Se oye por todas partes que la situación venezolana es insostenible y que en cualquier momento ocurrirá un cambio político en relación con el poder. Lo que pasa es que eso se viene oyendo desde hace bastante tiempo, y tal cambio no ha ocurrido, y ni siquiera la situación catastrófica que sufre Venezuela ha sido debidamente tomada en cuenta para tratar de producir el ansiado cambio.
Maestros de la ciencia política, como Juan Carlos Rey, probo y genuino académico, consideran que ha existido un consenso entre los expertos serios en la materia, en que los regímenes totalitarios no suelen cambiar de forma sustancial, por efecto de la dinámica interna de los países que los padecen, sino más bien por efecto de las condiciones externas que les son críticamente adversas.
La hegemonía roja no encaja en la tipología de una dictadura convencional, pero su vocación totalitaria me parece innegable, aunque siempre con el intento de disfrazarla con ropajes seudodemocráticos, lo cual la hace más peligrosa y dañina para la nación que es sojuzgada por ella. Entre otras razones, porque algunos personajes políticos de “oposición”, suelen encontrar excusas para seguirle el juego a los montajes electorales. Algunos, espero, de buena fe, pero otros, por motivos impresentables.
Sea lo que sea, esa vía no ha producido cambios políticos de fondo en la Venezuela de estos largos y penosos años, sino más bien los ha frustrado. Las anunciadas “elecciones presidenciales” de mayo, tienen toda la estampa de ser un capítulo adicional en esta lastimera historia de manipulaciones consentidas. Cambian nombres, cambian siglas, cambian algunas cosas de superficie, pero el patrón se mantiene igual. Y todo eso no tiene otro propósito que tratar de convalidar el continuismo.
Ahora bien, ¿puede prolongarse la situación presente, que tiende a agravarse día a día, con todo y la referida convalidación? Economistas de renombre dicen que no; que la hiperinflación es mortal para la permanencia del poder establecido; que si este tiene talante democrático, la ruptura política es más rápida que en los casos de despotismos, pero que un final relativamente próximo es inexorable. Ojalá tengan razón.
Sobre todo en un aspecto que no puede subestimarse: que el cambio sea para iniciar un proceso de reconstrucción nacional, con fundamentos democráticos; y no una sustitución de un grupo por otro, pero dentro de lo que se podría denominar “el contexto bolivariano”. O lo que algunos analistas ya han identificado como el “tercer gobierno del chavismo”. Tal perspectiva no tiene nada de auspiciosa y todo de ominosa.
¿Vamos hacia allá? Nadie lo puede afirmar con certeza, pero ciertamente no parece que vayamos a superar la hegemonía con la trillada consigna de la salida electoral. Y debe repetirse que, siendo esa la salida deseable, es imposible en las circunstancias propias de la hegemonía que impera en Venezuela. Y que quiere seguir imperando, así la banda presidencial se coloque sobre otro flux, e incluso sobre un uniforme.
Sin duda que podemos encontrarnos en la antesala de un cambio. La catástrofe humanitaria de Venezuela así lo indica. Pero los cambios pueden ser para bien y para mal. La continuidad del presente sería la continuidad de la tragedia venezolana. Pero un cambio de figurones en el que el despotismo, la depredación y la corrupción permaneciesen rampantes, no sería un cambio sino otra estafa.
Para que el cambio sea afirmativo, tiene que ser de fondo, de sustancia, de naturaleza, de verdad. Muchas condiciones están dadas para ese cambio. Hay que luchar para que pueda hacerse realidad.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional