Julio Jaramillo protagoniza el documental Si yo muero primero, dirigido por el realizador ecuatoriano Rodolfo Muñoz, de dilatada trayectoria en el medio de la producción.
El filme pudo estrenarse en el país por contar con el respaldo del CNAC y del fondo Ibermedia.
Sin embargo, la película de no ficción se distribuyó en apenas cuatro salas mal ubicadas y apartadas. Así es difícil competir y establecer una conexión real con la audiencia.
De hecho, tuvimos que buscarla en una aventura que nos llevó hasta el Multiplaza Paraíso, un centro comercial que saca el mejor provecho del pequeño espacio a costa de ostentar un diseño funcional que complica los desplazamientos y los traslados a pie.
Llegamos a las 6:00 de la tarde para ver la cinta en pantalla grande. Subimos por ascensor, caminamos por pasillos y ascendimos por escaleras mecánicas apagadas para ahorrar electricidad.
En el grupo había personas de la tercera edad. Por tanto, era una odisea cuesta arriba, como ir a una cita en una torre de Parque Central. Al final, compramos las entradas y fuimos bien atendidos por los dependientes del lugar.
Los espectadores asisten al cine, haciendo de la adversidad un estímulo para gozar de dos merecidas horas de esparcimiento.
Así como reconocemos los esfuerzos de los empresarios del ramo, por resistir a pesar de los obstáculos, hemos de celebrar la fidelidad de los consumidores con las marcas que garantizan la exhibición en Caracas.
De la armonía entre ambos factores se genera la industria que potencia los contenidos que disfrutamos en la cartelera, puntualmente cada semana.
Es un logro que se mantenga la oferta de largometrajes en 2019, alimentando la imaginación de los diversos sectores y franjas de edad del público.
En la sala éramos ocho entusiastas y fanáticos del Ruiseñor de América, que nos entregamos al ritual de profundizar en el drama de su ascenso y caída.
El guion narra un clásico viaje del héroe, en el que el personaje surge en las condiciones más difíciles, como ejemplo de constancia y sacrificio.
Un coro de especialistas, de diferentes contextos geográficos, aportan su testimonio para robustecer el relato y contar las anécdotas que marcaron al ícono de la canción romántica, el cual puso voz a un menú inabarcable de géneros en una gesta insólita.
En su ingenuidad, Julio Jaramillo nunca quiso cobrar por las regalías de explotación de sus temas, sobreviviendo del trabajo diario que significaba presentarse y recibir un pago solo por grabar discos en tiempo récord.
Por tal motivo, engrosó la lista de nuestros artistas que una vez que tocan el cielo con su magia creativa, pues terminan sus días en la completa orfandad y ruina.
Redescubrimos que el autor de tantos éxitos no fue un profeta en su tierra. Al principio, sus hits de rockola cruzaron el continente, posicionándose en México, Colombia y Venezuela.
El director despeja una importante cantidad de dudas sobre la biografía del homenajeado, aclarando que jamás compuso una placa con Astor Piazzolla.
Las leyendas y mitos, que rodean al intérprete, van siendo analizadas y contrastadas con las versiones de los expertos consultados, quienes parecen vivir en un tiempo congelado de nostalgias y remembranzas por un pasado que se esfumó.
La pieza capta un aire de decadencia y de tragedia cíclica por el recuerdo de una memoria melancólica, que embarga a los viudos y tributarios del legado de Julio Jaramillo, cuya muerte expresa las dos caras que engloban nuestra traumática relación con la cultura popular.
Por un lado, el fallecimiento certifica que culminó su existencia en la pobreza económica. Por el otro, un nuevo culto se erige tras el anuncio del deceso.
La vibrante “Si yo muero primero” es metáfora de los claroscuros que definen a nuestras capillas, a nuestros santuarios, a nuestros ídolos rotos, a nuestras religiones paganas o laicas.
Imperfectos y demasiado humanos. Así es uno de los documentales del año.
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