es decir, las codas serían algo parecido a nuestras palabras. Pero es que las codas, a su vez, en función de su ritmo, su tempo, su rubato y su ornamentación expresarían situaciones fisiológicas, ecológicas y sociales diferentes.

Por lo tanto, las codas serían capaces de modularse en función de las circunstancias, es decir, los cachalotes tendrían la facultad de cambiarlas en función del factor de la contextualidad.

Para seguir asombrándonos, ahí va otro dato: tan solo en la población de cachalotes del Caribe Oriental se han identificado 8.719 codas diferentes.

Esta información demuestra que el sistema de codificación de estos cetáceos no solo se compone de sonidos, sino también de secuencias y de combinaciones de ambos. Ello nos lleva a una consideración revolucionaria: el lenguaje, tal y como el Homo sapiens lo ha desarrollado, ya no sería un fenómeno evolutivo único en la naturaleza.

¿De qué “hablan” los cachalotes?

A partir del nuevo estudio, se abre un interesantísimo campo de investigación con el objetivo de descifrar lo que significan las codas. Dicho de otro modo, queda por elaborar el diccionario humano-cachalote/cachalote-humano, lo que abriría una puerta aún más fascinante: posibilitar una comunicación con una especie diferente a la nuestra basada en nuestros propios sistemas de comunicación. Basada en un verdadero y complejo lenguaje.

De nuevo, nos encontramos con otro factor más a considerar en contra de nuestra antropocéntrica forma de concebir la vida. Los cachalotes nos han demostrado que no somos los únicos seres inteligentes en el planeta.

Y nos lo están diciendo a gritos.The Conversation

A. Victoria de Andrés Fernández, Profesora Titular en el Departamento de Biología Animal, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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