El objetivo central y único de quienes gobiernan es perpetuarse en el poder para continuar usufructuando la renta nacional y hacer pingues negocios reñidos con la legalidad interna y externa. La gestión dictatorial y la ocupación del aparato del Estado son requisitos indispensables a cumplir para seguir disfrutando de las mieles del poder y de la impunidad ante sus delitos de todo tipo.
A la nomenclatura roja no le preocupa ni es su objetivo proteger y promover los intereses de la república ni la libertad y el progreso de los ciudadanos. El resultado de casi 20 años de chavismo es, como bien lo dice Américo Martín: “El derecho a la vida y la condición ciudadana es lo que con extrema crueldad les han arrebatado a los venezolanos”.
Para el logro de sus aviesos propósitos el régimen ha diseñado una estrategia en la cual el dominio del tiempo político es fundamental. Resistir es la consigna, todo aquello que lo facilite será adoptado; estamos en presencia de la aplicación sin medida de la conseja de que “el fin justifica los medios”.
El chavismo –que para casi todo abreva en el castrismo– aplica la fórmula cubana para mantenerse en el poder. Los comunistas cubanos hace tiempo que se desentendieron del objetivo de construir el comunismo, por ser inviable (el propio Fidel hace unos años en declaraciones a una revista norteamericana dijo “que el sistema cubano ya no le servía ni a ellos”); por eso quienes creyeron ver en el acuerdo Obama-Castro una derrota para el castrismo solo vieron una parte del asunto. Para la nomenclatura cubana fue la demostración de que su política de resistir fue exitosa porque continúan en el poder y cualquier cambio (léase: la inevitable vuelta al capitalismo) lo dirigen y administran ellos.
La estrategia del chavismo es resistir para ganar tiempo y se apalanca en el dominio férreo e inconstitucional del aparato estatal –sobre todo de la FAN–; en la incapacidad de las fuerzas democráticas de construir una alternativa de poder sólida y cohesionada, lo cual deriva en su fragmentación, división que el gobierno estimula y facilita; en la creciente diáspora que el oficialismo alienta por serle funcional; en la creación y aplicación de mecanismos de control social (los CLAP y el carnet de la patria) y en propiciar el miedo y la desesperanza.
La brutal crisis sistémica que azota al país y la consecuente conversión del chavismo en minoría política y la creciente presión internacional en contra del gobierno venezolano son los dos obstáculos que dificultan la concreción de los objetivos y de la estrategia oficialista.
El régimen considera, por eso ni negocia ni cede, que el paso del tiempo juega a su favor. Estima que mientras no tenga enfrente una alternativa clara de poder ni pierda el dominio de la FAN y pueda manejar con cierta eficacia los mecanismos de control social no corre peligro.
Asume también que la presión y el eventual aislamiento internacional remitirán con el tiempo, porque otros conflictos internacionales, problemas e intereses internos de los Estados que hoy se le enfrentan desplazarán el interés suscitado por el caso venezolano.
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