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La revolución las prefiere sumisas

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Rocío San Miguel / Imagen: accesoalajusticia.org

Hera, la esposa de Zeus, hija de Cronos y madre de Ares -dios de la guerra-, representaba para la mitología griega la mujer ideal, era la diosa del matrimonio y la familia. Aunque famosa por su naturaleza celosa y vengativa, bajo la perspectiva del ideario griego su dedicación al hogar y a la protección de las mujeres en el parto, eran la representación del ideario del rol de la mujer en esa sociedad. A pesar del paso de los años, y los avances en torno a los derechos de las mujeres a nivel global, para la revolución bolivariana, el feminismo no ha sido más que un discurso carente de contenido y acciones concretas. Para ellos, la mujer sometida a la narrativa oficial y funcional al poder es el anhelo. Ay de aquella que se subordine, pues conocerá la misoginia del “proceso”.

Nuestro país se caracteriza hoy por un profundo deterioro de la calidad de vida de la población, la imposibilidad de desarrollo del proyecto vital y la destrucción de todos los indicadores de desarrollo humano. Adicionalmente, el régimen ha potenciado significativamente los factores de vulnerabilidad de las mujeres, ya presentes estructuralmente. Una sociedad, en la que las mujeres han enfrentado una histórica carga laboral, familiar, económica y cultural, transita hoy por nuevos retos en la medida en que la crisis humanitaria compleja hace estragos en el país.

Algunos indicadores son inequívocos:  la FAO (Organización para la Alimentación y Agricultura de la ONU), advertía en un informe que al menos 3,7 millones de venezolanos sufrían desnutrición, y que tal déficit, afecta particularmente a mujeres embarazadas y niños. Algunas ONG han analizado el impacto de la debacle del sistema de salud, y cómo esto vulnera particularmente los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, incluyendo la ausencia de la atención pre y posnatal. Otros informes también documentan la violencia sexual a mujeres opositoras o familiares de presos políticos, y cómo estas últimas se han convertido en una especie de objetivo para las fuerzas represoras del régimen. Son igualmente las mujeres quienes mayoritariamente sufren los rigores de la escasez, como “jefas de familia”, luchan contra el desabastecimiento, los altos precios, y las fallas en los servicios públicos, en muchos casos inclusive, cargan además con las frustraciones del grupo familiar frente a tales carencias.

Mientras la crisis se desarrolla, y hace más vulnerables a los ya vulnerables, el régimen ha venido promoviendo un estereotipo femenino, bastante funcional a los machistas que ostentan el poder. “Muñecas de Pdvsa” les ha llamado la Fiscalía sin mayor reparo en todo lo que ello significa. Se ha venido promocionando una especie de ascenso social de un grupo de mujeres, mayoritariamente jóvenes a quienes se les exalta la belleza física, a partir de servir de compañía, o compañera de fechorías a integrantes de la dictadura, civiles y militares. Modelos, exmisses, figuras de medios de comunicación, “influencers”, exhiben en redes y medios impúdicamente, lujos y derroche, en una sociedad depauperada, sin siquiera una pizca de remordimiento. Son las parejas de enchufados, lavadores de activos o funcionarios gubernamentales, no exhiben ningún logro propio en lo académico, las artes o el saber, tampoco algún servicio social, comunitario o logro laboral, su aporte se limita a apoyar la narrativa oficial, incluyendo esa de la Venezuela potencia que se arregló, en la que la fiesta, el jolgorio, playas y placeres intentan sustituir y distraer de la penosa realidad.

Sin embargo, el anhelo de sumisión femenina de los revolucionarios pareciera no tener cabida en el país. Gran cantidad de ONG, cátedras universitarias, espacios periodísticos, cívicos y políticos, empresariales y artísticos, así como los que reivindican derechos humanos, se encuentran liderados por mujeres. Son ellas quienes mayoritariamente llevan la batuta en la resistencia ciudadana que comporta un permanente desafío al poder. Algunas investigan al crimen organizado y documentan sus acciones, defienden a presos políticos ante el pútrido sistema de justicia, sistematizan datos que ponen en evidencia el retroceso de los espacios cívicos, denuncian crímenes de lesa humanidad y la injusticia ante entes jurídicos o en ejercicio del periodismo. Dicen y hacen lo que algunos hombres no se atreven. Su actitud valiente, las expone a enfrentar los peligros de la persecución. Seguimientos, intimidaciones, cárcel y tortura como algunas de las consecuencias de hacer lo correcto.

Decenas de mujeres sufren la cárcel por razones políticas, otras son víctimas de persecución y reiteradas amenazas. Su único “delito” es ser la caja de resonancia de las iniquidades y la injusticia, cientos siguen en las calles en representación de gremios de maestros, empleados de la salud, pensionados o jubilados, a pesar de la represión, no cesan en sus reclamos. Rocío San Miguel es el más reciente caso de encarcelamiento político, pero en las mismas condiciones se encuentra Emilendris Benítez, Yosida Vanegas, Ángela Expósito, Yanin Pernía, María Delgado Tabosky, Karen Hernández, Carla Da Silva, Marifrancys del Carmen Marcano, Yusimar Montilla, Peggy Morales, Yasmina Guillarte y tantas otras.

La dictadura venezolana tiene un componente misógino que no es objeto de cuestionamiento por sus militantes “feministas”, ninguna alza la voz por las atrocidades de su socio ideológico iraní contra las mujeres, mucho menos protestan por las agresiones a mujeres venezolanas. María Corina Machado es otra muestra de persecución, estigmatización y descrédito a manos del régimen.

La revolución las prefiere sumisas.

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