Era normal que el pánico cundiera entre los analistas de la economía colombiana cuando se anunció el desempeño de la estatal petrolera Ecopetrol en el año 2023.
Las cifras le quitaban el sueño a cualquiera: una caída de 42% en las utilidades del año 2023 ya decían bastante en cuanto a los resultados financieros de la empresa, pero a ello era preciso agregarle el hecho de que el índice de reposición de reservas se había desplomado de 104% a 48 %. Y si lo anterior fuera poco, se anunció públicamente que las reservas probadas cayeron 6,79% entre 2022 y 2023, lo que traería como consecuencia que la vida media de éstas se descalabrara de 8,4 años a 7,9 años. Es decir, las reservas se agotan a un paso mayor al que se pueden reponer.
No es posible atribuirle a nada deliberado por parte de quienes gerencian la empresa el que los índices de Ecopetrol se comporten de una manera perniciosa. Por ello no pasó mucho tiempo antes de que el presidente de la estatal saliera a quitarle decibeles a la noticia. “80% de la caída se debe al precio internacional del crudo del que no tenemos control”, fue la explicación de Ricardo Roa. Y, además, le atribuyó a los mayores costos operativos de la empresa por la alta inflación de 2023 y al alza de los impuestos que también ocurrieron en el año pasado, el peor desempeño de la empresa.
Pero a los colombianos les resulta cuesta arriba dar por buena la argumentación del presidente de la empresa y recibirla de buena gana. Porque la política que es anunciada por el gobierno en cuanto foro internacional acude el jefe del Estado apunta a una menor relevancia del sector hidrocarburos en la dinámica económica nacional. Gustavo Petro alberga históricamente una inveterada obsesión en el terreno de lo ambiental. En diciembre del año pasado, en la COP28, al hablar de la manera de enfrentar la crisis climática por parte de Colombia se refirió a la transición energética y, en términos inequívocos, sostuvo que su país ha alcanzado 70% de su matriz energética limpia. “Colombia ha dejado de firmar contratos de exploración de carbón, petróleo y gas”, aseguró el mandatario.
Ese no es el único foro en el que Petro ha sostenido que Colombia ha “desmantelado el subsidio a la gasolina” y que ello es su manera de contribuir a suspender paulatinamente las energías no renovables. Tampoco es un secreto su apoyo a la iniciativa de prohibición mundial del fracking.
El caso es que su equipo se comporta como si el petróleo fuera un recurso marginal para Colombia. Sería preciso recordar cómo desde el Ministerio de Hacienda, igualmente, se ha estado proclamando la sustitución de los ingresos nacionales por exportaciones petroleras por la venta externa de producciones agrícolas como aguacates y por el turismo. No es equivocado fortalecer el sector agrícola como un importante aportador a los ingresos externos del país, pero nada es comparable al flujo de recursos que es capaz de proveer la exportación de petróleo. Este rubro alcanza a cerca del 50% de los mismos.
La incoherencia del jefe del Estado data de los momentos de su campaña electoral cuando intentaba convencer a tirios y troyanos de que uno de sus grandes aportes al país que deseaba gobernar sería suspender la firma de contratos de exploración de hidrocarburos.
Ecopetrol alimenta al país con impuestos, regalías y dividendos, pero además el petróleo es un pilar en el desarrollo de Colombia. No solo la actividad contribuye a la balanza de pagos y generación de divisas. Genera puestos de trabajo y permite desarrollar proyectos en el área de infraestructura, educación y salud que ninguna otra actividad proporciona.
Así las cosas, hoy resulta imposible entender –y lo mismo debe ocurrirle tanto al ministro de Minas y Energía como a las altas esferas de Ecopetrol– hacia cuál derrotero el presidente está guiando a Colombia en este importante segmento de su actividad económica, ni el alcance interno de esa “transición energética lejos de los combustibles fósiles” que el presidente preconiza.
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