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Historia y libertad

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En 2017, Timothy Snyder, publicó el breve y atrayente libro Sobre la tiranía, veinte lecciones que aprender del siglo XX; quizás inspirado en La democracia in trenta lezioni de Sartori. Ambos textos hermanados por el espíritu de la sencillez profunda, sin limitar el pensamiento a un hecho determinado, más bien llevándolo a un “continente vacío” que cada quien habite con su realidad, o circunstancias.

Las veinte lecciones de Snyder cierran, además, con un magnífico epílogo: La historia y la libertad. Nos advierte de creer que los regímenes autoritarios son cosa del pasado. Lo cierto es que pueden reaparecer mucho más eficaces, haciendo palidecer a un Joseph Goebbels. Ahora se nos somete sin que apenas lo notemos. La estratagema consiste en despreocuparnos de la historia, pero no la historia como relato de vidas pasadas, o simple conocimiento, sino de la historia como acción y protagonismo. Recuerdo el movimiento español del amigo Carlos Barro de Historia Inmediata: «la historia no puede hacerse al margen de la historia que pasa, de la historia que vivimos». Snyder la entiende como una fuerza transformadora que atañe a cada generación.

Pensemos, también, en el Ortega y Gasset de Yo soy yo y mi circunstancia: «El hombre rinde al máximum de su capacidad cuando adquiere plena consciencia de sus circunstancias». Ciertamente, comprenderlas nos permite una cosmovisión que posibilita ser autores de nuestra historia, dando la perspectiva de un futuro moldeado y no producto del azar o la imposición. Asumir este rol transformador, dice Snyder, es comprometerse con la libertad. Hacer nuestra propia historia es hacernos libres.

Su contraparte sería olvidarnos de la historia, desatenderla; pensarla como un proceso indetenible en el cual no hay posibilidad de incidir. Como cosa ajena. Esto es, la política de la inevitabilidad, según Snyder, “un coma intelectual autoinducido”. Aceptamos lo que se nos viene encima, como karma histórico que nos toca padecer si pensamos en nuestros hijos; en otras palabras, podríamos verlo como “fin de la historia” porque no hay fuerzas en choque. Esta política de la inevitabilidad es una renuncia a la libertad. Pero, la inevitabilidad, dice Snyder, viene en dupla con la política de la eternidad que vive del pasado, sin entenderlo, exagerando su épica para manipular. Y, lo que es peor, ponerlo como una lápida de mármol sobre la generación presente, inoculando la idea de ser incapaz de superar a sus próceres. ¿Quién no se paraliza así? ¿Quién puede imaginar un futuro de libertad? Es la política de cancelación ciudadana. Dice Snyder que si antes no hacíamos nada porque el devenir de la historia parecía imparable, ahora tampoco hacemos nada porque pensamos que esta crisis que nos mata, es un ciclo vicioso, repetitivo, que bien gracias si alguien se ofrece a detenerlo; lo cual nos convierte en una generación sin historia.

Paul Valery cree que la libertad es una palabra que tiene más valor que sentido. Pienso en la serie, Julio César, dirigida por Uli Edel, en uno de sus episodios vemos a Julia, hija de Julio César y Cornelia, rogando a Pompeyo el Grande para que le devuelva a su antiguo maestro, Apolonio, capturado en una rebelión de esclavos. El líder militar y cónsul romano complace a la chica, pero Julia se lleva una gran sorpresa: el viejo y fatigado maestro se niega a ser liberado de esa forma porque, explica, la libertad no es una concesión que pueda decretarse sino una conquista a mano propia antes que nada.

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