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El horrible sufrimiento de «un hombre enamorado»

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Si quisiese dimitir podía hacerlo hoy mismo. Así de fácil. Pero nos emplaza al lunes para comunicar su melodramática decisión. Todo es un paripé victimista: «Soy un hombre profundamente enamorado de su mujer que vive impotente el fango que sobre ella esparcen día sí y día también» (y no se rían, que ya lo estoy haciendo yo y vamos a hacer demasiado ruido).

Todo es una patochada bastante zafia, pensada para montar un show de adhesión inquebrantable cuando la roña amical y familiar le llega al cuello, pues dejando al margen el tema judicial, en su trayectoria hay varios casos de enchufismo que en una democracia normal te cuestan el puesto. Cómico también que un político que ha vendido a España en el mostrador de los separatistas para mantenerse en la Moncloa escriba que «nunca he tenido apego al cargo»; o que afirme que ha ganado las últimas generales. La afición a mentir es ya un tic.

La carta le permite ganar cuatro días sin dar explicación alguna a sus españoles cuando tiene a su mujer en el juzgado, pues ha suspendido su agenda pública (y una pena, por cierto, la falta de reflejos ayer de los líderes de PP y Vox, que en la sesión de control fueron incapaces de aludir al elefante en la habitación, Begoña, que solo afloró en el Congreso por obra de Rufián).

¿Qué pasará el lunes? No hay que ser un gran sanchólogo para saberlo. Carita compungida, voz teatral de pesar infinito y un rollazo plúmbeo a lo «Aló presidente» que empezará más o menos así: «En estos días de profunda reflexión ante el ataque a mi mujer por parte de la constelación de la derecha y la ultraderecha he recibido incontables muestras de apoyo y adhesión a Mi Persona. Me han emocionado y las agradezco de corazón. Millones de españolas y españoles, de todos los territorios de este país plural y diverso, me conminan a que me sobreponga a los ataques de una ultraderecha inmoral, que me acosa a mí y a mi familia, y me mantenga al frente del proyecto progresista que está cambiando para bien nuestro país. Y así lo haré, pues aún a costa de sufrir los más brutales ataques a Mi Persona y mi familia, creo que hay un bien que debe preservarse, que es frenar la llegada de una derecha que persigue a las mujeres, que es negacionista frente a la alarma climática e inhumana económicamente, que está al servicio los hombres de puro que conspiran contra el proyecto progresista en los cenáculos de Madrid. Puedo anunciar solemnemente que seguiré en un cargo, al que por lo demás no tengo apego alguno». En primera fila, a Marisu Montero se le desborda una lagrimita, Pachi se quema las manos aplaudiendo y Bolaños bate el récord Guinness de pelotilleo aplicado ante el primer micro que le ponen delante tras la salvífica alocución.

Y ahora vamos con la verdad:

El primer aviso del listón de exigencia moral del personaje llegó en 2016, con la gamberrada de la urna pirata. Ocurrió el sábado 1 de octubre, en aquel bronco Comité Federal de Ferraz donde el felipismo-rubacabismo lo echó para evitar los apaños con los separatistas que ha acabado perpetrando. En un momento de aquella tarde de nervios, gritos y llantinas, Sánchez intentó un pucherazo con una votación trucada tras una cortina. El sector contrario se lo impidió y el secretario general acabó perdiendo su puesto.

El segundo indicio de la insuperable autoexigencia moral de Sánchez llegó cuando tras asaltar el poder, con solo 85 e invocando la regeneración democrática, se descubrieron los plagios en su tesis doctoral cum laude. Para contraatacar, Sánchez ordenó emitir con membrete de Moncloa una nota dando cuenta de que un análisis de su tesis con el programa de referencia PlagScan reflejaba que no existía plagio. La burda maniobra fue desmentida al instante por la propia PlagScan, una empresa alemana, que respondió a Moncloa asegurando que el estudio daba en realidad 21% de plagio. Es decir, Sánchez mentía a través de una nota de Presidencia.

Las siguientes pruebas de la gran integridad moral del personaje llegaron con un desacomplejado ejercicio del nepotismo. Hubo enchufes tan sonados como el del amiguete arquitecto emigrado en Estados Unidos, al que se trajo de vuelta con un puesto inventado en la administración; o el del amiguete del baloncesto, poli municipal de profesión, para quien creó el nuevo cargo de director de seguridad de la Sepi; o el amigote colocado al frente de Correos (que dejó un pufo olímpico).

Si nunca pasa nada, ¿por qué no ayudar también a la familia? Playbol, la empresa del patriarca Sánchez senior, recibe ayudas públicas del ICO gobernando su hijo. David, el hermano menor de alma melómana, se pasa varios años en Rusia formándose para convertirse en sublime director de orquesta. Pero de vuelta a España la gente no repara en su talento y no encuentra trabajo. ¿Para qué está el PSOE? La Diputación de Badajoz, gobernada por los socialistas, lo ficha con director de su flamante oficina musical. Para que no falte de nada, el hermano mayor sufraga con fondos europeos una ópera organizada por David de argumento friki y que solo se representa una vez. El artista vive en Portugal, apenas pasa por la oficina y paga impuestos en el país vecino. ¡Gracias, Pedro!

Con este ambientazo, Begoña se percata también de que todo vale. Escribe cartas de recomendación a un amiguete, que acto seguido se hace con un opíparo contrato público del gobierno. Acaba al frente de una «cátedra extraordinaria» en la Complutense sin tener siquiera un título universitario homologado. Su marido da ayudas del gobierno a un proyecto donde ella dirige un apartado y a una empresa donde ella es accionista. ¡Gracias, Pedro!

La carta de Sánchez forma parte del curso de Primero de Autócrata: si estás en apuros, monta un gran espectáculo victimista. España se está poniendo como La Corte de los Milagros de Valle-Inclán. O peor.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

 

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