Tomo prestado el título del excelente trabajo de Diego Fonseca: Amado líder, para titular esta entrega semanal. En su libro Fonseca analiza la figura del liderazgo populista y “explica por qué el mundo parece haber sucumbido a los líderes carismáticos”.
Esta nota es de verdad una paradoja, porque, a diferencia de Fonseca, aquí de lo que se trata es de abordar la figura de MCM, quien tiene rasgos coincidentes con el liderazgo populista, dado su carisma. Pero, en rigor, ni ideológicamente ni en sus propuestas es una líder populista. Al contrario, ella, presenta un proyecto de sociedad para construir un orden desde un paradigma que se materializa en un proyecto anticrisis que responde al populismo autoritario.
Por primera vez, desde 1959, se presenta una propuesta liberal como una estrategia necesaria frente al estruendoso y dramático fracaso de eso que se llamó “socialismo del siglo XXI” que hoy se ha vuelto un trasto y la adhesión de la gente a su proyecto es un disimulo.
Ese proyecto, a pesar de la presencia importantísima del mercado, se construye teniendo como sujeto al ciudadano, que no el consumidor, sujeto propio de los modelos neoliberales que se hicieron dominantes en el continente como resultado de los regímenes autoritarios que emergieron en la década de los setenta y, por supuesto, tampoco es el “pueblo” el sujeto de los llamados populismos autoritarios.
Sin lugar a dudas, MCM es la líder de la oposición y, si puedo ir más lejos, ella se ha convertido en un fenómeno no solo electoral sino social, con una enorme autoridad ilocucionaria y con la misma fuerza o mayor que la que llegó a ostentar Chávez.
Pero la relación que se ha establecido entre la gente y MCM nos ha traído de vuelta nuestro viejo problema: a pesar de los esfuerzos de Machado por hacer del ciudadano el sujeto de su proyecto, después de más de sesenta años de ser interpelado como “pueblo”, a este le cuesta colocarse el traje de ciudadano.
Y esta situación nos revela la precariedad de la cultura política del venezolano que sigue conectándose “íntima y fervorosamente” con retóricas mesiánicas cuyo resultado ha sido siempre, la construcción de “feligresías” que se conducen política y socialmente subsumiendo dicha conducta a la voluntad del líder, como sostiene Fonseca.
¿Qué espero yo de la conducción política bajo el liderazgo de MCM?, que rompa definitivamente con ese rasgo perverso de la cultura política del venezolano. Que el proceso de secularización de la política venezolana, iniciada por Betancourt y Leoni, que condujeron su liderazgo racionalmente y, que comenzó cierto retroceso con un egocéntrico Caldera y que con Pérez y Chávez alcanzó el clímax de su desecularización, retrotrayéndonos a un pasado premoderno en la que volvió a imponerse la figura del líder carismático, de naturaleza mesiánica.
No es fácil el reto que enfrenta MCM, para caracterizar el desarrollo del proceso que ella lidera y que ha tenido el tino de delegar su liderazgo en otro que es estrictamente situacional.
Pero, es vital, para la creación de una gobernabilidad democrática y su consolidación, de una “la vuelta a la ley y la creación de un espacio institucional nuevo, no preexistente”, la superación de una cultura política y social en la que toda nuestra vida se ha dramatizado, especialmente en los últimos 25 años y que ha subordinado a la mayoría al poder de un mesías y “salvador de la patria”.
No es fácil, repito. Ahora mismo, el votante, el elector, el ciudadano airado e indignado, a la pregunta ¿por quién votará usted el 28 de julio? ha respondido en 78%: “Por el que MCM me diga”; solo 15% respondió: «Por Edmundo González Urrutia porque es el candidato de la unidad”.
Obviamente, MCM es la líder del actual proceso político venezolano, pero esa repuesta sigue hablando de nuestra mesiánica cultura política.
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