Nadie duda del propósito, además, perpetuo propósito gubernamental de aniquilar a todo adversario que se atreva, incluso, a invocar la mismísima Constitución. El ejercicio del poder absoluto es para siempre, y, por ello, el resto de los mortales, unos delincuentes, añadidas las propias huestes oficialistas propensas a sucumbir ante la tentación de… salvar la vida, en medio del marasmo.
Las recientes inhabilitaciones que se suman a la previa de la candidata presidencial de la oposición, agregado el sobrevenido desconocimiento de los partidos que alguna vez validó el CNE, ilustran la naturaleza de una dictadura cada vez más elemental, aunque realce un ideario que le importa un bledo ignorar dándole un cierto timbre de distinción, porque – todos ellos juran – nada más democrático que la ignorancia compartida. El uso intensivo de un legalismo de ocasión, interpretada la norma a conveniencia, aún excedida y confiada a una casación que no sabe de la división de los órganos del Poder Público, se nos antoja como un paso previo a la barbarie y atrevido (a)salto a la premodernidad.
Recordemos, la única oportunidad real y sustancial que hubo de definir y explicar las intenciones de lo que resultó el presente régimen, ocurrió durante la primera candidatura de Chávez Frías al concluir el siglo XX, cuando lo representó un conocido filósofo, como J. R. Núñez Tenorio, marxista de publicaciones también financiadas por el régimen norcoreano, que osó autocalificarse de tomista, tomando completamente por guasa, burla, pitorreo y cuchufletaje el debate ideológico de fondo al que lo retó y en el que se plantó José Rodríguez Iturbe con la seriedad, profundidad y serenidad que le caracterizan, por cierto, difundido televisivamente. Acaso, la mejor definición de esta larga tragicomedia de la centuria en curso, nos la reporta el personaje de Virgilio Galindo, quien -dirigiéndose al de Miguel Angel Landa- comentó en Sagrado y obsceno de Román Chalbaud (1975): “… Mire, compadre, yo soy masón igualito que Miranda en La Carraca; es más, soy espiritista, soy ateo, soy masón y soy marxista. Todo lo que es oculto, me encanta”.
Por supuesto, cualesquiera retaliaciones oficialistas, arbitrarias y viciadas, vejatorias e infundadas, adoptadas por el madurato, procuran la descomposición definitiva de los factores políticos y sectores sociales que están convencidos y son capaces de combatirlo sin ambages. Luego, amplia y suficientemente dilucidado, el problema no es jurídico, sino neta, inequívoca y decididamente político; o, mejor, partidista, respecto al ejercicio de una cabal conducción, organización y estructuración de los esfuerzos, justa valoración de los cuadros electorales, actualización de un piso programático consensuado, y de una adecuada y sentida transmisión del mensaje. Pretensión alguna hay de excluir los distintos ámbitos de la sociedad civil organizada, pero importa reconocer que el partido, o la poca o mucha institucionalidad partidista que ha sobrevivido en los predios de la oposición, es el portador por definición de la disciplina indispensable en un oficio a dedicación exclusiva que tiene por especialidad el bien común.
De modo que importa y mucho en una campaña electoral de tan corto plazo, la urgida reforestación política de los partidos democráticos que ha de apuntar a un sólido compromiso unitario para encarar las inéditas situaciones que se avecinan: existen valores, destrezas, sacrificios, banderas, en fin, talento y disposición para canalizar el aporte de una sociedad que no se detiene en todas sus manifestaciones creadoras, a pesar de las indecibles circunstancias vividas. Todavía estamos a tiempo de enderezar los entuertos y de actuar responsablemente, con humildad y un apasionado sentimiento venezolanista, frente al oprobio.
@luisbarraganj
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