Esto que te cuento ocurrió antes de la pandemia, antes de que creciera tanto el turismo sexual en Medellín.
Una amiga me puso en contacto con unos estadounidenses. Uno, ‘Herbie’, tenía 39 años. El otro, Víctor, más de 40. Yo tenía 15.
«La amiga», mi proxeneta, era una pelada como yo. Conocía a gringos en fiestas en que le pedían niñas, quedaban en contacto y recibía plata por unas y otras.
A una le sacaban un porcentaje por salir con ellos.
El primer encuentro con ‘Herbie’ ocurrió en El Poblado, en una antigua mansión rentada convertida en apartamentos lujosos. Había hasta jacuzzi.
Yo había estado con otros hombres y ya tenía el corazón de piedra. A partir de ese momento ya solo estaba con ‘Herbie’. Él me trataba bien.
Víctor me trataba muy mal. Con él nunca estuve. Él solo grabó un video del que no supe hasta que me citaron de la policía para declarar.
Lo consiguieron eliminar a tiempo, pero ya sabes cómo es internet: copias y copias se vendieron por WhatsApp en Estados Unidos.
Cuando a ‘Herbie’ lo metieron en la cárcel recibí amenazas y su abogado me ofreció plata para ayudarlo a salir, pero yo cambié de número, borré Facebook y me centré. Ahora tengo hija, pareja estable y mi propio negocio.
Ahora la explotación sexual es muy evidente. Antes no veías tantas niñas en el parque Lleras.
El Lleras
El testimonio pertenece a María Saavedra*, pero podría ser el de cualquiera de las decenas de víctimas, muchas menores de edad, que cada año son explotadas sexual y comercialmente en Medellín.
El parque al que se refiere, El Lleras, está rodeado de discotecas, restaurantes y hoteles. Es un popular punto de encuentro del exclusivo sector de El Poblado, que en los últimos años se convirtió en el epicentro del turismo sexual que inunda la ciudad.
A pocos metros de aquí, un cartel anuncia la clausura del hotel Gotham, donde a fines de marzo la policía descubrió al turista estadounidense Timothy Alan Livingston junto a dos niñas de 12 y 13 años.
El caso derivó en un escándalo que provocó que el alcalde de la ciudad, Federico Gutiérrez, emprendiera una campaña «contra la explotación sexual y comercial, especialmente de niñas, niños y adolescentes en el parque Lleras» y otras «áreas afectadas» de El Poblado.
“Nadie puede venir a la ciudad con fines de explotación de menores”, dijo Gutiérrez, quien decretó la prohibición por seis meses de la oferta y demanda de servicios sexuales y restringió el horario de cierre de clubes en esta zona.
Pocos días después del decreto recorrí varias noches el Lleras y sus aledaños. Vi, pese a la prohibición de la alcaldía, a muchos turistas extranjeros acompañados de mujeres locales.
«Es la segunda vez que venimos y esto sigue igual: bonito y barato», me comentan dos estadounidenses de Chicago.
En los accesos al parque hay vallas policiales. Los agentes cachean, piden identificación. Es difícil comprobar quién demanda u oferta sexo.
«Si te fijas, entran las bonitas, las bien vestidas, las que parecen menos prostitutas», me explica la camarera de uno de los bares del parque.
«En los alrededores verás a las migrantes, las menos arregladas, las menores».
El parque no fue siempre así. Jazmín Santa, investigadora de la Universidad Pontificia Bolivariana, recuerda el cambio en la última década.
«Solía venir la gente de acá, era un lugar más tranquilo, y de repente se vio llegar a cada vez más extranjeros con mujeres jóvenes locales. Vino la pandemia, el boom turístico, la necesidad. Mujeres en prostitución vieron posibilidades en el sector».
«Vaya a El Poblado porque pagan más», le recomendaron a Valery Parra Ramírez, trabajadora sexual trans que dice que aquí se puede cobrar en dólares a los turistas que frecuentan la zona.
La doble cara del boom de Medellín
Medellín hierve de turistas y nómadas digitales décadas después de enterrar su pasado violento de los 80 y 90, alimentado especialmente por el cartel de la droga liderado por Pablo Escobar.
Su buen clima y la popularidad de fenómenos medellinenses de la música como Karol G o Maluma son atractivos que ayudan a inflar las arcas de la capital antioqueña.
