Cuando una mujer tiene deseo de tener relaciones sexuales experimenta una serie de respuestas biológicas y psicológicas que se intensifica a medida que la excitación incrementa.
Tanto la actividad cerebral como las hormonas sexuales se activan para preparar el cuerpo para la intimidad. Una vez que el interés sexual despierta y el deseo está en su punto más alto, diversas señales se hacen evidentes a través de comportamientos, lenguaje corporal y cambios físicos.
La visibilidad y la intensidad de estas señales pueden variar dependiendo del estímulo físico y mental proporcionado por la pareja. Conforme la excitación sexual aumenta, el sistema nervioso se activa, desencadenando la respuesta de «lucha o huida». Esto resulta en una mayor liberación de epinefrina (adrenalina), lo que temporalmente eleva la frecuencia cardíaca y la presión arterial.
La magnitud del aumento en el ritmo cardíaco puede variar según la intensidad del estímulo. También por las características individuales de la función cardíaca y factores psicológicos como el estrés o la ansiedad. Se estima que, en promedio, este aumento en mujeres es de alrededor de 24 latidos por minuto por encima de lo normal.
Mujeres, excitación y relaciones sexuales
Tal y como pasa con el ritmo cardíaco, la mujer experimenta un aumento de su frecuencia respiratoria cuando siente ganas de tener relaciones. Tan pronto como se excita, la respiración se vuelve más rápida y agitada.
Es común que las mujeres experimenten un incremento en la temperatura corporal cuando sienten deseos y antes de tener relaciones sexuales. Desde una perspectiva biológica, el impulso sexual se origina en una región del cerebro conocida como hipotálamo. Ésta también regula la temperatura corporal.
La actividad de las hormonas sexuales y las conexiones neuronales estimuladas en esta área contribuyen a este ligero aumento de temperatura. Además, otros neurotransmisores como la oxitocina y las endorfinas, que aumentan con la excitación, también influyen en este proceso.
Cuando el deseo sexual aumenta y la mujer recibe los estímulos necesarios, sus zonas erógenas tienden a aumentar su sensibilidad. Desde las primeras fases de su respuesta sexual y hasta los picos más altos de su excitación, incrementa el flujo sanguíneo hacia los senos y los genitales.
Tanto el clítoris como los pezones tienden a ponerse hinchados y duros. Además, son más sensibles al tacto. Esto último también puede percibirse en el cuello, las orejas, la parte interna de los muslos, la espalda, el perineo y el ano, entre otras áreas.
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