Justo al terminar de estudiar el bachillerato en una zona del este de Caracas, en un colegio de padres de la orden Franciscana, con amplia mayoría de estudiantes blancos de clase media (como yo), y con la inevitable influencia de la música que crecía fértil en esos predios consistente en rock (pesado, sinfónico, argentino y todas sus otras variantes) y mucho pop con Michael Jackson y Madonna en la etapa más feliz de sus reinados, mi vida tuvo, lo que llamamos en guion, un punto de giro: mi primera novia me dejó y mi mejor amigo de la secundaria y yo nos distanciamos para siempre. Por si se lo están preguntando, mi primera novia y mi mejor amigo no comenzaron una relación. Simplemente ambos eventos coincidieron en el tiempo.
Hubo también otro evento determinante en este cambio de rumbo, y es que mi hermano se había ido a estudiar a Estados Unidos (Filadelfia, Pensilvania), gracias a un esfuerzo titánico de mis padres que además tuvieron que lidiar con el tristemente famoso “Viernes Negro” (febrero de 1983) que puso a temblar la economía venezolana y que ellos supieron sortear “para que el muchacho pueda terminar su carrera”. Mi hermano fue a los 18 años, como todos los que vivimos desarraigados fuera de Venezuela, víctima de la nostalgia. Se juntó con varios venezolanos en la ciudad de Rocky Balboa y se reencontró con la semilla que sembró nuestro tío (mi padrino) cuando éramos niños. Se reencontró con la salsa dura. Y no se limitó a escuchar lo que escuchábamos desde niños. Amplió el catálogo de manera importante.
Cuando venía en diciembre a visitarnos, venía cargado de discos y casetes. Las cintas las hacía sonar en su portentoso Walkman, casi del tamaño de un ladrillo, mientras subíamos de Maiquetía a Caracas. Y, por si fuera poco, traía anécdotas. Era como un corresponsal venezolano de la salsa en Nueva York. Al estar en Filadelfia, “a tiro de pedrada” de la ciudad de los rascacielos, él y sus compañeros venezolanos salseros se acercaban a ver y escuchar música en vivo cada vez que los bolsillos lo permitían. Estamos hablando de la primera mitad de la década de los ochenta. La salsa dura había decaído a nivel discográfico por el embate del merengue, pero los músicos de la salsa tenían que seguir llevando el pan a la mesa. No sería la época del Palladium ni de los setenta, pero aún había muchos gigs en Nueva York en ese entonces. Las anécdotas venían en este tenor:
“Fui a ver al (Conjunto) Libre. Me le acerqué a Manny Oquendo y le dije: Manny, ¿cómo haces para hacer la tabla¹ en el bongó? Mientras me explicaba le vi las manos, las tiene como una mano de cambur. Después que me explicó le dije gracias, Manolo, y él me contestó: ‘Manolo, así me dicen en mi casa’. Antes de irse me regaló una baqueta firmada”.
Manny Oquendo era para nosotros como un tío lejano que conocimos por mi padrino y del que solo teníamos su música, primero en los discos de La Perfecta de Eddie Palmieri, luego en los del Grupo Experimental Nuevayorquino y después en los del Conjunto Libre. Andy González, compañero de Manny y cofundador del Libre, era como un primo. Nosotros conocíamos a esta gente desde años atrás y ellos no tenían idea quiénes éramos nosotros.
Otra anécdota fue así: “Estuve en un toque de la Buddha All Stars². Estaba Nicky Marrero tocando timbal y se lanzó un solo increíble para terminar el set. Después de eso se acercó a la barra y aproveché para hablar con él. Lo felicité por el solo y me dijo que muchas gracias, pero no le dio mayor importancia al solo porque muchas eran cosas aprendidas. Hablando un poco más con él, me dijo que estaba estudiando piano complementario”.
Me quedaría corto si tratara de estimar las veces que habíamos escuchado (y seguimos escuchando) el disco de Eddie Palmieri En vivo en la Universidad de Puerto Rico (1971) donde Nicky Marrero había sido parte fundamental. Ese y tantos otros porque Nicky Marrero ha tenido una de las carreras más envidiables de cualquier percusionista en el mundo. En la salsa, Nicky siempre, de alguna u otra manera, estuvo ahí donde estaba evolucionando el género.
Así que ya era oficial: la fiebre de la salsa se había apoderado de nosotros. Aquella semilla que nos sembraron en la niñez creció como un roble en la adolescencia. Compramos el Libro de la Salsa (César Miguel Rondón) y veíamos las portadas de los discos en sus páginas como si fuera un álbum de cromos. Este lo tenemos; este también y este y este. Este nos falta.
Mi hermano se llama Rafael y ya desde finales de los setenta, Rafael Rivas comenzaba a ser conocido como el “Tigre” Rafael en Radio Aeropuerto. “Aquí en Aeropuerto es donde está el sabor”, repetía Silva una y otra vez para identificar a la emisora. Era inevitable y natural que a mi hermano, medio en broma y medio en serio, lo bautizaran como “el Tigre”. Apodo que heredaría yo pocos años más tarde.
En el diciembre siguiente mi hermano volvió con más discos, más casetes y con una pequeña maleta negra. Se había comprado un bongó. Yo había estado utilizando un bongó chino que estaba en la casa, con parches de cartón en lugar de cueros y dos palos de gancho de tintorería, para comenzar a dar mis primeros pasos en el timbal. Pocos días después fuimos a una tienda de instrumentos en el Pasaje El Recreo en Sabana Grande y compramos un timbal de verdad, el cual aún conservo. A partir de ahí se dio un nuevo punto de giro del cual les hablaré en la próxima entrega.
¹Tabla: En el argot de los percusionistas, sonido seco y brillante que se obtiene al golpear el cuero con la mano.
²Buddha All Stars: fue una agrupación liderada por Charlie Palmieri (piano) con la participación de Larry Harlow (piano), Nicky Marrero (timbales), Mongo Santamaría (congas), José Mangual Jr. (bongó), Piro Rodríguez (trompeta), Barry Rogers (trombón), Yayo el Indio y Rubby Haddock (voces).
Coda:
Es difícil explicar la relación que se construye con la música y con las personas que hacen esa música que disfrutamos. Más allá del baile y la sabrosura, nos conectamos con el talento de una cantidad de hombres y algunas mujeres que se entregaron en cuerpo y alma a tocar su instrumento o a poner su voz para formar parte de una orquesta, de un sonido, de una idea. Para quienes amamos la música, sin importar el género, esa gente son nuestra familia. Y cuando leemos que están pasando por un mal momento lo sentimos con ellos y nos preocupamos por ellos. Ni hablar cuando nos enteramos de su partida de este mundo.
Ale Marquis es músico, melómano y creador de contenidos. En su canal de YouTube se ha dedicado a resaltar el legado de los maestros pianistas de la llamada salsa. Creador junto a Luis M.Guzmán del podcast Querida Salsa, disponible en las principales plataformas de difusión.
@AleMarquis
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