En unas elecciones a una sola vuelta el conservador José Mulino alcanzó la presidencia de Panamá con solo el 34% de los votos. Los sufragios, muy fragmentados, se repartieron entre ocho candidatos, aunque la diferencia de más de 10 puntos con el segundo no admite discusión. Ricardo Lombana, del Movimiento Otro Camino (Moca), presentado frecuentemente como anti-sistema, si bien lo que más lo caracteriza es su fuerte discurso anticorrupción, ocupó el segundo lugar.
De algún modo se puede presentar a Mulino, representante de Realizando Metas (RM) y Alianza, como un candidato accidental, aunque tiene una dilatada trayectoria política. El designado para encabezar la fórmula de RM en los comicios era el expresidente Ricardo Martinelli, que finalmente fue inhabilitado por corrupción, tras ser confirmada su condena. Pese a sus raíces claramente derechistas, Martinelli acabo refugiándose en la embajada de Nicaragua, donde fue cordialmente recibido por Daniel Ortega, en una más de las contradicciones de la política centroamericana.
El triunfo de Mulino y la estrepitosa derrota del oficialismo, hoy representado por el Partido Revolucionario Democrático (PRD) implican una forma de cambio, algo añeja, recostada en la nostalgia de tiempos mejores. Estos se identifican con la bonanza económica que, entre 2009 y 2014, acompañó la presidencia de Martinelli. En esta ocasión el cambio es impulsado por promesas de regeneración política y de inclusión de aquellos sectores postergados por el sistema. Incluso, después de confirmada su victoria electoral, Mulino llamó a la unidad nacional y al entendimiento con otras fuerzas políticas.
Si bien este último punto será fundamental, especialmente si atiende al Parlamento sumamente fragmentado que salió de estas elecciones, la gran incógnita de la nueva presidencia se relaciona con la relación (o la dependencia) que pueda o sepa establecer Mulino con su mentor Martinelli. ¿Será capaz el presidente electo de “matar al padre” y poner en marcha una gestión independiente, libre de tutelas, o se impondrá la influencia nociva del expresidente? Una señal poco alentadora, tras votar Mulino el pasado domingo, fue la visita a la embajada nicaragüense para saludar a Martinelli, quien lucía una gorra con la inscripción “El loco (por Martinelli) con Mulino”. Este fue uno de los principales lemas de la campaña y explica, en buena medida, el trasvase de votos a su favor.
Sea cual sea el rumbo que se le quiera dar al futuro gobierno, que comenzará el 1 de julio, los desafíos serán enormes, y más a la vista del gran desprestigio del actual presidente Leutentino Cortizo, del tradicional Partido Revolucionario Democrático (PRD), y de las importantes movilizaciones sociales de 2019 y posteriores, incluyendo las anti–mineras de los últimos meses. La nueva administración deberá dar respuesta a las consecuencias del cambio climático y sus repercusiones sobre el canal de Panamá, la principal fuente de ingresos del país, que requiere de considerables obras de infraestructura para mantener su nivel de actividad. Tan importantes también son la crisis migratoria, la sanción de una ley que regule la actividad minera o las reformas del sistema de pensiones y la sanidad pública.
El otro cambio, originado en las mencionadas protestas sociales, vino de la mano de la juventud. Para comenzar, de los tres millones de electores con derecho a voto, 700 mil eran menores de 31 años, y de ellos 374.000 podían votar por primera vez. Esto y una participación superior al 76% permiten entender los resultados de las elecciones locales (alcaldías) y de la Asamblea Nacional. En ambos casos, el peso de candidatos independientes, o de libre postulación, fue relevante y augura un importante relevo generacional en las elites políticas. Este proceso es paralelo al derrumbe de los partidos tradicionales (el PRD, el Partido Panameñista y Cambio Democrático), que conocieron derrotas sin precedentes.
En su discurso de celebración Mulino se mostró en sintonía con muchos otros presidentes latinoamericanos, tan dados últimamente a pronunciar insultos de grueso calibre. El presidente electo proclamó enfático: “¡Misión cumplida, carajo… Misión cumplida Ricardo Martinelli!”. Y aprovechó la misma ocasión para decir que no lo “animan confrontaciones de ningún tipo” y que en la búsqueda de un consenso político amplio no se olvidará de los más necesitados, aunque también impulsará “un gobierno pro-empresa privada”.
El futuro de Panamá se juega entre dos formas de cambio. De un lado, el relevo oficialismo/oposición encarnado por Mulino, y, del otro, la irrupción de muchos jóvenes en la escena política. De los consensos que las partes puedan alcanzar, de la forma en que se pueda solventar la fragmentación parlamentaria y de las respuestas que unos y otros sepan dar a una sociedad frustrada y cansada de las repetidas promesas incumplidas de los políticos, dependerá el futuro del país.
Artículo publicado en el Periódico de España
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