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Superhéroes con puño de hierro

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La esposa entra en el despacho presidencial del palacio de Miraflores y le pregunta a su marido: “¿Qué estás haciendo, Nico?”.  Y él, sin dejar de mover mecánicamente la mano que firma, responde, con mirada inspirada: “Estoy aprobando proyectos para beneficios del pueblo”. Un tío Sam maligno, en su propio despacho, comenta con sonrisa diabólica, y dice: “No habrá beneficios para tu pueblo después de lo que tengo preparado”; y aprieta un botón para poner en marcha a Extremista, el monstruo de cinco cabezas.

Esto bastará para que el presidente Maduro, igual que lo hace Supermán, se quite su ropa de diario y quede vestido con su colorido traje de superhéroe, rojo y azul, pantaloneta y capa incluidas, y se lance en raudo vuelo para enfrentar al monstruo que busca sembrar en las calles el caos y la destrucción, y lo venza con unos cuantos golpes de su puño de hierro. ¡Otra tarea cumplida para Superbigote, en defensa de la patria y la revolución bolivariana!

Pero la serie de dibujos animados, que muestra a Superbigote desplegando superpoderes para enfrentar al enemigo imperialista, se completa con los 12 millones de muñecos del superhéroe y la superheroína repartidos a los niños de las barriadas en la Navidad de 2022. Una pareja invencible, porque su esposa Cilia es como la Supergirl de Supermán, y viste atuendo colorido.

La serie surgió en 2021, y en su primer capítulo Superbigote destruye al dron electromagnético enviado por un villano que semeja a Trump, que ha dejado a oscuras al país, una réplica de historieta cómica a la realidad de los apagones nacionales provocados por la corrupción y la incuria del gobierno del propio Maduro.

Al transformarse en Superbigote, Maduro se vuelve musculoso y deja toda la grasa que le sobra; no podía ser de otro modo, el traje rojo es muy ajustado. Y los libretistas de Miraflores olvidan, o no quieren saber, que esos trajes con que en los cómics los dibujantes empezaron a disfrazar a los superhéroes, provenían de la tradición de los circos, tal como se vestían bajo las carpas los malabaristas, equilibristas y trapecistas.

Superbigote derrota siempre a los villanos y malvados, porque es invencible, es invulnerable, y es infalible; más que Supermán, porque no hay kriptonita que pueda debilitarlo. Estamos en el mundo de los dibujos animados donde la realidad sale sobrando. En ese mundo de los colores planos, no existe ni a corrupción ni el despilfarro, ni las fortunas multimillonarias trasegadas a los bancos de Andorra.

Poco importa que los superhéroes populistas del siglo veintiuno se proclamen de izquierda o de derecha, lo importante para sus propagandistas es establecer su invulnerabilidad. Si bien aún hay aún dibujos animados de SuperBukele, sus expertos en imagen, que, por cierto, son también venezolanos, se encargan de presentarlo como un superpresidente supercool, que hace su entrada en los escenarios entre chorros de luz y humo, como una estrella de rock, un mago capaz de levantar de la nada una biblioteca pública ultramoderna, que brilla iluminada como un crucero de lujo, sus salas de lectura dotadas de todos los artilugios electrónicos posibles.

Despliegue de pirotecnia audiovisual. Megapíxeles. El espectáculo subyugante. La ciudad bitcoin que se alimentará de la infinita fuente de energía de los volcanes. Los juegos deportivos centroamericanos y del Caribe. Las reinas de belleza del mundo en la pasarela esplendorosa.

O el video de su visita a la megacárcel, ultramoderna también, el Centro de Confinamiento del Terrorismo, toda una superproducción con tomas de drones, planos rasantes, las crujías con los camarotes de tres pisos donde los presos, en camisetas y shorts blancos, se encaraman como pájaros extraños, los sigue la cámara cuando corren para acuclillarse en las crujías en pelotones cerrados, primeros planos de sus rostros tatuados, las cabezas rapadas. Y él que, en jeans y jersey, nada de formalidades, salvo cuando viste de etiqueta para la gala de Miss Universo, recorre las instalaciones espectrales, un mundo distópico como los de Orwell o Margaret Atwood, mientras el sumiso jefe de la prisión va dándole respuestas ensayadas a las preguntas ensayadas: aquí no vienen los presos para ser reeducados, señor presidente, sino a pagar la deuda con la sociedad. El que entra aquí no sale nunca más, señor presidente.

El joven presidente de la gorra al revés y la barba bien cuidada y recortada, es popular, sin duda; ha impuesto la paz y el orden contra las pandillas bajo un permanente régimen de excepción, las garantías ciudadanas suspendidas, y acaba de ganar las elecciones por 85% de los votos.

Y tampoco se equivoca nunca. Tiene para todo una respuesta certera, brilla por su sagacidad, y es capaz de dejar callado, y humillado, al más pintado, si intenta cuestionarlo, o contradecirlo, así se trate del sabio más versado en derecho, del economista más sabido en criptomoneda, o del periodista más sagaz y agudo.

Abundan en las redes los clips, sembrados por sus gurús venezolanos de marketing político, donde se le ve de pie frente al atril, escuchando con paciente talante la pregunta de su víctima, y ya sabemos que el impertinente morderá el polvo de la derrota ante la contundencia demoledora de la respuesta que lo dejará deseando nunca haber preguntado. “El mejor presidente del mundo” no sólo es cool, es infalible.

Como todos los superhéroes de cataduras parecidas, digamos Supermán y el Capitán Maravilla, Maduro y Bukele tienen enemigos comunes. George Soros, por ejemplo, cuya fundación Open Society suele financiar medios de comunicación adversos a los regímenes autoritarios. Contra Soros dirigió sus baterías Bukele al abrir la Cumbre Política de Acción Conservadora, la gran gala de la derecha convocada por Trump en Maryland, en medio de su campaña electoral, y en la que también habló su par argentino, Javier Milei, y el líder de Vox en España, Santiago Abascal.

La política como tira cómica. Toda una épica contada, cuadro tras cuadro, en dibujos animados.

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