El turismo representa un 7% del PIB de la ciudad, donde en el primer trimestre de este año sus visitantes gastaron US$221 millones, según la alcaldía.
Pero es un turismo con características muy concretas.
Un 57% de los 1,2 millones de visitantes entre 2022 y 2023 fueron hombres con una edad promedio de 37,7 años, según el Sistema de Inteligencia Turística. Casi la mitad vinieron de Estados Unidos, unos 503.000, seguidos de lejos por los panameños (167.000) y los mexicanos (159.000).
Un 88,29% llegó buscando ocio.
Investigadores y trabajadoras sexuales entrevistados por BBC Mundo vinculan este boom y perfil turístico en parte al comercio sexual.
Katherine Jaramillo Díaz, fundadora de la ONG Valientes, dice que Medellín viene desarrollándose como destino sexual desde hace más de una década, pero que todo se aceleró alrededor de 2019.
«Se abrió la primera universidad de modelos webcam en Medellín, un impulso para hablar de la ciudad como capital del sexo donde se capacitaba a mujeres para ofrecer servicios sexuales en la web. Comenzó a normalizarse», le explica a BBC Mundo.
En Colombia, la prostitución es legal por voluntad y beneficio propios a partir de los 18 años, pero cualquier intercambio por sexo con un menor de 18 se considera explotación. El proxenetismo también es delito.
Pese a ello, los casos de presuntas explotaciones sexuales se suceden.
El viernes 19 de abril un estadounidense fue detenido en el aeropuerto de Miami antes de embarcar hacia Medellín para presuntamente abusar de menores, según las conversaciones que interceptó la policía con un supuesto traficante de la ciudad.
Entre 2010 y 2022 se contabilizaron más de 3.000 víctimas de explotación, abuso y otros delitos sexuales contra niños, niñas y adolescentes en Medellín, de acuerdo a cifras oficiales de la alcaldía, la policía, la fiscalía y el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar.
En 2023, según la ONG Valientes, se reportaron otras 329 víctimas por delitos asociados a la explotación sexual de menores de edad. Investigadores temen un subregistro por la normalización del fenómeno.
Según la alcaldía, en El Poblado se evidenció un incremento de la criminalidad asociada a la promoción de prácticas delictivas como productos turísticos, «con un aumento del 200% de llamadas reportando delitos sexuales».
El alcalde Gutiérrez dice que en esta zona que «se volvió tierra de nadie» opera una red de trata de personas y estructuras criminales que aprovechan la industria del sexo y el turismo para explotar personas y vender narcóticos.
Sin embargo, la acogida de sus medidas no está siendo unánime.
Investigadores, comerciantes, ONGs y trabajadoras sexuales entrevistados por BBC Mundo creen que las restricciones de la alcaldía en esta zona donde más gastan los turistas desplazarán los problemas a otras comunas más vulnerables.
Opinan que estas medidas restan foco a cuestiones de fondo como la desigualdad y la falta de oportunidades que generan vulnerabilidad.
Además, consideran que las prohibiciones estigmatizan a El Poblado y a la prostitución por cuenta y beneficio propios.
En unas declaraciones compartidas con BBC Mundo, el secretario de seguridad de la alcaldía, Manuel Villa Mejía, reconoció «que estas medidas no son la solución», pero confía en que supondrá «una inflexión para la reconstrucción de la imagen del Parque Lleras».
Una zona transformada para el turismo
Varias cuadras más allá de este parque abundan altos edificios de estrato 6 con seguridad privada, piscina, gimnasios y grandes parqueaderos con automóviles de gama alta. En muchos de estos inmuebles se concentran más de 5.000 apartamentos airbnb, la mayor concentración en toda la ciudad.
Mientras bajamos por una de las avenidas principales, un taxista recuerda el pasado de lo que es hoy la zona rosa y el epicentro turístico.
«Desde hace una década en esta parte no vive nadie. Todo se transformó en fiestas, bares y hoteles. Es imposible vivir por el ruido».
En la misma avenida, una tienda de artículos de cumpleaños, un negocio puro de barrio, sobrevive.
«Ya queda muy poco de cuando era residencial. Esta misma calle donde quedan unos pocos negocios tradicionales se llena de menores por la noche«, dice la dependienta de la tienda, quien prefiere no revelar su nombre por miedo a que la despidan.
Hablé con decenas de comerciantes del entorno del Lleras. Condenan el crimen, los robos, los asesinatos, la explotación sexual de menores que en los últimos meses llegaron a los medios de parte del mundo.
