Han pasado tres décadas al menos desde que China inició una incisiva presencia en Latinoamérica a través de sus inversiones. A lo largo de muchos años la orientación fue la de extracción de materias primas –agrícolas y mineras– para su propio consumo además de consolidar mercados de talla para sus manufacturas.
Desde 2013 obras de infraestructura importantes fueron las que captaron la atención del coloso dentro de la política de La Nueva Ruta de la Seda. Fueron los intereses geopolíticos, económicos y estratégicos los que inspiraron las inversiones en la región en proyectos puertos de aguas profundas o explotaciones petroleras y desarrollo de recursos mineros, así como en vías de comunicación y el área de telecomunicaciones.
Recientemente se ha producido un giro en la traslación de capitales de riesgo para favorecer las inversiones en tecnología, energías renovables y minerales críticos. Las nuevas áreas que está abarcando son las de 5G, centros de datos, inteligencia artificial, internet industrial, transmisión de electricidad, vehículos eléctricos, energía renovable e infraestructura urbana.
Ello se da de la mano con la forma en que el gran gigante asiático está queriendo orientar su presencia dentro de la globalidad, una orientación que se ha ido haciendo más y más agresiva en todo el Hemisferio Occidental. Las autoridades chinas la califican de “nueva infraestructura” sin que sus límites ni su contenido estén claramente definidos.
La idea es competir con Occidente en sectores estratégicos y asegurarse de esa forma una gravitación de consideración. China no abandona el objetivo de disputarle a los Estados Unidos el liderazgo económico planetario. La persecución de esa meta global es la que ha provocado una diferente y mejor distribución para sus fines de su Inversión extranjera directa (IED) en otras partes de la geografía mundial. No existe tal cosa como desinterés en la región sino mas bien una redefinición de objetivos y de maneras de actuación.
En Latinoamérica se ha reducido el volumen de las inversiones desde el año 2010 a esta parte. De acuerdo con The Interamerican Dialogue, hasta ese año sus inversiones rondaban los 14.2 billones anuales. A partir de esa fecha se redujeron a 7,7 y en el último año del que tenemos cifras, el 2022, las inversiones de China alcanzaron apenas 6,4 billones. En 2020, los financiamientos de inversiones a los países de este hemisferio se paralizaron después de haber hecho que fluyeran más de 138.000 millones de dólares desde 2005.
Salvo contadas excepciones, actualmente Pekín está favoreciendo inversiones de menor cuantía, tanto de origen estatal como privado, y se pone el acento en aquellos países que comparten ideología con el modelo de gobierno chino o con su visión del esquema de desarrollo a perseguir.
Aunque Brasil sigue siendo el foco central y en los dos últimos años se han iniciado 32 proyectos, las Inversiones allí se encogieron más de 75% cayendo en 2022 a 1.300 millones de dólares, el más bajo monto desde 2009. Otros países como Ecuador, México, Brasil, Argentina, Perú, Colombia y Chile no son deleznados, pero se trata de inversiones de menor calado. Los bancos chinos han retornado a la región, pero en la actualidad utilizan empresas o fondos como vehículos financieros en lugar de hacerlo directamente como era el caso hasta 2019.
En síntesis, toda una novedosa estrategia diseñada por las autoridades a raíz de covid 19 y encaminada a impulsar la autosuficiencia económica de China es lo que está privando en las nuevas inversiones en todo el planeta. Latinoamérica no es una excepción.
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