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Elogio a la inteligencia

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Foto AFP

Nunca he negado mi admiración por Irán. No me refiero sólo a esa gran nación en su dimensión histórica, una auténtica cultura milenaria que ha asumido en todo momento un gran protagonismo y que es depositaria de un formidable patrimonio artístico. Su actual régimen político, expresión máxima de islamismo chiita, también me merece respeto. Para cualquier persona que haya tenido la gentileza de leer esta columna con anterioridad resultará evidente que ni en el plano moral, ni en el religioso o el político tengo mucho que ver con los ayatolás, guardias de la revolución o personalidades afines que controlan el poder en aquellas tierras. Pero hay algo, fuertemente arraigado en mi carácter por la educación que recibí, tanto en mi familia como en los distintos colegios por los que pasé, que me lleva a admirarlos: el respeto al trabajo bien hecho.

Los dirigentes iraníes saben quiénes son, qué quieren y cómo hacerlo. Como personas afectadas por lo trascendental tienen un concepto del tiempo distinto al nuestro. No hay prisas. Encajan los golpes, pero se mantienen firmes en la ejecución de sus planes, coherentes con una estrategia precisa e inteligente. Desde la decadente Europa, que rechaza su historia, que opta por una identidad «líquida», que, como el bueno de Poncio Pilatos, se pregunta sinceramente «¿Y qué es la verdad?» (Jn. 18.38), que ha renunciado a buscar un sentido a la vida en beneficio del dulce néctar del bienestar, que no trata de encontrar su sitio en el futuro y se conforma con un buen pasar… es admirable hallar un ente político que sí sabe lo que quiere.

Los dirigentes iraníes trabajaron a fondo una estrategia acorde con sus intereses islamistas. La guerra de Gaza es sólo un capítulo más, prueba de su inteligencia y buen hacer. Es cierto que la estulticia occidental ayuda, pero no está en mi ánimo quitarles mérito. Provocaron a Israel de modo que no tuviera más remedio que entrar en un callejón de difícil salida y se hicieron con un buen número de rehenes con los que alimentar la desunión entre los propios israelíes. ¿Qué es más urgente: derrotar al enemigo o recuperar a los cautivos? Si algunos Estados árabes, hartos de los dirigentes palestinos y temerosos de la influencia de Irán en la región, se acercaron a Israel en el marco de los Acuerdos de Abraham ahora tienen que enfrentarse a una población que se solidariza con su equivalente gazatí y denuncia el «genocidio» ejecutado por «la entidad sionista». De fondo se activan los millones de musulmanes no árabes que acusan a Occidente de hipocresía.

En Estados Unidos el presidente Biden endurece su discurso hacia Israel presionado por unas bases demócratas entregadas al movimiento woke, que no ocultan su antisemitismo y que amenazan con abstenerse en las próximas elecciones presidenciales. Los departamentos de Estado y de Defensa, tradicionalmente proárabes, advierten del coste diplomático en buena parte del planeta por mantener el apoyo a Israel. En Europa el peso de la población musulmana, del antisemitismo y de un pacifismo fuertemente arraigado en la izquierda, aunque no sólo en la izquierda, se plasma en la exigencia de un alto el fuego que sólo beneficiaría a Hamás, al agresor. Desde la Iglesia Católica se oyen voces en el mismo sentido.

El flautista de Hamelin encandilaba con su melodía a las ratas primero y a los niños después, para precipitarlas en las frías aguas del Weser o esconderlos en alguna cueva oculta. Los dirigentes iraníes con su bien tramada estrategia logran que unos y otros, occidentales y orientales, políticos, diplomáticos, militares y obispos bailen al compás de su música, sin caer en la cuenta de que ni los gazatíes ni Israel son el objetivo final de esta operación. De su desprecio por esa población da buena cuenta el hecho de que los hayan convertido en escudos humanos, en meros instrumentos de una operación política. Se los utiliza sin ninguna consideración. Israel es sólo una posición adelantada de Occidente que hay que asaltar para poder seguir avanzando.

Lo reconozco, estoy condicionado por una educación que desde la perspectiva actual puede ser tildada de puritana. Pero me parece justo que el trabajo bien hecho merezca reconocimiento y que tanto la irresponsabilidad como la estupidez sean castigadas. Los europeos tardarán tiempo en despertar, puede que ya sea tarde, pero lo único seguro es que el precio que van a pagar por su comportamiento va a ser muy alto.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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