En la reunión de Capri del pasado mes de abril, el G7 le destinó un segmento de la declaración final a Venezuela. Esto no debe ser tomado como algo trivial, pero pasan tantas cosas en nuestro país, que no nos hemos paseado por la importancia que tuvo, porque fue entre otras cosas, publicado al final de la reunión, el día 19 de abril, día en que se define finalmente el candidato de la alianza opositora venezolana que está liderando María Corina Machado.
Veamos con mayor detalle este hecho internacional.
Entre muchos temas globales, y otros de importancia vital como lo es la guerra que Rusia ha impuesto a Ucrania así la consecuente inestabilidad que tal acto bélico ha traído al continente africano azotado por la hambruna y la inseguridad inducida por grupos terroristas instigados también por el Kremlin, el G7 manifestó su preocupación por la continua crisis política en Venezuela, demandó la aplicación de los acuerdos de Barbados, en particular las garantías electorales y la posibilidad de una observación internacional real. Además, el G7 reivindicó el respeto a que la oposición pueda ejercer sus derechos políticos, exigió la liberación de los presos políticos y el cese del hostigamiento y la persecución. Por último, el G7 advirtió al régimen venezolano que se abstenga de desarrollar iniciativas desestabilizadoras en la región del Esequibo y que se apegue a la resolución de la controversia de acuerdo con el derecho internacional.
¿Por qué esta declaración, una más, es tan importante?
Fundamentalmente por quien la emite y por el alcance que tienen los países que conforman el grupo que la emite.
Echemos para atrás para darnos cuenta de la dimensión de esta declaración.
Creado en 1975 originalmente con seis países, Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia y Japón, para posteriormente incorporar al Reino Unido, el Grupo de los Siete, o G7, representaba hasta no hace mucho, el grupo de países con mayor peso en el mundo, alcanzando hasta alrededor del 70% del PIB mundial, con poder económico, financiero, comercial, y por lo tanto una influencia política determinante.
Aunado con lo anterior, aunque el grupo sirve de foro para que los líderes de las principales economías avanzadas del mundo discutan y coordinen políticas económicas, seguridad internacional y desafíos globales, su capacidad de coordinación se basa, sobre todo, en los valores de democracia, derechos humanos, libertad, y relaciones basadas en el respeto a las normas internacionales que defiende. Su lucha contra el terrorismo, la búsqueda de estabilidad financiera y crecimiento económico, o más recientemente su coordinación para manejar la pandemia del COVID, o para tratar de recuperar la seguridad internacional son claros ejemplos de los valores que encarna y promueve el G7, pero también de su relevancia y del impacto de largo alcance que pueden tener sus decisiones en la geopolítica mundial.
Por otra parte, ciertamente en los últimos años, el G7, con un PIB global actual de alrededor del 45%, enfrenta el desafío que suponen las economías emergentes hoy reunidas en el grupo BRICS en términos de competitividad, así como para la promoción de la seguridad internacional y, por ende, en la toma de decisiones mundial. Sin embargo, a pesar de estos desafíos, el G7 mantiene su relevancia e importancia en la geopolítica mundial porque sus miembros, individual y colectivamente, continúan siendo actores principales en los asuntos internacionales. Dicho de otro modo, el grupo sirve como plataforma para abordar temas apremiantes y coordinar respuestas a crisis, que luego podrán ser debatidas y coordinadas con otros actores internacionales, y que conjuntamente, definen, en definitiva, la agenda internacional en general, y la de otros países, en particular.
Por lo tanto, un mensaje político emitido por el G7, en este caso sobre Venezuela, puede tener un alcance e impacto significativos debido al peso económico y político individual y colectivo de sus países miembros, inmersos todos, como están, en un enjambre de relaciones políticas, económicas, y de cooperación con el resto de los países del mundo.
Asimismo, lograr que un tema sea incluido en la agenda del G7 no es algo anodino que ocurre de manera espontánea. Cada país miembro tiene diferentes prioridades e intereses, y lograr un acuerdo sobre un tema particular puede requerir extensas negociaciones y diplomacia, para poder llegar a un consenso sobre su pertinencia y sobre la manera como será enfocado. Ese acuerdo para incluir un tema en la agenda de los siete, dependerá, entre otras cosas, de la relevancia y urgencia que éste tenga, así como de su impacto global, del interés que tengan los siete miembros en invertir recursos y tiempo para abordarlo de manera colectiva, incluyendo el interés de llevarlo a otros escenarios de cooperación multilateral como pueden ser el G20 (que representa la confluencia de economías avanzadas y emergentes, y constituye el 90% del PIB mundial) o la ONU, o ampliarlo para que la sociedad civil internacional así como expertos en la materia también se sumen en la defensa de ese interés específico.
Por último, para que un tema entre en la agenda del G7, tiene que estar alineado con sus intereses, con sus principios y objetivos fundamentales. Es decir, con promover la democracia, los derechos humanos, la paz y estabilidad mundial, y el desarrollo sostenible.
Es allí donde estamos. Y representada esa gran alianza de la oposición venezolana por un candidato diplomático que comprende a cabalidad la importancia de este tema, es un momento ideal para aprovechar la visibilidad y el impulso que el G7 le ha dado al momento histórico que se vive Venezuela.
Avancemos.
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