El cruce de insultos y acusaciones entre los presidentes de Colombia, Gustavo Petro, y México, Andrés Manuel López Obrador, con Javier Milei ha superado lo tolerable. Como se dice coloquialmente, llueve sobre mojado.
Desde principios del siglo XXI América Latina sufre el mal de la fragmentación, pero esta pirotecnia retórica, básicamente para consumo interno y satisfacción de sus propios hooligans, ha trasladado la polarización interna a toda la región.
Entre los insultos proferidos destacan “terrorista asesino”, “comunista”, “facho”, “Hitler” y “Videla”, sin olvidar otros como “excremento”, “plaga” e “ignorante”. Si bien estos se propalaron por las redes sociales, sus autores no deberían olvidar la responsabilidad de sus cargos y, en tanto presidentes, deberían velar por el interés nacional (y general), lo que no hacen.
En un reciente artículo, también en Clarín, Fabián Bosoer señalaba que “no es culpa de las redes sociales que los políticos se comporten como energúmenos o pendencieros”, aunque sean “nuevas formas de comunicar y de participar en el ciberespacio”.
Con independencia de quién tiró la primera piedra, ahí están las críticas de Petro y López Obrador tras la elección de Milei, estos sucesos demuestran que la cacareada teoría de la no injerencia en asuntos de terceros países en defensa de la soberanía nacional, una suerte de corolario de la “doctrina Estrada”, es pura entelequia.
Pero la fragmentación no solo supone un enfrentamiento entre izquierdas y derechas, sino también afecta a potenciales aliados, quebrando a la región en múltiples partes.
Un par de datos refuerzan esta idea. Primero, Jorge Rodríguez, presidente de la Asamblea Nacional venezolana y próximo a Nicolás Maduro, rechazó las críticas de Petro, Lula da Silva y José Mujica, sobre la exclusión electoral de la oposición con un rotundo: “Métanse sus opiniones por donde les quepan”.
Segundo, el piropo de Lula a Gabriel Boric, en julio pasado, quien le afeó su postura sobre Ucrania. Entonces lo llamó “joven sediento [de protagonismo] y apresurado”, por su falta de experiencia en grandes citas internacionales. Pese a no ser tan chabacano, su capacidad de encajar críticas ajenas es reducida.
Si bien cada uno ve la paja en ojo ajeno pero no la viga en el propio, esto complica la no nata integración regional, que atraviesa una profunda crisis. Petro acusó a Milei de “destruir, o al menos aplazar el proyecto de la integración latinoamericana”, mientras “nosotros [él y López Obrador] a pesar de los insultos, debemos preservar el proyecto de la unidad, en la diversidad, de América Latina y el Caribe”.
Obviamente es una falacia, y no porque Milei sea un ardiente defensor de la integración, que no lo es, sino porque no se puede destruir lo que no existe. Tampoco se puede preservar la unidad en la diversidad cuando la afinidad política e ideológica es la única premisa a partir de la cual unos y otros buscan integrarse.
La fragmentación se ha trasladado a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Su presidenta pro tempore, la hondureña Xiomara Castro, tomó diversas iniciativas inconsultas en diversos problemas globales sin atender al consenso regional.
Aquí se incluyen la felicitación a Vladimir Putin “por su convincente” victoria en unos comicios que consideró claramente democráticos, la carta a António Guterres sobre la guerra entra Israel y Hamás y la declaración sobre Haití, donde insta a rechazar “una acción militar que viole el principio de no intervención y respeto a la autodeterminación de los pueblos”.
Para ello se respaldó en la troika comunitaria, formada por el presidente en ejercicio más el saliente y el entrante. Actualmente, además de por Castro, la troika, con gran afinidad política, la componen Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y Granadinas, y Gustavo Petro (en 2025 Colombia tendrá la presidencia pro tempore). Sin embargo, sus mensajes fueron rechazados por Argentina, Chile, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana y Uruguay, al no reflejar el necesario consenso.
No es abusando de las redes sociales para denigrar al contrario como se avanzará en la integración regional. Tampoco reivindicando la doctrina Estrada y la soberanía nacional sin aceptar las críticas del vecino, pese a estar situado en las antípodas. Ni siquiera alineándose con Rusia para minar la democracia en la región o acudiendo a citas en Madrid bajo el paraguas extremo de Vox.
Si se quiere comenzar a construir la integración regional hay que comenzar por derribar los muros que apuntalan la fragmentación e impiden a América Latina hablar con una sola voz. Más grave aún, la división tampoco permite coordinar ciertas políticas públicas o cooperar en otras. Si solo se atiende a las afinidades políticas, y esto tampoco es una garantía, el fracaso está garantizado.
¿No habrá llegado el momento de que los presidentes latinoamericanos comiencen a hablar de otro modo?
Artículo publicado en el diario Clarín de Argentina
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