El gran aporte del socialismo del siglo XXI, gracias a la enorme magnitud del desastre causado, es que la gran mayoría del pueblo venezolano, y buena parte de los socialistas del mundo, han tomado conciencia de la inutilidad de esas ideas estatistas y totalitarias que todo lo que tocan lo arruinan.
La toma de conciencia ha sido extendida en toda la población venezolana, como lo demuestran las encuestas de opinión a lo largo y ancho del país, en todas las edades. 88,5 % de la gente opina que “el socialismo ha traído mal vivir, desesperanza, separación familiar y pobreza a los venezolanos”, como lo informa la más reciente encuesta de una prestigiosa empresa de estudios de opinión.
Esto a pesar de todo lo que han ensayado para que la gente o se acostumbre o tenga miedo, y en todo han fracasado. El socialismo del siglo XXI ha realizado el milagro que no lograron los grandes hombres y mujeres que predicaron y predican que la decencia, el trabajo y la justicia son el verdadero camino de la prosperidad. Lo pudieron esta caterva de delincuentes en el poder, simplemente con la demostración palpable y práctica que los postulados de ese socialismo son capaces de arruinar a un país que era prácticamente inarruinable, dado su abundancia de recursos humanos y naturales, su democracia y sus instituciones.
Ni el filósofo Karl Popper podría tener a la mano un argumento mejor para su tesis del falsacionismo o racionalismo crítico, mediante un contraejemplo para demostrar que una teoría o tesis es falsa. Todo el paraíso dibujado por Chávez y sus teóricos se tradujo en este infierno que es nuestro querido país. Hoy esas ideas espantan hasta a los que añoran el paraíso comunista.
“La realidad es necia”, dice el aforismo, cuando se le quiere atar a una ideología, y así se había demostrado en cientos de casos, los más notorios Alemana Oriental y Occidental, Corea del Norte y del Sur, la Unión Soviética y por aquí cerca la triste historia de un pueblo que era alegre como Cuba. Pero muchos compraron el cuento, la mayoría se quedó en casa y nos llegó la peste roja. “Nadie aprende en cuerpo ajeno”, pues ya lo aprendimos en el propio.
Pero, siguiendo con los aforismos, “no hay que dure cien años ni cuerpo que lo resista” y esta peste logró un cambio verdadero en la conciencia del venezolano, que ha tenido que nadar contracorriente para sobrevivir con dignidad en este mar de calamidades. Sabe hoy que la libertad en el bien más preciado, como diría Don Quijote, libertad para trabajar sin un gobierno y unos funcionarios que estorben en lo que debería ayudar; justicia para que los órganos ocupados de impartirla sean autónomos y responsables; una salud gestionada por los más capaces y no por militantes; una educación sin interferencias ideológicas para que los muchachos aprendan a leer y a escribir bien, a sacar cuentas y reforzar los valores que vienen de la familia, un tesoro que hay que cuidar, pues también ha llevado duro con este régimen.
El cuestionamiento general que se nota con el fracaso de un Estado interventor, centralista y corrupto, lleva al darse cuenta que el camino es el contrario: un Estado eficiente, de modesto tamaño y que rinda cuentas claras, una sociedad civil vigorosa, unas empresas que compitan y trabajen para producir bienes y servicios para satisfacer las necesidades humanas y no la codicia desatada por los que se saben intocables por los organismos de control. Es decir, ir a una Venezuela decente.
La fe ingenua en un Estado omnipresente, la confianza en una casta militar heredera de las glorias de la Independencia y cuya primera víctima fue su propio creador, Bolívar, en los sucesos de Angostura, la creencia que en las alturas del poder se concentraban la sabiduría y el buen juicio, todo eso está prácticamente derrumbado. Hoy se confía más en la capacidad emprendedora de todos los que aman el trabajo honrado, en las virtudes del mundo civil y civilizado, y en la distribución más equilibrada del conocimiento y la sabiduría en un mundo interconectado y donde la información y las posibilidades de educación son más extendidas.
Aquí está el proceso venezolano del socialismo del siglo XXI como muestra del horror que significa esa mezcla diabólica de estatismo, centralismo, autoritarismo y corrupción, para que este despertar nos lleve a construir, entre todos, la Venezuela posible.
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