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Un venezolano en París

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Por MARIANTONIA PALACIOS

El 9 de agosto de 1874 nació Reynaldo Hahn, una de las figuras más fulgurantes del mundo musical parisino de la Belle Époque. Compositor, pianista, director de orquesta, conferencista, crítico musical y escritor. A su muerte, en 1947, la municipalidad de París le rindió honores como académico y como comendador de la Legión de Honor. Henri Büsser le calificó como “el más parisino entre los parisinos”, y el crítico Louis Oster resaltó su “sensibilidad tan francesa” y su encanto “tan parisino”. Sin embargo, Reynaldo Hahn Echenagucia era venezolano, nacido en Caracas, en la parroquia Altagracia.

Orígenes caraqueños

Carlos Salomón Hahn Dellevie, su padre, era natural de Hamburgo. Se estableció en Caracas alrededor de 1848 y allí conoció a María Elena Echenagucia Ellis, con quien se casó en 1853. El matrimonio Hahn Echenagucia tuvo trece hijos, siendo Reynaldo el benjamín. La familia ocupaba una posición social privilegiada. Carlos, un hombre culto y mecenas de las artes, era cónsul general de Bélgica y amigo personal de Antonio Guzmán Blanco. Una de sus compañías, la Kenedy & Hahn, contribuyó de manera decisiva con la construcción del Teatro Caracas —primera edificación venezolana que contó con luz producida por gas—, inaugurado en 1854 con la presentación de la ópera Ernani de Giuseppe Verdi a cargo de una compañía francesa. María Elena Echenagucia, su esposa, era una mujer de belleza sin igual y lúcida anfitriona de las tertulias artístico-literarias a las que concurría la élite cultural. Su belleza fue cantada por el escritor satírico carabobeño Rafael Arvelo Rodríguez en unos versos que improvisó en medio de una comilona recogidos en la revista venezolana El Cojo Ilustrado en 1849. Habiendo sido interrumpido comiendo una pata de pavo y con el toque irónico que le caracterizaba, se puso de pie y dijo:

Tus ojos, bella Elenita,

Crueles acreedores son:

Pues cobran el corazón

Sin dar espera ni quita.

El que los mira una vez,

Alma y quietud ajena;

Y no hay usurero, Elena,

Que exija tanto interés.

Yo tengo acá mis razones

De deudor para decir

Que no es bueno consentir

Logreras de corazones.

Y si á las bellas alcanza

Esa ley que hoy fue cumplida,

Debes quitarme la vida

Óh darme, si no, esperanza.

Por una Elena ardió Ilion:

La historia la pinta bella.

Tú, Elena, más linda que ella,

Incendias mi corazón!

Mas… soy casado!… Te alabo!…

Y qué haces tú?… despreciarme…

Soy capaz de suicidarme…

Con esta pierna de pavo!

La primera noticia que se conoce de la actividad artística de Reynaldo proviene precisamente de estos encuentros. Se trata de una reseña aparecida en la revista El Semanario, de fecha 9 de febrero de 1878. El escritor colombiano José María Samper, en la nota introductoria, describe al niño Reynaldo como “bandolerillo alegre de blondos cabellos y mejillas de rosa… que recita composiciones poéticas con notable gusto, y canta, como puede hacerlo un niño, acentuando de tal modo las frases que se comprende que siente lo que expresa”. Tenía para entonces apenas tres años y medio. Un mes después, esta vez en el periódico La Opinión Nacional, la famosa poetisa, periodista y revolucionaria puertorriqueña Dolores Rodríguez de Astudillo Ponce de León, mejor conocida como Lola Rodríguez de Tió, quien se encontraba en Caracas desterrada de su país natal, publica unos versos para ser “recitados por el simpático niño Reynaldo Hahn”.

Viaje a la ciudad luz

La familia Hahn Echenagucia se embarca rumbo a Marsella en abril de 1878. Las razones que les llevaron a tomar esta decisión no están claras, pero todo parece indicar que Carlos Salomón tuvo problemas con Antonio Guzmán Blanco. Llegan a París en febrero de 1879. Gracias a la inmensa fortuna de Carlos Salomón y al talento y belleza de María Elena, la familia se estableció en la ciudad luz ofreciendo uno de los salones más elegantes de la capital

Apenas dos años después, Reynaldo debuta ante la princesa de Metternich, sobrina de Napoleón Bonaparte, cantando y acompañándose al piano arias de Jacques Offenbach. Gracias a su talento, ingresa como alumno de composición en el Conservatorio de París con apenas trece años. En esa época le puso música a un poema de Victor Hugo, “Si mes vers avainet des ailes” (Si mis versos tuvieran alas), que es una de sus canciones más inspiradas.

