Desperté sobresaltado porque Nitu entrevistaba a las 6:00 am a Carlitos Páez, sobreviviente de los Andes, a propósito de la película La sociedad de la nieve. No pude evitar oír dos afirmaciones del invitado que retumbaron en mi: -Todos hemos pasado por nuestra propia cordillera… a veces hasta más de una… pero de mi segunda cordillera hablaremos más adelante. Pensé:-Válgame Dios…¿dos cordilleras? ¡Qué tragedia!
Entonces, ensimismado, fue inevitable reflexionar acerca de mi vida… y mis circunstancias. Lo que concluí… aún me impresiona.
Comencé por buscar la etimología de la palabra sobreviviente la cual está formada con raíces latinas y significa el que vive venciendo sobre grandes obstáculos. Sus componentes léxicos son: el prefijo super- (sobre), vivera (existir, subsistir, no estar muerto), más el sufijo -nte (agente, el que hace la acción) (Diccionario Etimológico Chile, 2024). Entonces fui al espejo y hablé con el del reflejo: -¡Yo soy un sobreviviente entonces! Más aún: ¡a todos los venezolanos nos convirtieron en sobrevivientes a la fuerza!
Lo siguiente fue identificar las cordilleras que he atravesado como para considerarme sobreviviente.
La primera vino solita a la mente: un disparo de muerte que sin embargo me dejó vivo, aunque en terapia intensiva en 1990. 6 meses viviendo en la Policlínica Metropolitana y 4 de ellos con la boca sellada comunicándome a través de una pequeña pizarra, 6 operaciones mayores que incluyeron la extracción de un pedazo de costilla para reconstruir mi maxilar inferior volado de cuajo por una bala dum dum vieja que por ello no explotó pero llenó de pólvora el área y que finalmente fue conseguida a milímetros de la carótida, 8 piezas dentales reinjertadas, la pérdida del injerto por la infección, la colocación de un tutor, un nuevo injerto de otro pedazo de costilla y el retiro del tutor, una corrección quirúrgica producto de esquirlas que quedaron en la zona. Gracias a Dios, tuve un médico que resultó un ángel de la guarda: el Dr. Luis Narciso ¿Lo más duro? Estar en una clínica cuando Nitu daba a luz a nuestra segunda hija en el Centro Médico de Caracas, otra clínica. Apenas pude conocer a Ivonne María cuando ya era inocultable la hinchazón acelerada que casi cerraba mi ojo izquierdo. Me devolvieron a mi clínica en ambulancia y directo al pabellón: esquirlas restantes se desplazaban y ya casi llegaban peligrosamente a mi ojo. Esa noche, apenas salí del pabellón le escribía en mi pizarra a una enfermera que a su vez le leía a Nitu, al otro lado del teléfono, mis mensajes. A mi esposa le tocó salir de la clínica sin mí, pero enseguida fue a ocuparse de mí. Apenas afuera de terapia intensiva poco a poco descubrimos otra consecuencia negativa: la bala algo tocó a su paso por mi cuello y ya no sabía leer ni escribir ni sumar ni dividir. Con la ayuda de una terapista tuve que aprender de nuevo a hacerlo todo.
De allí salí más firme que nunca, más decidido que antes y con la determinación de recuperar todos los meses perdidos. Volví a casa y redescubrí lo hermosa de la vida familiar. Regresé a la actividad política con un prisma diferente que me permitió descubrir poco después que ya eso no era lo mío. Me inscribí en el IESA, desde donde el PAG me recordó una inquietud académica nunca totalmente olvidada y me puso en el camino de cumplir el sueño académico de mi vida: estudiar en Harvard. Había sobrevivido mi primera cordillera y eso cambió mi vida… ¡para mejor!
