El pasado miércoles 4 de abril, la sección de opinión de El Nacional publicó dos artículos sobre la venidera ficción electoral: el de la periodista Gladys Socorro, titulado “Un último esfuerzo” y el del profesor Carlos Blanco, titulado “Elecciones tipo zombi”.
En su artículo, Gladys Socorro afirma que Nicolás Maduro es el peor presidente que ha tenido Venezuela y llama a votar masivamente contra él porque es derrotable.
No entraré a discutir cuál ha sido realmente el peor presidente que hemos tenido, pero sí me focalizaré en el argumento de que Maduro es “derrotable”. La periodista Socorro se apoya en una extrapolación lineal que materializa con dos puntos. El primer punto es la votación obtenida por Capriles en las elecciones presidenciales de 2012 cuando compitió contra Chávez. El segundo punto es la votación obtenida, otra vez por Capriles, pero cuando compitió contra Maduro en 2013.
Por tales dos puntos traza una recta y ¡zaz!, emerge el primer y único postulado de su geometría monovariable: la segunda vez un número menor de ciudadanos votó a favor de Maduro, en consecuencia ¡es derrotable!
Y digo monovariable porque no toma en cuenta cualquier cantidad de variables y sucesos, de ese entonces y recientes, que hacen que ciudadanos que votaron por Capriles en las dos elecciones mencionadas no lo vuelvan a hacer más nunca, ni por él ni por prácticamente ningún integrante de la extinta MUD. La periodista Socorro le pone la guinda a su argumento con la siguiente pregunta: Si esto se pudo lograr cuando la figura de Maduro no estaba desgastada por la mala gestión, ¿quién dijo que no se le puede ganar ahora?
Por su parte y en simultáneo, y sin querer queriendo, Carlos Blanco le contesta con un argumento que yo tomo y coloco no en forma de pregunta, sino en forma de afirmación: si es cierto que Maduro ha sido el peor presidente de Venezuela y el objetivo verdaderamente importante es salir de él, entonces da lo mismo que votemos masivamente por, por ejemplo, el pastor evangélico.
Utilizando el método de moda pregunto: ¿Le encuentra usted amigo lector, asidero al “postulado Socorro”? Tal parece que la periodista Socorro le hace una promoción subliminal, no evidente, a Henri Falcón, quien vendría a ser “il salvatore della la patria” dado que Maduro, según ella, es el peor presidente que hemos tenido.
John Forbes Nash Jr. (1928 – 2015) fue un matemático estadounidense, especialista en teoría de juegos, geometría diferencial y ecuaciones en derivadas parciales, que recibió el Premio Nobel de Economía en 1994, junto con Reinhard Selten y John Harsanyi, por sus aportes a la teoría de juegos y los procesos de negociación.
Aquí entre nos, les cuento que nos encontramos en una suerte de equilibrio de Nash. Tal equilibrio ocurre cuando todos los jugadores saben cómo juegan los demás. Si cada jugador ha elegido una estrategia de juego, y nadie se beneficia al cambiar de estrategia si la otra continúa con sus estrategias, entonces la suma de todas las elecciones estratégicas forma un equilibrio de Nash.
En un equilibrio de Nash, cada participante en un grupo toma la mejor decisión para sí mismo, según lo que cree que harán los demás. Y nadie puede mejorar cambiando la estrategia, pues cada miembro del grupo lo está haciendo lo mejor que puede. En otras palabras, mientras el resto de los participantes mantenga cada uno sus estrategias, un participante no ganará nada si modifica la suya.
Debe tener en cuenta el lector que, por ejemplo, hay una bajísima probabilidad de que el CNE cambie las condiciones de la farsa electoral, de que el PSUV cambie su estrategia de puntos rojos y de que Henri Falcón se retire, si no cambian las condiciones electorales. Hay también una bajísima probabilidad de que los ciudadanos cooperemos con el resto de los integrantes del grupo y salgamos a votar masivamente.
El “pitfall”, el pequeño detalle, del argumento de Gladys Socorro, amén de lo subliminal, es que no toma en cuenta dos conceptos: cooperación y coordinación. La actual situación venezolana desborda el trazado de una recta peorra: es harto evidente la imposibilidad de cooperación y coordinación entre todas las individualidades que forman el grupo involucrado en tal ficción eleccionaria. En consecuencia, el equilibrio de Nash, en su versión del dilema del prisionero, permite predecir el resultado.
Tal y como afirma Carlos Blanco en la conclusión de su artículo: lo que se ha de ver, ya se sabe.
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