Reynaldo es partícipe activo de los salones parisinos donde se reúne con la intelectualidad. Allí presentó sus composiciones cantándolas y tocándolas él mismo. Fue en uno de estos salones, en la mansión de Madeleine Lemaire, donde conoció en 1894 a quien sería uno de sus amigos más caros, Marcel Proust, quien se inspiró en el músico para crear el personaje de “Vintelli” en su famosa novela En búsqueda del tiempo perdido. Ambos artistas mantuvieron una correspondencia epistolar de gran altura intelectual salpicada de humor y sarcasmo, hoy afortunadamente publicada. Proust recuerda vivamente la primera vez que lo escuchó con estas palabras:

«Nunca, desde Schumann, la música había tenido los trazos de una belleza tan humana, de una belleza tan absoluta, (…) La cabeza ligeramente inclinada hacia atrás, la boca melancólica, un poco desdeñosa, dejando escapar la ola rítmica de la voz más bella, la más triste y la más cálida que haya existido, este instrumento de música genial que se llama Reynaldo Hahn abraza todos los corazones, humedece todos los ojos, en el escalofrío de admiración que él propaga…”.

Artista multifacético

Aunque Reynaldo tenía una hermosa voz de barítono, nunca se desempeñó como cantante profesional. Sin embargo, su pasión por el canto y el teatro lírico guiará gran parte de su producción como compositor y su carrera como director. No fue sólo un compositor insigne, fue también un pianista virtuoso. Descolló como intérprete y fue además un reconocido improvisador y solicitado acompañante. Uno de sus biógrafos, su discípulo y amigo Daniel Bendahan, nos describe cómo tocaba el piano Reynaldo Hahn.

“Como pianista tenía una técnica extraordinaria y sus contemporáneos recordaban los efectos especiales que obtenía gracias a su maestría en el uso del pedal. Este manejo del instrumento le permitía lograr matices diversos y podíamos observar cómo sus manos parecían apenas rozar el piano para sugerir las ideas sonoras”.

Además de compositor y pianista, Reynaldo fue un afamado director de orquesta, especializado en la música de Wolfang Amadeus Mozart. Como un reconocimiento a su excelencia en este campo, fue nombrado director de la Ópera de París en 1945.

Comparable a la febril actividad musical, Reynaldo desarrolló una carrera como escritor. En 1909 se inicia como crítico musical en el Journal de l’Université des Annales, carrera que continuará en Le Figaro, Femina, La Fléche, y l’Excelsior. Publicó además varios libros: Du Chant (1920), La Grande Sarah (1930), Notes, journal d’un musicien (1933), «Le chant» en  L’Initiation à la musique (1935, y L’Oreille au Guet (1937) y  Thème Varié (1946). 

Colofón

Reynaldo Hahn, como muchos otros artistas venezolanos del siglo XIX, viajó a París y allí estudió. Pero jamás regresó a la ciudad de los techos rojos. Algunos de sus biógrafos sostienen que no quiso hacerlo. Otros afirman que no pudo porque su apretada agenda artística no le permitió ausentarse de los escenarios europeos. Todos coinciden en la predilección que sentía por la comida venezolana, lides en los que su madre era una experta reconocida. Dicen que los sabores criollos despertaban en Reynaldo placenteros recuerdos de aquella infancia transcurrida entre el verdor de la casa familiar en El Paraíso, famosa por su colección de orquídeas y plantas exóticas.

Cualquiera sea la verdad, Reynaldo Hahn fue sin duda un venezolano que brilló en París, un artista de quien debemos sentirnos orgullosos. Por eso es tan lamentable que la sala dedicada a su memoria en el Teatro Teresa Carreño haya sido clausurada y su colección de cartas, libros y partituras devueltas a sus donantes.

“Nunca escribo una nota sin preguntarme qué gentes que aún no han nacido la escucharán y la juzgarán”, escribió Reynaldo Hahn. Hoy podemos contarnos entre aquellos que hemos tenido el privilegio de acercarnos a la música de este gran compositor. Queda a cada quien juzgar la calidad y belleza de su obra, tal como él lo pidió.

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