En el año 2010, en medio de un chequeo anual de rutina, el gastroenterólogo detectó un problemita en la cola del páncreas. Después de una endoscopia avanzada, el Dr. Bandres advirtió la existencia de un tumor en esa zona. Terminé en un PET Scan que confirmó la existencia de tumor benigno en la cola del páncreas y, a la vez… advirtió uno maligno en la tiroides. Ese día conocí a otro de mis ángeles: Luis Arturo Ayala, un gran cirujano y amigo. A la semana me extrajeron radicalmente la tiroides y poco después descubrí el más inhumano de los tratamientos modernos: el yodo radioactivo. Recibir este tratamiento con el cual matan cualquier célula tiroidea restante en el cuerpo…conlleva un aislamiento radical tipo leproso: por una semana nadie pudo acercarse a mí. Recluido en una habitación lejana de la Clínica Ávila, la comida la deslizaban cual preso. Y para ver a mi familia, previa llamada, se colocaban en el extremo más lejano del pasillo y yo abría la puerta y corría al fondo de la habitación para no afectarlos por la radiación. Terrible. Sin embargo, mi familia me dio una de las sorpresas más hermosas que me ha regalado la vida. Preparado al fondo de la habitación para que abriesen la puerta en la visita acostumbrada, esta vez estaban mis padres y Nitu con una sonrisa pintada en sus caras…y les acompañaba… ¡Andrés Galarraga! Sí. Lo consiguieron visitando a alguien más en la misma clínica y cuando le explicaron lo que yo vivía, el gran deportista insistió en visitarme para darme ánimo. Él venía saliendo de un infierno peor por su cáncer, entró a mi habitación y me brindó el primer abrazo que recibía en días. Se sentó en la cama y me dio ánimos como nadie. Aún lloro de la emoción recordando esa visita y escribiendo estas líneas. Pero superar esa cordillera aún exigía esfuerzo.
Cuando por fin pude volver a casa me sentí eufórico. Al día siguiente recibí la visita de Luis Arturo Ayala: -Ahora enfrentaremos lo del páncreas. Hay que hacer una biopsia. ¡Otra vez la cordillera! El Dr. Bandres tomó la muestra el mismo día que mi amado suegro entraba en terapia intensiva por una bacteria que se había alojado en su corazón. Aquel 22 de diciembre fui a buscar el resultado de la biopsia y subí mientras Nitu esperaba en el carro para regresar a la clínica donde ya había sido entubado Pérez Díaz. La recogí… y leí: Carcinoma grado 4. Pedí hablar con el anatomo patólogo, quien fríamente me dijo en mi cara: -Vaya a hablar con su médico… rápido porque su expectativa de vida es de pocos meses, seis a lo sumo. Arregle sus cosas. Al salir llamé a Luis Arturo Ayala, quien me dijo enseguida que él no creía ese diagnóstico. Que pidiera las muestras y fuese directamente al Hospital de Clínicas Caracas. Nitu se puso tan pálida como yo ante la noticia y manejó velozmente hacia la clínica. En el consultorio de Ayala nos esperaba la anatomo patóloga jefe del HCC, la Dra. Uribe. Bajó velozmente a ver las pruebas y al poco tiempo llamó al consultorio donde esperábamos con Ayala: -Yo no estoy de acuerdo con el diagnóstico que le dieron en la otra clínica, pero hay que abrir. No puedo concluir que sea maligno… pero necesito hacer la biopsia en caliente. Enseguida fijaron la operación para el 2 de enero con ingreso el 1º de enero. En el carro, vía a ver a mi suegro, le dije a Nitu: -No podemos decirle a nadie… menos con la actual situación de gravedad de Pérez Díaz. El Negro, el hombre que más amaba la Navidad, murió ese 25 de diciembre. Le enterramos el 27. El 1º de enero, en horas de la tarde, Nitu y yo buscamos a mis padres para que nos acompañasen al HCC. Allí se enteraron de todo. Esa noche nadie durmió. A primera hora, cuando me llevaban a quirófano, les dije a todos: -Soy un gladiador romano. Estoy dispuesto a pelear. Lo que tenga que hacer para estar con ustedes siquiera un día más lo haré. En la terapia intensiva desperté cuando me aplicaron la primera y única inyección de insulina que recibí en la vida. El problema para los médicos entonces fue convencerme de que la operación había sido un éxito, que la biopsia en caliente había demostrado que el tumor no era cancerígeno sino una malformación congénita de células acinares, pero que a pesar de eso el médico procedió a remover radicalmente la cola del páncreas y el bazo por precaución. No les creí. Hasta que una semana después llegó la biopsia americana que confirmaba lo que la querida Dra. Uribe había advertido desde el inicio.
