Estaban los que, desde hace años, lo venían advirtiendo. Y estaban los que, desde el gobierno y desde sus fuerzas aliadas, afirmaron con mucho énfasis que Pedro Sánchez era un demócrata respetuoso de la libertad de expresión y que cuanto se pronosticaba no eran más que infundios con el propósito de desacreditarlo.
Pero llegó el 29 de abril y se acabaron las especulaciones y apuestas: Sánchez anunció el comienzo de una etapa de “regeneración”, dirigida a limpiar el “fango”. Y pronunció la vieja y gastada frase que marcará un hito en la historia contemporánea de España: “No se puede confundir la libertad de expresión con la libertad de difamación”.
La frase no llega sola: está cargada de antecedentes. La dijo Stalin durante el Congreso del Partido Comunista de 1927 (el congreso que marcó el inicio de la aniquilación de los grupos liderados por Trotsky y Zinóviev): “No podemos permitir que los enemigos del pueblo aprovechen la libertad de usar los periódicos para difamar al partido” (Robert Conquest estima que un poco más de 1.000 periodistas fueron asesinados por Stalin a lo largo de los años).
La dijo Fidel Castro en su famoso discurso en la Universidad de La Habana (1959): “La libertad de prensa no puede ser absoluta porque eso significaría permitir que el enemigo utilice la prensa para destruir la revolución”. La versionó el dictador rumano Ceausescu cuando respondió a un periodista italiano, en 1969: “La libertad de prensa es el truco que utilizan los canallas para difamar al gobierno”. Cuando puso en marcha su campaña sistemática de allanamientos y clausura de medios de comunicación, en 2018, el psicópata que tiene el poder en Nicaragua, Daniel Ortega, dijo: “Detrás de la libertad de prensa está el imperialismo… esos no son periodistas, son difamadores, sicarios”.
En esta mínima relación -a la que se podrían sumar páginas y páginas de citas de otros dictadores, vanidosos insaciables de poder y enemigos de la democracia- demuestra, al menos, tres hechos: el primero, que los enemigos de la libertad de prensa siempre apelan al mismo argumento: que la libertad solo puede permitirse dentro de unos límites: si hace silencio sobre el régimen en el poder y sobre sus líderes; el segundo, que para escudarse, los poderosos crean una ficción narrativa que consiste en traducir las denuncias y las opiniones disidentes como “ataques”, pero dirigidos a los intereses más altos: a la revolución, en la maniobra argumental de Castro; contra la estabilidad del país, en el caso de los feroces Ortega y Lukashenko; contra el pueblo, en el caso de Stalin, Chávez y Maduro; contra la democracia, en el caso de Pedro Sánchez.
Y tercero: que las distintas frases escondan siempre el mismo argumento (que el líder no actúa en favor de su propia protección sino como defensor de un interés que lo supera); que el procedimiento sea siempre el mismo: amenazas verbales, tribunales, descalificación profesional, presión sobre los anunciantes; y que se repita siempre el mismo llamado político y militante para que los adeptos cierren filas en contra de los periodistas y los medios de comunicación, con el extenuado argumento de que el periodismo independiente y crítico socava la estabilidad, debe conducirnos a preguntarnos: ¿por qué se repiten de modo tan previsible, aquí y allá, a lo largo de las décadas, en el siglo XX y el siglo XXI, programas de censura y coacción contra periodistas?
Se repiten las operaciones de censura y silenciamiento porque los gobernantes que pretenden prolongarse en el poder al costo que sea necesitan sacar del juego a quienes reportean, a quienes escuchan a los ciudadanos, a quienes observan las realidades sociales y económicas; tienen que sacar del juego a quienes denuncian la violación de las leyes, la corrupción, el nepotismo, el tráfico de influencias o la acción de las mafias político-partidistas; tienen que sacar del juego a los que investigan, narran, denuncian y exponen ante los ciudadanos, la realidad detrás de las apariencias, de la propaganda; tienen que sacar del juego a quienes se resisten a la cooptación de la línea editorial de diarios y noticieros, a quienes rechazan la presión que el poder ejerce sobre propietarios y autoridades de los medios de comunicación.
La tesis de este artículo es que Pedro Sánchez y el sanchismo dieron el 29 de abril el primer paso de un camino que tiene el carácter de lo inexorable: no se detendrá y continuará, como lo han demostrado los Chávez y los Maduro. Por lo tanto, ¿qué camino es previsible, de aquí en adelante?
Vienen campañas de descrédito sobre unos determinados periodistas, espacios y medios de comunicación; viene la politización de la inversión publicitaria, lo que incluye presión gubernamental hacia los anunciantes de las empresas privadas. Viene el inicio de procesos judiciales en contra de profesionales del periodismo, para propagar el miedo y la autocensura. Se ha iniciado una etapa donde el sanchismo muestra que es capaz de cruzar otros límites de la democracia. Se ha iniciado la etapa donde Narciso pretende hacerse intocable, la etapa donde Narciso se torna cada día más peligroso.
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