Toleran la prostitución legal. Es rentable.
“Hacemos mucho dinero de los turistas que vienen a eso”, me dice Sebastián Cobarrubia, camarero de un restaurante de la zona.
La mayor vigilancia policial en El Poblado, como anticiparon los expertos, parece haber desplazado parcialmente a las menores a otras partes de la ciudad.
«Acabamos de ver a varias en una esquina más abajo, pero no nos compete pedirles la identificación. Eso es labor de agentes autorizados, pero no hay recursos suficientes», lamenta una fuente de la Defensoría del Pueblo.
Recorrí otras zonas de prostitución que no nombro, siguiendo las recomendaciones de investigadores, para evitar que lo que sucede en El Poblado y sus alrededores se siga propagando.
En una avenida no muy lejos de esta comuna vi a decenas de jóvenes que parecen menores. Acá no parece haber turistas, sino locales.
«En El Poblado es donde se hace más evidente, pero entre los locales también hay clientes explotadores. Pasa en más partes de la ciudad», comenta Santa, la investigadora de la Universidad Pontificia Bolivariana.
El debate sobre el modelo turístico
A comienzos de este año, Estados Unidos emitió una advertencia a sus ciudadanos después de que varios turistas fueran encontrados muertos en Medellín en situaciones sospechosas que involucraban el uso de aplicaciones de citas.
Los delitos que las autoridades vinculan al turismo sexual no son un problema exclusivo de Medellín. También ocurre en Cartagena, Bogotá y prácticamente todos los departamentos del país, según Jaramillo.
Pero aquí y en El Poblado se volvió más mediático por la lucha abierta decretada desde la alcaldía y la popularidad internacional de Medellín.
Los escándalos recientes alimentaron el debate sobre el turismo en la ciudad, frecuentemente asociado a los narcotours, el sexo y la droga «a bajo precio», dice Jaramillo.
Carlos Calle, líder del Observatorio de Turismo de la Personería Distrital de Medellín, dijo recientemente a la agencia EFE que «hay un perfil negativo de turista que viene porque encuentra en Medellín un lugar donde hacer lo que no puede en su país».
Y la alcaldía atribuye los delitos y casos de violencia de género a «la promoción de Medellín como destino turístico asociado a prácticas delictivas”.
Pese a su legalidad, la prostitución y el turismo sexual son asunto divisivo en Colombia, un país tradicionalmente conservador.
En Medellín entrevisté a dos mujeres con experiencia en trabajo sexual con visiones muy distintas.
Valery Parra Ramírez, quien también es presidenta del sindicato de trabajadoras sexuales de Antioquia, critica el «doble moralismo de Medellín» y agrega que «aunque moleste, la prostitución mueve economías en Colombia».
«Criminalizar a extranjeros o a nosotras no es la solución para erradicar la explotación infantil, la cual condenamos al igual que otros delitos. Si cierran el Lleras, el mismo turista busca al niño o la niña por la ciudad y se los lleva en taxi a su airbnb, donde es más difícil controlar quién entra o sale», dice.
Por eso pide que se proteja a quienes trabajan por voluntad y beneficio propio, no se mezcle su actividad con los crímenes y se endurezcan los controles sobre los alojamientos «permisivos» con la explotación infantil.
Mary Luz López Henao, escritora, extrabajadora sexual y víctima de explotación y trata, me ofrece otra perspectiva.
«En un país pobre, racializado, en guerra y desigual como Colombia no hay suficientes oportunidades para escoger libremente».
Por estas problemáticas, López Henao cuenta lo difícil que resulta salir de la prostitución y evitar que niñas, niños y adolescentes caigan en situaciones o redes explotación.
«Hoy se prostituyen las hijas y nietas de compañeras que ejercieron conmigo».
López Henao lamenta la «imagen” que da Medellín con esto, haciendo pensar a muchos extranjeros que “acá solo somos coca o prostitutas».
«Es denigrante que las mujeres más necesitadas solo pisan El Poblado para prostituirse o limpiar las casas de los ricos».
De vuelta al Lleras, los comerciantes limpian con esmero sus terrazas poco después del mediodía.
Quedan pocas horas para que el barrio vuelva a bullir de turistas extranjeros, atraídos por una ciudad que combate el lado más oscuro del turismo sexual.
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