Sobreviví esa segunda cordillera, no quedé diabético: mis niveles de azúcar son normales. En 2017 volví al PetScan y salió completamente limpio. Me paré de esa cama a hacer mejores cosas y orgulloso de la familia que tengo y con mayor ilusión.
Mi tercera cordillera aún la sobrevivo cada día: el exilio forzoso. Mi libro Chávez y la perversión del ejército me puso en el ojo del huracán represor y posteriormente, la camarilla del implacable perseguidor nuestro, Raúl Gorrín, logró que nos quitaran nuestros pasaportes en 2017 y aún hoy nos mantengan como apátridas. Cuando nos quedó claro que venían órdenes de aprehensión para Nitu y para mí logramos huir de la represión chavista. Hoy, 5 años y 10 meses después, confieso que todavía estamos en proceso de sobrevivir esta terrible cordillera.
Pero de estas tres cordilleras se extraen 5 intensas lecciones de vida:
- Enfrentar la adversidad como un proceso que reta a liderarlo: ir a su encuentro y redirigirlo. Es como enfrentar a un toro suelto ante el cual te abalanzas para someterlo. Para ello hay que aprender a gerenciar el cuerpo, el tiempo y liderar el entorno. Eso exige planificación de cada paso así como decisión y claridad en los objetivos;
- Aceptar inmediatamente errores, setbacks y fracasos para reponerse rápidamente. Nada de incurrir insistentemente en los mismos errores. Llegar a la libertad responsable, punto desde el cual es posible comenzar a soltar responsabilidades y amarras;
- Ejercitar constantemente la capacidad para innovar y adaptarse, lo cual nos hace inescrutables para todos aquellos que apuestan a la derrota. Eso demanda flexibilización sin perder de vista el curso de acción escogido. Incorporar el ánimo del jugador de bowling contra quien conspira el que aceitó la cancha, que quiere que falles y muchos de los que te acompañan jugando, que calladamente también aspiran que falles. Concentrarse en conocer la cancha, adaptarse a ella y tirar strike… tu strike;
- Mentalizarse: toca jugársela. No confiar en la suerte y salir a construir la suerte propia. Recuerda cada día a Eugenio Mendoza con aquello de que «mientras más trabajo, más suerte tengo»; y
- Tener fe en Dios y confianza en nuestras capacidades. Quien tiene fe genera optimismo y además se comporta congruentemente con sus principios.
Una voz interior me dice constantemente que esta será mi última gran cordillera porque el verde de la primavera ya se divisa a lo lejos. Y cuando finalmente todo quede atrás, me reconoceré en cada venezolano que ha subido tantas o más cordilleras que yo. Pensaré permanentemente en quienes han recorrido caminos más difíciles que los míos, rezaré por quienes quizás no pudieron superar sus cordilleras y daré gracias a dios por su enorme bondad. Pero sobre todo, no me sentiré un sobreviviente especial o superdotado sino apenas un sobreviviente más…que no dejará de marchar con renovado optimismo, asumiendo que superar mis 3 cordilleras me hizo mejor persona, un ser humano más completo, así como un firme y comprometido creyente que cada vez tiene más clara la misión de vida para la cual Dios le ha reservado.
Pero esa es otra historia.
Artículo publicado en morfema.press
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