La selección del embajador Edmundo González Urrutia ha sido el más acusado acierto de la oposición venezolana, y esto lo saben muy bien en Miraflores. Una persona íntegra, con formación democrática y una extraordinaria madurez política; además, tiene sobre sus hombros la responsabilidad de representar a las grandes mayorías de venezolanos que desean un cambio pacífico y eficaz. Todo eso no es poca cosa. Después de 25 años continuos en los que la propia política, como síntesis de las aspiraciones populares y como oficio, ha llevado a una asombrosa descomposición, tema que hemos tocado en reiterada oportunidades y bien sabido por parte de la ciudadanía. Se han dicho ,y se dirán, muchas cosas positivas de Edmundo; de igual manera, le inventarán no pocas negativas en el contexto de la consabida guerra sucia, porque para eso es experto el régimen en montar novelas tipo Nextflix y cuentos de desprestigio que solo ellos se creen. No obstante, quisiera hacer algunas precisiones.
Por una parte, a nadie le sorprendió el uso y abuso de las inhabilitaciones, arbitrarias e irresponsables, por cierto, de probos ciudadanos que aspiran a competir limpiamente por la presidencia de la República. Así las cosas, desde el principio, estuvo planteada una sucesión de la candidatura presidencial de la oposición que debía recaer, y afortunadamente recayó de manera oficial, en dos venezolanos insignes como Corina Yoris y Edmundo González Urrutia. No es necesario abundar cómo se llegó a resolver el caso, pero lo cierto es que debía confiarse la candidatura a una persona de grandes quilates morales, conocida y reconocida en sus específicos ámbitos de actuación, pero también en el medio político de una comprobada eficiencia. Éste es el caso de Corina, una académica de prestigio que asumió importantes tareas en la Comisión Nacional de las Primarias, y el de Edmundo, cuya trayectoria y sostenido compromiso político importa poner de relieve. He acá una demostración de cómo la sensatez ha llegado y aportado al liderazgo democrático de la oposición con su selección.
Por otra parte, luce natural y algo comprensible que inmediatamente se busque un precedente cercano al caso de González Urrutia, aunque tratamos de un ejercicio que puede confundirnos. Nada inútil es referirlo, porque así auspiciamos una cierta discusión al respecto y descubrimos la novedad de las circunstancias actuales y sus protagonistas. Por ejemplo, se ha hablado de tres personajes de la historia que nada tienen que ver con Edmundo, excepto que mencionemos el desempeño de la diplomacia que no fue una profesión para Germán Suárez Flamerich, aunque fue embajador en Perú y, miembro de la llamada Generación de 1928, sublevado contra Gómez, diputado durante el gobierno de Medina Angarita, una vez asesinado Carlos Delgado Chalbaud, se prestó como títere de Pérez Jiménez y Luis Llovera Páez para presidir la Junta de Gobierno que desembocó en el fraude constituyente de 1952. Otro ejemplo es el caso del profesor de derecho Edgard Sanabria que terminó presidiendo la Junta de Gobierno que hizo la exitosa y difícil transición de 1958.
Las menciones anteriores parecen muy forzadas, pues solo tiene en común con Edmundo la condición de un outsider antes insospechado. Ejemplos quizá más pertinente sean Diógenes Escalante, quien completó una gran experiencia en el servicio exterior, cumpliendo algunas responsabilidades nacionales, y Esteban Gil Borges, reconocido diplomático comprometido con el largo régimen andino, referencia ideal para encabezar una transición; como es bien sabido, Escalante enloqueció y allanó el camino para los sucesos revolucionarios de octubre de 1945, y, aunque tuvo por virtud la de generar el mayor consenso nacional frente a López Contreras. Este último ganó la aprobación de AD y logrón unificar al propio medinismo en el intento de atajar y administrar las transformaciones históricas pendientes.
Los ejemplos parecieran anacronismos, pero Edmundo González Urrutia es el candidato inequívoco e inconfundible de las fuerzas sociales y políticas mayoritarias que luchan desde hace más de dos décadas por recobrar la libertad en Venezuela. Edmundo cuenta con la experiencia política para afrontar los más espinosos problemas, un sentido extraordinario de la prudencia para calibrar y actuar frente a una realidad compleja, el conocimiento profundo de los ámbitos nacionales e internacionales, el conocimiento para trabajar en equipo convirtiendo su liderazgo en una prueba de efectividad constante y sonante y, además, poseedor de una humildad que se agradece. Éste es un terreno importantísimo, porque jamás ha caído en la tentación de un mesianismo, un narcisismo, una autosuficiencia, que ha permeado en todos los sectores desde las alturas de un régimen prepotente, soberbio, estridente, pantallero y algunos actores opositores que no dejaron de actuar bajo esas premisas.
Sabemos que su adversario es nada más y nada menos que el llamado socialismo del siglo XXI, líder de la peor dictadura de los siglos XIX y XX por estas latitudes y con todas las consecuencias innecesarias de detallar. Con el candidato presidencial de la mayoría opositora democrática, volvemos al cauce de la política cuya novedad fundamental es la de concebirla y aplicarla con el desarrollo estratégico de sus principios y valores, como el compromiso real, personal y ciudadano con el destino del país; esto, por cierto, es demasiado diferente a proclamar una “nueva forma de hacer política” que es la del espectáculo y la farándula, únicamente posible para los que tienen los reales: el gobierno. Esto nos lleva a insistir alcanzar la luz al final del camino; resistir, pues no está todo dicho y determinado, nos quedan días de incertidumbre y de mucho trabajo que debemos aprovechar al máximo; y, finalmente, persistir sin protagonismo individual: todos somos necesarios, debemos aportar al triunfo y a la recuperación del país.
IG, X: @freddyamarcano
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